lov韆 con fuerza, pero, a pesar de
ello, emprendi?el camino con el
ramo de rosas entre sus brazos. Cada
tres pasos se deten韆 para sacudir
el agua que ca韆 sin piedad sobre
las flores, que amenazaba con
empapar la cinta malva. La lluvia
resbalaba por la superficie del
impermeable verde que le cubr韆 el
cuerpo hasta las corvas. La capucha,
demasiado sucinta, dejaba al
descubierto su incipiente
alopecia.
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"El enterrador", de
Aguijarro.
Acr韑ico sobre t醔lex
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Sinti?no haber cogido el paraguas,
no por 閘, sino porque no quer韆
entregar las flores tan mojadas, tan
mustias, que parec韆 que su belleza
se hubiese licuado con cada una de
las gotas que golpeaban los
p閠alos rojizos, casi encarnados.
獳鷑 es pronto? se dijo mirando el
reloj de bolsillo, y sonri?al
recordar que no funcionaba, que sus
manillas llevaban quietas desde que
lo hered? Hasta aquel d韆 no lo
hab韆 necesitado porque estaba
habituado a guiarse por la sombra de
los 醨boles, por la espantada que
los coches al entrar en el recinto
provocaban en las palomas, pero esa
tarde las pichonas se hab韆n
resguardado y las nubes cubr韆n el
cielo. Desde que comenz?a trabajar
all? hab韆 pasado un a駉, un largo
a駉 en el que se acostumbr?a la
soledad, a no reconocer su voz, a
dejar que fuesen los dem醩 los que
hablasen, por ello su queja fue
muda, reduci閚dose a un pensamiento
que le hizo mover de izquierda a
derecha la cabeza y plantearse la
compra de otro reloj.
Cuando lleg?a la puerta, permaneci?
unos minutos quieto, mirando hacia
el interior, contemplando c髆o la
oscuridad embargaba el recinto. Con
los pies dentro del aguazal que
invad韆 la entrada, imagin?la
flaccidez de sus m鷖culos; los
p醨pados laxos, la mirada vac韆, los
p髆ulos afilados, su 鷏tima mueca de
dolor y, como siempre, el pla駃r
insoportable de los suyos. Como en
los casos anteriores, se tom?su
tiempo. Intent?no hacer suyo aquel
dolor, pero todo fue en vano. Se
acongoj?y volvi?a plantearse
abandonar. Se dijo a s?mismo que
aquella era la 鷏tima vez, que ten韆
que dejarlo, que no pod韆 soportarlo
m醩. Permaneci?frente a la entrada
con la mirada vidriosa y
perdida, hasta que el murmullo
del cortejo f鷑ebre lo sac?de su
ensimismamiento.
Cuando todos llegaron, coloc?el
ramo de rosas sobre el f閞etro,
abri?la cancela del pante髇 y
ejerci? una vez m醩, de enterrador.
*Texto finalista en el certamen
internacional “Las
Quinientas” de
2004 y publicado en la revista
literaria “El Malpensante”,
de Colombia.