l contrario de otros cuentos que se escuchan o se han
escuchado, 閟te no es de 揌ace mucho, much韘imo
tiempo...? sino de hace m醩 bien poco, ya que
el televisor es un electrodom閟tico que existe
desde no hace muchos a駉s.
Vayamos, pues, al relato. Era una tarde fant醩tica.
Luc韆 un sol radiante, no hac韆 ni fr韔 ni
calor, ni incluso una pizca de viento. S髄o una
cosa enturbiaba el d韆 para los viejos del lugar:
no hab韆 ning鷑 ni駉 en la calle. Parec韆 que
los peque駉s hab韆n desaparecido, pero era 閟ta
una inc骻nita que podr韆 despejarse pronto si
alguien se preocupaba por averiguar la raz髇 de
tal ausencia: los ni駉s estaban en sus casas,
sentados, sin hacer nada, viendo en la tele
sus programas favoritos.
Como comprender醤, si un d韆 pasa eso, no hay por qu? alarmarse, pero el caso es que esto ocurr韆 todos
los fines de semana, sin excepci髇, hasta el
punto de que la preocupaci髇 de todos por los
ni駉s era bien patente.
Uno de esos fines de semana, se levant?Ador, de diez
a駉s, y a鷑 con los ojos entreabiertos de
dormir, se sent?en el sof?y puls?al azar uno
de los botones del mando del televisor, pero... no
apareci?ni una imagen ni se oy?ni un sonido;
subi?el volumen y nada. Pronto alcanz?a abrir
los ojos un poco m醩 y vio ue su televisor
hab韆 desaparecido!
―h, no! Me estoy perdiendo mis programas
favoritos, mis dibujos, lo mejor de la vida. No
puede ser ―pens? y decidi?ir a buscar su
televisor.
Cogi?corriendo su chaqueta, se visti?y sali?a la
calle. El sol era espl閚dido ese s醔ado. Ador
qued?maravillado. Hacia tiempo que no sal韆 un
s醔ado por la ma馻na ni siquiera a ver el sol,
pero la b鷖queda que lo hab韆 sacado a la calle
era irrenunciable y continu?su camino.
El pueblo no era muy grande y a Ador se le ocurri?que
la antigua tienda de televisores del viejo
Robislete era la mejor opci髇 para empezar; por
eso se dirigi?all?
―h, hacia tiempo que no ve韆 un ni駉 en la
calle un d韆 como hoy! Me alegra verte,
jovencito. 縌u?quieres de m? ―pregunt? el buen anciano.
Ador le cont?la extra馻 desaparici髇 de su televisor.
Desde luego, sus padres no pod韆n hab閞selo dado
a cualquiera, a ellos tambi閚 les encantaba ver
algunos programas. Tampoco se lo pod韆 haber
llevado un ladr髇, porque 縬ui閚 va a robar una
tele sin llevarse el mando a distancia?
Ser韆 una tonter韆.
―Por eso, vengo a usted. A lo mejor, sabe algo de
mi tele, se駉r ―dijo Ador con un
gesto de preocupaci髇.
―Has venido al lugar indicado, hijo. Te contar? una historia que a nadie le he contado todav韆,
ya que a m?me pas?lo mismo cuando ten韆 tu
edad: mi televisor desapareci?y nadie sab韆
nada. Yo no tuve la suerte que tienes t? debido
a que donde viv韆 no hab韆 vendedores de
televisores, ni t閏nicos, ni nada parecido, por
lo que comenc?a buscar detr醩 de un viejo
mueble que hab韆 en mi casa, en esta casa... Pero
no servir韆 de nada que te contara lo que vi,
as?que... 縫or qu?no entras?
Ador desconfi?un poco del viejo; hab韆 visto m醩 de
una pel韈ula en las que a un loco chiflado le
daba por raptar a ni駉s. Pero sus sospechas se
despejaron cuando el viejo abri?el pasadizo
detr醩 del mueble: de 閘 sal韆 una luz
impresionante, plet髍ica de colores y todo tipo
de destellos y sonidos, que hicieron que Ador
entrase sin pens醨selo dos veces.
―Buena suerte, chico ―grit?el viejo desde
la lejan韆 de nuestro mundo.
Pero el chico ya estaba en un lugar maravilloso donde no
se pod韆 escuchar a la gente del mundo real.
Ador baj?las escaleras que lo llevaban a ese mundo, y
una sala enorme se abri?ante 閘. Era una sala
blanca y en ella no hab韆 nada, absolutamente
nada... Si hab韆 alg鷑 infinito, esa sala lo
representaba con exactitud. Ningunos ojos pod韆n
haber visto nunca una sala tan grande. El chico,
ensimismado en su b鷖queda, observ?que all?no
pod韆 estar su televisor; all?no hab韆 nada,
estaba vac韆, y jam醩 llegar韆 al final de ella
aunque estuviera mil a駉s recorri閚dola. Mir? su reloj. ran las diez de la ma馻na, la hora
de sus dibujos preferidos, y 閘 se los estaba
perdiendo... Estaba perdiendo el tiempo all?..!,
se lamentaba casi sollozando.
De improviso, la sala empez?a transformarse, a
convertirse en el mismo escenario de donde sal韆n
sus dibujos favoritos: era un bosque muy verde,
demasiado verde para ser real; sonaba la misma
m鷖ica, aparec韆n los mismos r髏ulos del
principio, y Ador se dio cuenta de que all? estaban los protagonistas de sus dibujos, esos
fant醩ticos dibujos de unos conejos aventureros
deambulando como centellas por el bosque.
El chico se escondi?tras un arbusto que encontr?a su
lado. Esos conejos, cuyo tama駉 era tan grande
como el de una persona, tambi閚 ten韆n la
inteligencia de una persona, y pronto se
percataron de que, en su cap韙ulo de hoy, hab韆
un intruso que no hab韆 sido invitado, por lo
que, al ver algo raro tras un arbusto, decidieron
mirar... All?estaba Ador, asustado y maravillado
a la vez. Siempre hab韆 so馻do ser un
protagonista de sus dibujos y ahora lo estaba
siendo, pero parec韆 que no era bien recibido:
―縌ui閚 eres? 縌u?haces aqu? ―le
pregunt?uno de los conejos.
―Soy Ador. Estoy buscando mi televisor ―respondi? con voz temblorosa.
―縏u tele? a, ja, ja! ―rieron al
un韘ono.
―Est醩 en ella ―afirm?el segundo conejo.
―Cre韆mos que eras un s鷅dito de la bruja. La
conoces, 縩o? Sabemos que no te pierdes un solo
cap韙ulo.
Ador asinti?con la cabeza. Ahora ten韆 una sonrisa en
su rostro. Eran los dibujos que ve韆 siempre, sus
favoritos, y ahora estaba en ellos con esos
conejos que salvaban, todos los fines de semana,
el 揗undo Fantas韆?de las perversas
intenciones de esa malvada bruja.
―Siempre he deseado protagonizar una cap韙ulo con
vosotros y poner todo mi empe駉 en vuestra lucha
contra esa bruja ―dijo Ador con m醩
entusiasmo que nunca.
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Pero nada mas decir eso, un
enorme drag髇 mandado por
la bruja apareci?de repente entre las sombras
silvestres. |
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Pero nada mas decir eso, un enorme drag髇 mandado por
la bruja apareci?de repente entre las sombras
silvestres. Era un ser gigantesco, exageradamente
verde y vomitaba fuego por la boca. Los conejos
cogieron al chico y emprendieron la huida
corriendo como centellas.
―Debemos idear un plan ―propuso el chico.
―Es verdad. Escond醡onos en la madriguera ―adujo
uno de los conejos.
Pero no hubo tiempo. La grotesca figura del drag髇 los
cogi?a los tres y no hab韆 escapatoria. El fin
parec韆 irremediable: iban a ser presas de las
fauces de aquella abominable criatura.
En ese preciso instante, el chico record?que en los
dibujos se puede hacer casi cualquier cosa por
imposible que parezca, as?que estir?la mano
tanto, tanto, que alcanz?las patas del drag髇,
elabor?en su imaginaci髇 una cuerda resistente
y con ella las at?fuertemente inmoviliz醤dolo.
El drag髇 perdi?el equilibrio y cay? estrepitosamente al suelo como una pesada mole. Se
dieron cuenta de que estaba fuera de combate
porque le sal韆n estrellitas de la cabeza, cosa
que s髄o pasa en los dibujos.
―ien hecho! ―agradecieron los conejos al
chico.
Ador se sinti?muy feliz. No s髄o hab韆 protagonizado
un cap韙ulo junto con sus amigos preferidos;
tambi閚 los hab韆 salvado de la amenaza de aquel
abyecto y gigantesco reptil, y ahora se lo
agradec韆n.
Inesperadamente, la sala empez?a oscurecerse y unos
r髏ulos enormes sal韆n de todas partes
envolvi閚dolo todo. Ador decidi?entonces salir
de aquel sitio: enseguida hab韆 comprendido que
un cap韙ulo hab韆 llegado a su fin y otro iba a
dar comienzo. Subi?la escalera con rapidez, y
all?estaba el viejo esper醤dole para volver a
cerrar el pasadizo.
―縃as comprendido por qu?arreglo televisores? Yo
los entiendo mejor que nadie, pero no veo mucho
sus historias, sus dibujos, sus aventuras... Ahora
t? al igual que yo hace muchos a駉s, te has
dado cuenta de que esas aventuras son m醩
divertidas si las vives t?que si las vive
alguien por ti; adem醩, ense馻n m醩
experiment醤dolas personalmente, que vi閚dolas
en una simple pantalla.
Cuando lleg?a casa, su tele ya estaba all?
pero no la encendi?como de costumbre. Cogi?un
viejo bal髇, sali?a la calle y se puso a jugar
con 閘.
Los ni駉s que estaban viendo la tele en sus
casas, lo vieron divertirse tanto que decidieron
unirse a 閘 y empezaron a salir todos a la calle,
algunos con un bal髇, otros con patines, espadas
de cart髇... Ahora muchos ni駉s estaban jugando
por todas las calles. Los viejos del pueblo
estaban tan sorprendidos como maravillados: no
hab韆n visto una cosa igual desde hac韆 mucho
tiempo... desde que los padres empezaron a comprar
televisores.
El pueblo no volvi?a ser el mismo. La ni駉s
continuaron viendo la tele, pero ahora
comprend韆n que no hay mejor cap韙ulo de
aventuras que aquel que elabora la imaginaci髇 de
uno mismo.
Ador a鷑 es joven y arregla televisores, as?que si
alg鷑 d韆 desaparece el vuestro, vivid una de
las aventuras que m醩 os gusten. Ya sab閕s
d髇de ir...