ot?que algo no iba bien cuando aquellos hombres
reaccionaron espantados al verme en la sala de
espera. Minutos antes hab韆 aparcado el coche a
pocos metros del portal en una calle donde no
hab韆 un alma. Hab韆 subido hasta el primer piso
y hab韆 oprimido el bot髇 del timbre junto a la
puerta donde la placa met醠ica avisaba que el ?/span>Doctor
Ferr醤, Psiquiatra?/span> habitaba all? Un zumbido me
indic?que el dispositivo de apertura autom醫ica
me permit韆 franquear la entrada. Acced?al
interior. No vi a nadie. Anduve unos pasos hasta
dar con un cartelito que rezaba: ?/span>Por favor, entre y acom骴ese?/span>.
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Luc韆 una cara llena de
醤gulos, unos p髆ulos salientes colorados como
fresas en medio de un paisaje cubierto por cejas
tan espesas que sombreaban su nariz. |
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Dos individuos que no pod韆n ser m醩 diferentes el uno
del otro fijaban su mirada sobre sendas revistas
en afanada lectura. Uno llevaba una chaquetilla
azul celeste echada sobre sus anchos hombros los
cuales sosten韆n una cabeza cuadrada. Quiz? deber韆 decir c鷅ica. Luc韆 una cara llena de
醤gulos, unos p髆ulos salientes colorados como
fresas en medio de un paisaje cubierto por cejas
tan espesas que sombreaban su nariz. El otro, un
se駉r flaco, mov韆 r韙micamente una pierna al
tiempo que acariciaba su barbilla puntiaguda como
si estuviese urdiendo alguna trama particularmente
tupida.
Decid?tomar asiento, dije 揵uenos d韆s?y comenz? la detonaci髇.
Los dos personajes me miraron expresando tal horror que
me result?algo casi c髆ico al principio. El
flaco dej?caer la revista y dio un respingo en
su asiento mostrando en sus ojillos de hur髇 un
terror aut閚tico. El de las cejas de astrac醤
qued?agarrado a los brazos de su silla como si
de s鷅ito hubiera decidido hacer de vientre. Las
primeras palabras que pugnaron por salir de su
boca s髄o llegaron a encadenar un sonido
inteligible a medias:
―No... no puede ser un... adre! 縌u?es...?
El hombre delgado temblaba y no parec韆 ser capaz de
arrancar un fonema a su garganta.
―緿?.. d髇de hay una fi... fiesta de disfraces?
―inquiri?en un alarde de entereza el de la
cara angulosa. Nada m醩 verle, ya hab韆 supuesto
yo que era m醩 decidido y fuerte que su
compa馿ro. Le devolv?una mirada ni por asomo
tan espantada aunque s?un tanto inquieta, y
pregunt?a mi vez:
―縁iesta de disfraces? 縋or qu?me pregunta eso?
El hombrecillo de ojos como cabezas de alfiler manten韆
su mudez, por lo que, en la escena, s髄o
est醔amos interviniendo el forzudo y yo en una
especie de t?a t?
―Pe... pero, 縩o se ha dado cu... cuenta de su
aspecto? ―articul?el cejudo. Su voz
abandon?el hilo que hab韆 sido al principio de
su estupefacci髇 para dar paso a una sonoridad
grave y con matices de pertenecer a alguien
versado en la oratoria.
―Mire, no s?de qu?va este acertijo, pero no
entiendo una palabra. 縀s que estaban jugando a
algo ustedes dos?
El hombre enjuto como piel abandonada por el lagarto en
una muda consigui?emitir un pitido hist閞ico:
―s incre韇le, incre韇le! ―A
continuaci髇, se puso en pie y empez?a
se馻larme con el dedo en el peor de los actos que
las normas de urbanidad estipulan que no ha de
realizarse jam醩: apuntar con un dedo al
pr骿imo.
―縉o lo ve? 縀s que no lo ve? ―chillaba
como una comadreja el delgado, dirigi閚dose a su
colega de aventuras en una innecesaria llamada de
atenci髇. Al parecer, yo estaba siendo el
causante de un momento estelar en sus vidas.
―Miren, d韌anme de qu?se trata y gustosamente me
unir?al juego ―repuse en un tono que
pretend韆 ser mucho m醩 amable de lo que sent韆
en mi interior. Y es que en mi interior estaba
creciendo una congoja que no me atrev韆 a mostrar
a aquellos dos. No era mi intenci髇 azorarme ante
sus aspavientos, no fuera a ocurrir que todo aquel
teatro consistiera en una est鷓ida broma.
―Pero m韗ese usted, hombre de Dios...
En ese momento apareci?la recepcionista del doctor.
Puede que fuese enfermera o algo as? pero no
parec韆 que su trabajo consistiera en prestar
ning鷑 servicio sanitario a los clientes del
psiquiatra. M醩 bien creo que ning鷑 psiquiatra
necesita de una enfermera. 蓅ta, sin embargo,
vest韆 como tal, con cofia y todo.
―縌u?pasa aqu? ―quiso saber la mujer.
Fue recorriendo uno a uno a los all?presentes
con una mirada entre felina y asustada hasta topar
con mi persona. Se llev?las manos a ambos lados
de su cara, redondita como un pan candeal, y,
agarr醤dose ambas orejas, inici?un chillido que
muy bien pod韆 haberle desgarrado una parte de su
髍gano fonador. Lo siguiente tuvo mucho de
confusi髇, gritos, saltitos del se駉r enjuto
aqu?y all? gestos incomprensibles del
fortach髇, que pretend韆 arrancar a su realidad
unos gramos de verosimilitud, y una desaz髇 por
mi parte que amenazaba con desbordar mi
autocontrol.
La chica fue retrocediendo, sin girarse, en direcci髇 al
despacho del m閐ico; tal deb韆 ser su trauma al
contemplarme. Aqu閘 fue el instante en que, al
fin, opt?por tocarme la cara y el cuerpo...
la... i cara! 縌u?es esto? 緿髇de est?mi
nariz? El pelo, las orejas... estos huecos o
son mis ojos! El tacto de lo que deb韆 de ser mi
piel me devolv韆 una sensaci髇 plastificada,
como si estuviera acariciando un objeto de goma.
El doctor Ferr醤, reci閚 salido de su cub韈ulo,
tuvo el gran acierto de definir mi repentina nueva
apariencia, contribuyendo a acrecentar el estupor
que invad韆 mis sentidos:
―Es como un dibujo... en tres dimensiones. Un
personaje de c髆ic o algo as?
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El
flaco dej?caer la revista y dio un respingo en
su asiento mostrando en sus ojillos de hur髇 un
terror aut閚tico. |
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El doctor hablaba con voz entrecortada pero con mayor
firmeza que la de ninguno de los actores de la
escena. Ojal?hubiese sido s髄o eso, una escena
de una obra que lanzase al p鷅lico aquellos
mensajes de irrealidad para entretenerlo un poco.
Pero no. Contrariamente al deseo de mi raz髇,
estaba soportando sobre mi persona toda la
presi髇 de los hechos, sin poder aliviarme por
v醠vula de escape alguna.
―Su cabeza es... como una moneda gigante ―advirti? el hombrecito con sus ojillos clavados en mi
reci閚 estrenada anatom韆. Un dedo nudoso
segu韆 apunt醤dome como arma de fuego
enca駉nando al enemigo.
―Y esa cosa que lleva en la barriga. Parece... la
bolsa de un canguro 縩o? ―se permiti? opinar la enfermera con actitud menos hist閞ica
que al inicio de su arrebato. No dejaba de mirar
aquel ap閚dice en forma de saco. No s?c髆o,
pero, manteni閚dome al margen de la espectacular
transformaci髇 con verdadero dominio de m? mismo, comenc?a interpretar toda esa confusi髇
desde un punto de vista pr醕tico. Lejos de
contagiarme del estupor ajeno, me di cuenta de que
podr韆 sacar provecho. All?guardar韆 una buena
cantidad de cosas.
―Esas manos... son manoplas de cuatro dedos ―acert? a comentar el doctor Ferr醤 en lo que parec韆
estar convirti閚dose en una sesi髇 de anatom韆
descriptiva como las que ten韆n lugar en el aula
magna de algunas facultades de medicina hace
doscientos a駉s y en las que se mostraban
excrecencias y deformidades de humanos
desgraciados a un p鷅lico docto y 醰ido de la
novedad m醩 escabrosa.
Los cuatro que ten韆 frente a m? contemplando lo m醩
parecido a un alien韌ena que se hab韆 cruzado en
sus vidas, hab韆n iniciado una fase de
investigaci髇 ya casi repuestos de la sorpresa.
―Mira, Claudia ―coment?el psiquiatra
acerc醤dose cada vez m醩 a m? manifestando un
inter閟 cercano al del facultativo que examina a
su paciente pero a鷑 a la defensiva―. Su
tronco y piernas parecen de regaliz. Debe poseer
una gran elasticidad.
Observ?mis piernas y las mov?de un lado a otro y
hacia el frente, como si diera una patada. Para mi
sorpresa, la pierna sufri?un estiramiento tal
que lo que hac韆 las veces de pie impact?en el
abdomen del doctor, aunque 閟te no se inmut?
―Vaya, es de goma ―asegur?el hombret髇 de
nariz sombreada, que hasta entonces hab韆
permanecido de pie en silencio, cruzado de brazos.
―Como un chicle, s? Goma... de mascar ―apreci? el individuo delgado.
―Oiga, caballero, 縟e d髇de ha salido? ―intervino
Ferr醤 tras unos momentos de inspecci髇, durante
los cuales no hab韆 parado de dar vueltas en
torno a m? Tapaba su boca parcialmente con una
mano en actitud reflexiva.
Le mir?a los ojos, fui bajando poco a poco mi nueva
cabeza y traslad?la mirada hacia mis blandas
extremidades. Volv?a fijarme en 閘 y no se me
ocurri?otra idea que preguntarle:
―縐sted est?sufriendo por su mujer, 縱erdad?
Debo reconocer que, hasta ese instante, mi forma de
entender lo que estaba sucediendo hab韆
evolucionado y un extra駉 pragmatismo estaba
adue襻ndose de mi percepci髇.
La enfermera o asistenta llamada Claudia, el hombrecillo
fino y el hombret髇 observaban perplejos la cara
del doctor a la espera de lo que 閟te fuese a
contestar. La chica se llev?tres dedos a la boca
como si entendiera el mensaje de mi pregunta m醩
all?que los dem醩.
―Usted me sorprende doblemente, se駉r m韔. 縋or
qu?iba yo a...?
Ah?par?su alocuci髇, probablemente presa de sus
nervios al comprobar que yo hab韆 dado en el
clavo.
―Esto es incre韇le, incre韇le ―volvi?a
sermonear el de los ojillos de roedor, incapaz de
expresar nada m醩 coherente. Y es que la
coherencia se encontraba ese d韆 a miles de
kil髆etros de all?
―lamen a la polic韆! ―aull?de repente
el de las mejillas coloradas mientras enarcaba
aquellas cejas que eran como cepillos de barrer.
―縔 por qu?habr韆n de hacerlo? ―inquir? sin perder la calma.
―Usted es un extraterrestre, un extra駉 elemento
que se ha infiltrado aqu?con sabe Dios qu? intenciones ―afirm?la tal Claudia con la
ansiedad reflejada en su cara de cera―.
Tenemos que protegernos ―concluy? desplazando su mirada del doctor hacia los otros
dos. Yo continu?en mis trece:
―Su mujer tambi閚 sufre por usted, doctor. Pero es
mejor que no le cuente la verdad, es decir, que
usted se acuesta con otra.
Ferr醤 permaneci?callado al principio frot醤dose las
sienes a lo largo de un minuto o as? para acabar
perdiendo el control de forma que, m醩 que
hablar, lo que hizo a continuaci髇 fue proferir
una serie de voces descontroladas:
―i mujer est?enferma! e c醤cer! Se muere,
s? Hace a駉s que sufre, laro que sufre! La
est?devorando por dentro, pero ese buen Dios que
dicen que vela por nosotros no quiere llev醨sela
a鷑. La mantiene ah? echada como un trapo sobre
su cama, hecha un ovillo, marchit醤dose en una
agon韆 absurda.
La chica pos?una mano sobre la espalda del m閐ico y la
otra sobre un hombro. En ese momento parec韆 una
enfermera.
Los dos hombres observaban el cuadro contritos, pero el
grand髇 segu韆 erre que erre:
―Hay que avisar a los municipales. Si no lo hacen
ustedes, lo har?yo.
El m閐ico levant?una mano:
―Todav韆 no, quiero saber m醩 ―se dirigi? hacia m?poniendo los brazos en jarras en actitud
desafiante―. 緾髆o ha sabido lo de mi
mujer?
Contest?sin dilaci髇:
―No le puedo asegurar c髆o. Es, quiz? mi nueva
naturaleza la que me permite ver m醩 all? ―afirm?sin darle importancia―. Y
d韌ame, 縞ree que estar韆 usted cometiendo un
crimen si dejara de administrarle la medicaci髇?
―縌u?pretende? 縌u?se ha cre韉o usted?
―sto es demasiado! ―exclam?el que se
empe馻ba en mandarme a chirona. Acto seguido,
sac?un tel閒ono m髒il del bolsillo de sus
abultados pantalones de lana.
―La vida es muy cruel ―me o?decir en lo que
ya hab韆 asimilado perfectamente como mi reci閚
nacido papel en la vida. Era una persona, o un
dibujo, completamente nueva.
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Un dedo nudoso
segu韆 apunt醤dome como arma de fuego
enca駉nando al enemigo. |
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―D韌ame, doctor, 縞ontemplar c髆o la vida se
escapa del cuerpo de su amada esposa es lo mejor
que puede hacer por ella?
La chica respondi?por 閘. Me daba cuenta de que mis
palabras llamaban m醩 la atenci髇 que mi
estramb髏ico aspecto, lo cual me estaba
satisfaciendo bastante, s?
―La eutanasia est?prohibida en el mundo entero,
縮abe? ―asegur?Claudia―. Es un
delito.
―Es el favor que necesita un enfermo que ve c髆o
se desvanece, impotente ―continu?#8213;.
Si nosotros supi閞amos lo que siente un
desgraciado en esa situaci髇, estoy seguro de que
lo pedir韆mos a gritos.
Me fij?en la rubicunda Claudia como si fuera la 鷑ica
persona presente en la sala y le habl?medio
sonriendo:
―Esa afici髇 tuya por la bebida no es nada
encomiable. Est醩 buscando la ruina del feto que
llevas dentro.
Otro dardo en la diana. Un velo blanco se interpuso en el
campo visual de Claudia y 閟ta cay?desmayada.
El doctor se agach?a su lado intentando
reanimarla. El hombre grande hablaba por
tel閒ono:
―Es la calle Caballero de Gracia, n鷐ero diez.
Vengan r醦ido.
A continuaci髇, se acerc?a m?y repiti?el gesto del
hombrecito enca駉n醤dome con un dedo:
―No se librar?de la Justicia. Desde luego que no,
specie de cromo viviente!
―Oiga, que yo no tengo la culpa de haberme
encontrado as?en lo que dura un suspiro. Le
aseguro que, cuando sal?de mi casa, era una
persona normal. ―Detuve mi exposici髇 s髄o
una fracci髇 de segundo para pensar. Fue algo
reflejo, incontrolable, lo que sali?de mis...
Bueno, carezco de labios; digamos, de la ranura
que tengo por boca:
―Es usted tan lanzado en todos sus actos... ―apunt?#8213;.
Como aquella ocasi髇 en que atropell?a ese
pobre ni駉. Cruzaba por el paso de peatones, pero
usted ten韆 mucha prisa, como siempre. Circulaba
muy por encima de la velocidad permitida. Todo
acab?para aquel muchachito inocente.
―No fue as?.. ada de eso! ―repuso el
interpelado―. 蒷... cruz?sin mirar, se me
ech?encima. No pude evitarlo.
―Mi reci閚 descubierta capacidad para ver a
trav閟 de la mente de los dem醩 me dice que no
fue eso lo que dictamin?el juez. Desde lo m醩
rec髇dito de su mente sabe que actu?de forma
irresponsable. Hace a駉s que no descansa por las
noches, 縩o es cierto? Por eso viene al
psiquiatra desde entonces.
El gran hombre no articul?palabra alguna. El silencio
se apoder?de la estancia, al tiempo que el
doctor Ferr醤 administraba un bebedizo a la
chica. 蓅ta parec韆 que empezaba a reponerse de
mis revelaciones sobre su principal afici髇.
Entonces son?la voz del 鷑ico asistente a la reuni髇
que no hab韆 mediado palabra desde hac韆 un buen
rato.
―Yo tambi閚 lo he pasado muy mal ―comenz?a
manifestar el delgaducho―. Estoy en
tratamiento desde hace mucho m醩 tiempo que este
se駉r, y lo cierto es...
―Lo cierto es ―le interrump?sin demora, con
impiedad― que usted es un acomplejado, un
enfermo psicosom醫ico que siempre anda diciendo
que padece m醩 que los otros, cuando lo que tiene
es una desmedida hipocondr韆, aparte de un
complejo de inferioridad que se agrava
progresivamente.
La que atend韆 al nombre de Claudia comenz?a llorar
con desconsuelo.
―Que pare ya, que esa cosa se vaya de aqu? no
quiero volver a verle ―el llanto hizo que
terminara la frase con un ?..verleeee?
seguido de sollozos e hipidos.
Fue entonces cuando la sirena de la polic韆 comenz?a
hacerse audible. Deb韆 tomar una decisi髇: o me
quedaba para comprobar si todo aquello respond韆
a una rid韈ula pesadilla o me dejaba llevar por
mi reciente... poder, o ll醡ese como se quiera.
Me fij?en la bolsa que sobresal韆 de mi abdomen
y record?lo que la chica hab韆 comentado: 搇a
bolsa de un canguro? Se oy?el sonido
procedente de la calle que anunciaba que la
polic韆 acababa de descender de su veh韈ulo. Sin
saber por qu? di un salto hacia la ventana que
daba al patio interior del edificio, con asombrosa
agilidad, por cierto, y, de inmediato, comprob? que mi especial anatom韆 me facilitaba mucho las
cosas. En pocos segundos hab韆 conseguido trepar
por la pared del patio hasta la azotea. Una vez
all? mir?a mi alrededor y continu? maravill醤dome de mis cualidades f韘icas.
Despu閟 de ejecutar varios saltos que me llevaron
de un edificio a otro, analic?la situaci髇: me
encontraba a unas diez manzanas de la consulta del
doctor. Me sent?apoy醤dome sobre una chimenea y
hurgu?en el interior de mi bolsa. Mi manopla
detect?con una alta sensibilidad varios bultitos
en su interior. A medida que los frotaba, iban
tomando forma en mi mano. Cuando extraje 閟ta,
observ?algo sorprendente: sobre la palma se
hallaban varios mu馿quitos, r閜licas perfectas
de mi nuevo aspecto, como varios 搚o?en
miniatura. Una idea se abri?paso en mi mente y
me pareci?incuestionable. Ech?hacia atr醩 mi
cabeza con forma de moneda, como hab韆 asegurado
el hombrecito de la consulta, y di paso a una
carcajada que atron?las calles:
―Es el comienzo de una nueva estirpe... s? la
generaci髇 de los dibujos animados con vida
propia... aya! Tendr?que encontrar una
abreviatura para eso. As?que puedo generar
dobles con esta bolsita que tengo en el abdomen...
Bueno, esto parece un sue駉, algo que he estado
esperando desde hace tanto... Ustedes pensar醤
que no ando muy cuerdo, claro que no se han visto
en una situaci髇 como la m韆.
Lo 鷑ico que no consigo recordar de toda esta historia
es por qu?me dirig韆 yo a la consulta de ese
doctor... Pero eso ya no importa.