ra un d韆 como otro cualquiera. Ni mejor ni peor,
dir韆 yo. Pero Fidel viv韆 ya desde hace tiempo en
esa rutina que le hab韆 convertido en una persona
olvidadiza. Se hab韆 olvidado de que el mundo
todav韆 estaba a su alrededor. Y el mundo todav韆
ten韆 vida. Tambi閚, con el tiempo, se hab韆
convertido tristemente en una persona olvidada.
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Los
mismos 醨boles, los mismos adoquines, el
mismo olivo que quedaba all? olvidado
tras las 鷏timas obras, que le hab韆n
concedido la gracia de salvarle la vida. |
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Hoy era su d韆 libre de trabajo, pero 閘 no sab韆
disfrutarlo como hac韆n los otros. Para 閘 era
incluso rutinario hasta su d韆 de descanso. Porque
pensaba que los d韆s libres eran para eso, para
descansar. Y el descanso no lo pod韆 concebir Fidel
como algo que se pudiese disfrutar con actividades
de ocio, aunque tal vez podr韆mos decir que s?
ociosamente, si no se tratase de 閘, claro. Visto
desde fuera, podr韆mos pensar que era as? casi
vago. Pero Fidel lo ten韆 todo pensado, calculado
hasta el 鷏timo segundo de su no-ocioso d韆.
Viv韆 as?porque no sab韆 hacerlo de otra manera.
Nadie le hab韆 ense馻do a disfrutar de esos otros
momentos que ofrece la vida a veces. Pero es que
incluso yo, ahora, me pregunto si para esto, te
tienen que ense馻r algo. ―Un momento para la
reflexi髇―, creo que, cuanto menos, te tienen que
ayudar a compartirlos.
Pero lo cierto es que pasaban los d韆s y el mundo
cambiaba a su alrededor sin 閘 apenas notarlo. Unos
van, otros vienen y el mundo no se detiene, pero
para 閘 siempre estaba igual. Sin apenas detenerse.
S髄o el paso del tiempo se notaba en sus facciones.
Porque, eso s? ten韆 un aspecto meticulosamente
cuidado. Aunque hac韆 a駉s que su forma de vestir
era la misma. El mismo aspecto, la misma
indumentaria y la misma vida.
Su casa ten韆 una mezcolanza de ambientes, entre
acogedor y cl醩ico, con algunos objetos 閠nicos que
poco a poco iba comprando en algunos de los
rastrillos que cada Navidad visitaba. Los colores,
de vez en cuando, romp韆n la l韓ea de lo inexpresivo
e invitaban a recordar ciertas an閏dotas que casi ya
hab韆 olvidado. 蓅tos eran sus momentos de
felicidad, pl醕ida por supuesto. Porque, entonces,
su mirada se fijaba en algo que le evocase recuerdos
pasados, y despu閟 sonre韆. Y su mirada vagaba hac韆
nadie sabe d髇de. Su mente viajaba de nuevo sin
billete.
Era el d韆 de hacer la compra. Como cada d韆 de
descanso, tom?su desayuno, compuesto por un vaso de
leche con cacao y cuatro galletas. Nunca tomaba
caf? No hab韆 encontrado el placer de tomarlo por
la ma馻na. Le resultaba amargo. El aroma del caf?le
resultaba inc髆odo. Romp韆 la monoton韆 de sus
sensaciones.
Despu閟 se dispuso a salir a la calle para comprar
el peri骴ico. Lo le韆 tras la comida. La televisi髇
la utilizaba para armonizar el ambiente con su
sonido de fondo. Porque, en cierto modo, 閘 tambi閚
necesitaba compa耥a. Y, a ciertas horas, 閟ta era su
visita.
Viv韆 en un tercer piso. Esto le disgustaba a veces.
Prefer韆 haber vivido en un segundo. Siempre hab韆
vivido en un segundo; cuando era peque駉, en la casa
de sus padres y, despu閟, en el viejo piso de un
barrio antiguo de la ciudad, del cual tuvo que
mudarse porque su contrato de alquiler hab韆 sido
renovado y ya no pertenec韆 a los de renta antigua,
en los cuales s?merece la pena vivir con algunas
comodidades de menos en la vivienda. Ahora, por el
precio que le supon韆 el alquiler, se hab韆 buscado
un apartamento, que c髆odamente pagaba con sus
ahorros y con la letra de su hipoteca. En los
tiempos que corren hay que decir que esto resulta
imposible para el resto de la gente, pero Fidel no
ten韆 m醩 gastos.
Bajaba siempre, desde su tercer piso, en el
ascensor. Podr韆 hacerlo por la escalera, ya que no
le molestaba en absoluto el ejercicio. De hecho,
caminaba del trabajo a casa durante veinte minutos y
s髄o cog韆 el autob鷖 cuando llov韆. Desde el
ascensor, a ciertas horas, pod韆 ver c髆o cambiaba
el mundo. Esto no es extra駉, ya que era apenas el
鷑ico contacto exterior que manten韆 con sus vecinos
y, en cierto modo, con su m醩 cercano c韗culo
social. Cuando iba a trabajar y bajaba a las siete y
media, ve韆 a las dos ni馻s de los vecinos de al
lado que cada d韆 bajaban coquetas, con sus falditas
de cuadros escoceses y risue馻s. Otras veces menos,
cuando era lunes o finalizaban las vacaciones.
Tambi閚 se cruzaba con sus vecinos. El de arriba era
profesor de Historia. Siempre con su peri骴ico
debajo del brazo y el malet韓 de cuero desgastado en
el otro. Se intercambiaban los correspondientes
saludos cuando se ve韆n y nunca hablaban sobre el
tiempo o sobre otras cosas banales, porque Fidel no
sab韆 hacerlo. M醩 de una vez estuvo a punto, y,
cuando su vecino ya se daba la vuelta para salir del
ascensor, 閘 hab韆 abierto la boca mientras casi
gesticulaba la frase, tan meditada, que se qued?de
nuevo en el aire. Y as? nunca sal韆 de lo mismo. La
misma vida.
Alguna vez se encontraba con la vecina del cuarto.
Le agradaba, la verdad. Pero tampoco cruzaba con
ella m醩 palabras que el correcto saludo que un
vecino te dar韆 por la ma馻na. Otras veces acababa
de irse y notaba en el aire su perfume. Era
inconfundible. Sab韆 que era ella. Y la imaginaba
bajando con 閘 en el ascensor, aunque no lo
estuviese haciendo. Y se la imaginaba caminando por
la casa, ya que a menudo la escucha desde la suya,
con sus tacones, siempre tan alegre, siempre tan
sensual. Tendr韆 unos cuarenta a駉s y viv韆 sola,
como 閘. Pero ella no ten韆 una vida mon髏ona y 閘
la envidiaba. Envidiaba su vida, no para vivirla,
sino para poder compartirla con ella. Pero sab韆 que
no ser韆 posible. Y cuando se cruzaban en el portal,
ten韆 miedo de que estos pensamientos fuesen como
deseos le韉os en voz alta. Y su coraz髇, entonces, y
s髄o esas veces, palpitaba m醩 fuerte.
Esa ma馻na, no se cruz?con nadie en el trayecto
hasta el portal. El ascensor estaba vac韔 de
personas y de fragancias. Era su d韆 de descanso.
Cuando sali?a la calle, se dio cuenta de que era
una ma馻na bastante soleada para ser oto馻l. No
pod韆 imaginarse c髆o pudo pasarse por alto el
detalle de bajar con sus gafas de sol. Se sent韆
inc髆odo. Pens?en dar media vuelta y subir a casa a
buscarlas. Pero no estaba acostumbrado a olvidarse
cosas, ni a volver a casa sin planearlo, ni a
deshacer sus planes. As?que, inc髆odo, sigui?su
camino hasta el supermercado. Intentaba no darle
vueltas a este hecho, pero se sent韆 m醩 inc髆odo y
esperaba que el d韆 ya no iba
a ser demasiando normal.
Cruz?la acera y el paso de peatones. Absorto en sus
pensamientos, camin?a lo largo del paseo del parque
que estaba enfrente de su casa hasta el
supermercado. Siempre era lo mismo. Los mismos
醨boles, los mismos adoquines, el mismo olivo que
quedaba all? olvidado tras las 鷏timas obras, que
le hab韆n concedido la gracia de salvarle la vida.
No era un olivo puesto all?a prop髎ito. Llevaba
all?d閏adas, antes incluso de que en el barrio
hubiese casas ni bloques de edificios. Era un olivo
que ahora estaba solo, pero que antes hab韆 estado
rodeado por otros en una huerta de las afueras de la
ciudad. Hoy, aquella huerta ya no existe, y las
afueras tampoco, porque aquello, ahora, es un barrio
de la ciudad bastante concurrido y bullicioso, por
cierto. Aunque eso s? relativamente nuevo. Fidel
siempre lo miraba y pasaba por su lado como si le
diese seguridad, eso que a veces le faltaba. Parece
absurdo decir que casi lo saludaba, pero, en
realidad, as?era. Pasaba a su lado y se dec韆
“Hola, ya estoy aqu?de nuevo. T?y yo siempre
estamos igual. Viendo el tiempo pasar”. All?
seguir韆 su olivo. Por all?pasar韆 m醩 tarde.
M醩 all?del olivo hab韆 otros 醨boles. 蓅tos
formaban una peque馻 isla al final del parque, cerca
del supermercado. Ten韆n ya las hojas en tonos
ocres. Y no eran tan robustos como el olivo. Adem醩,
sus hojas ca韆n al suelo en oto駉, formando una
bonita alfombra que resaltar韆 m醩 al olivo.
Y all? en las primeras hojas de esa poco tupida
alfombra, todav韆 estaba mir醤dolo. Asustadizo y
tembloroso, con sus ojos brillantes mirando los
suyos, que hoy, u?casualidad!, no se escond韆n
bajo sus gafas de sol. Hubo algo en aquellas
miradas. Porque hay que decir que fueron miradas.
S? hubo m醩 de una. Al principio, Fidel no pod韆
fijar la vista en 閘. Pero despu閟, desde unos pasos
m醩 delante de su olivo, volv韆 una y otra vez a
fijar su vista en 閘. Y era rec韕roca. Luego, una y
otra vez la declinaba, para acabar clavadas de nuevo
ambas pupilas en la misma mirada. Y fue entonces
cuando en Fidel emergieron 醰idamente sensaciones
confortadas por todo aquello que anhelaba.
Y en aquel ef韒ero instante, cambi?su rutina de
aquel d韆, de su d韆 de descanso. Sin 閘 saberlo,
cambi?poco a poco, paso a paso, su rutina. Iba
cambiando a medida que m醩 se acercaba a 閘. Sab韆
que era 閘 por su mirada. No pod韆 ser ella. Esa
mirada le dec韆 mucho. La reconoc韆, y, de alg鷑
modo, 閘 tambi閚 reconoci?la de Fidel. Su nuevo
amigo le devolvi?la 鷏tima mirada a la vez que
emit韆 un aullido, que poco a poco fue
convirti閚dose en un agudo ladrido. No estaba
triste. Ya no eran sollozos.
Aquel d韆 se lo dedicaron a ambos. Quien pasaba y
los ve韆 no pod韆 menos que mirar. Porque, aunque
nadie conoc韆 a Fidel ni a su ―ahora― mejor amigo,
todos pod韆n ver una exultante felicidad entre dos
seres, expectantes el uno al otro. Y Fidel se olvid?
de su rutina, de sus sensateces. De la l骻ica
marcada por el banal ritmo de su vida durante tantos
a駉s. Y en sus recovecos mentales ya no exist韆 su
vecina, ni la vida mon髏ona de sus no-ociosos
d韆s. Fidel, hoy, ya respiraba a fondo la
vida.
Su amigo, sometido a espuela y fusta hasta aquel
d韆, lo compart韆 con 閘 y, con mesurados gestos,
todav韆 le brindaba la mejor de las sonrisas, la
sonrisa de la vida.