o nunca pude precisar el momento exacto en que comenz? el plan de destrucci髇, pero ser韆 una tonter韆
negarle importancia a la anuencia de los chicos y
al genio incre韇le de mam?
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"Fathers
and Sons (2)",
髄eo
de Andrey Yanev. |
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No s? nunca supe por qu?nos envolvi?esa decepci髇
repentina, ese extra駉 hast韔. Despu閟 de todo,
pap?nunca hab韆 sido un Cid con tiradores, y su
apariencia de queja vertebrada quiz?se debiera a
que, dentro de su m韓ima cultura de primer grado
inferior, existi?siempre una peque馻 luz que le
hac韆 presentir este mundo hostil, solitario,
enfermo de subestimaciones y costumbres que nos
deshabita. Pero nunca transmiti?nada; se dej? encasillar, se dej?dominar por los gritos de
mam?(alaridos de los ojos, esos que duelen) o
los and醫e al diablo de nosotros, cuando
pudimos defendernos de 閘.
Claro, la cosa hab韆 cambiado, ya aquel padre golpeador
hab韆 envejecido y no pod韆 imponer su raz髇 o
sinraz髇 con el cintur髇, el manotazo de su
palma pesada, o la pena de ir a la cama sin cenar.
Hugo, casi m閐ico; a H閏tor le faltan dos
materias para terminar arquitectura, Palmira era
ya la secretaria privada de un importante editor y
yo, el menor, acababa de ingresar a la carrera de
abogac韆. Todos j髒enes, inteligentes,
ambiciosos, pero a la vez embriagados por una
sensaci髇 inevitable de planeta desierto, de
plaza vac韆, de pueblo abandonado.
Ya pap?casi no contaba en la familia; su viaje diario
constaba de dos escalas por la ma馻na, una en el
ba駉 m醩 amplio y sin tardar mucho, la otra
durante el t?con leche, escondido entre las
altas sillas de cedro barnizado y nuestros cuerpos
de estatuas inmutables. Apenas alg鷑 comentario
sobre un nuevo chiste verde escuchado en el
trabajo, o la idea de plantar malvones en el
jardincito del fondo compon韆n la iniciativa de
pap? Aunque no debo olvidar la t韒ida
sugerencia de comprar un pomo grande de crema
hecha con aceite de bacalao para las paspaduras.
El viejo almorzaba o cenaba solo, en silencio,
antes o despu閟 que nosotros.
Adem醩 pod韆, se lo ten韆mos conscientemente
permitido, caminar de un lado a otro del comedor y
silbar un tango de Cobi醤, pero 閘 no ten韆 muy
presente ese derecho y hac韆 sus traves韆s
interiores cabizbajo, como pidiendo disculpas por
ocupar el aire.
Sab韆mos que pap?hac韆 el mejor asado, coleccionaba
llaves y era un experto evaluador de cueritos de
canilla, pero jam醩 le permitimos demostrar sus
habilidades, no lo dejamos probar al pobre
maldito. Tal vez un hombre ingenuo como 閘
hubiera podido ayudarnos a arrancarnos esta ara馻
interior que ahora nos consume.
Y un d韆, enloquecimos. Creo que todo comenz?aquella
noche en que Palmira coment?que iba a salir con
el novio y asegur?que no pensaba volver hasta el
d韆 siguiente. Mam?no puso objeci髇. No s? y
es feo decirlo, si fue porque realmente no le
molest?el asunto o nada m醩 que para contrariar
a pap? Lo cierto es que cuando pap?corri? gritando de manera descomunal para detenerla,
H閏tor le hizo una zancadilla y el cuerpo del
viejo rod?estrepitosamente por las escaleras del
living.
Era la primera vez que pasaba algo as? y, aunque
parezca raro e inconcebible, a todos nos pareci? b醨bara la impulsiva iniciativa de Hectorcito. Si
hasta gozamos uno a uno los golpes de pap?entre
escal髇 y escal髇, explotando de bronca y sin
dejar de insultarnos hasta chocar la boca contra
la alfombra. H閏tor
fue el secreto portavoz de nuestro odio,
esa furia de la que no se habla nunca, porque este
tipo de sentimientos no est?permitido. S?
H閏tor abri?una puerta que ya nunca pudo
cerrarse. Ah? pues, comenz?todo, porque, para
que Palmira pudiera irse, tuvimos que atarlo a una
silla, y lo que al principio fue una absurda pero
divertida irreverencia, mezcla de juego y alegre
desahogo, ser convirti?con los d韆s en un
habito incansable de fiereza progresiva y, poco
a poco, gracias a la f閞til imaginaci髇
de mam?y a nuestros conocimientos bien
adquiridos, fuimos esparciendo con eficiencia la
ira ins髄ita pero voraz que a menudo despierta
esta clase de hombres.
Para mam? para nosotros, el camino hacia la libertad se
basaba en la invalidez de este desubicado e
ignorante cascarrabias. La municipalidad, pensaba
yo, como futuro legislador, deber韆 tener
jurisdicci髇 sobre la capacidad de engendrar o no
hijos, y no deber韆 autorizar a ser padre a un
tipo que, a los siete a駉s, hab韆 dejado el
colegio para ir a trabajar a un almac閚 y cuyo
progenitor hab韆 desaparecido cuando 閘 naci?y
no le hab韆 ense馻do el oficio para tratar con
ni駉s.
En fin, volviendo al presente, les cuento que, prisionero
y apretado por las sogas, durante horas pap?nos
roci?con las m醩 diversas malas palabras,
amenazas y maldiciones, hasta que Hugo tom?un
cuchillito de esos que usaba para trabajos
pr醕ticos, y le extirp?la lengua. Ha de ser
cierta aquella tesis sobre las reacciones dispares
de cada hemisferio del cerebro, porque,
paralelamente, lo que hac韆 Hugo nos parec韆 una
locura y lo disfrut醔amos.
La primera semana tuvimos la sensaci髇 de tenerlo encima
de nosotros, y eso que 閘 estaba all? inm髒il,
a un costado, mudo y completamente aferrado a una
silla. M醩 solo que nunca. Por eso, para que no
supiera nuestros movimientos, actu醔amos mediante
gestos, un retorcido c骴igo antipaternalista que
termin?por trastornarnos del todo. Es que no
soport醔amos saberlo cerca, pues est醔amos
seguros de que 閘 participaba de nuestros actos,
los auscultaba y juzgaba, aun sumergido en su
tr醙ica comedia de inocente ejecutado.
Y como lo correcto no siempre es lo contrario de lo
incorrecto, ya cansados de intrigas, y para que
pap?no pudiera enterarse de nuestros planes
diarios y sufriera por no poder evitarlos, Hugo le
cort?las orejas y, posteriormente, con ayuda de
una tibia esp醫ula de metal dorado, le quit?los
ojos.
Durante los d韆s posteriores, tratamos de disimular de
la mejor manera posible la est醫ica presencia de
pap? mutilado y finalmente preso en el altillo.
Eso s? le desatamos las cuerdas y le d醔amos
siempre el beso de las buenas noches.
El planeta entero, con sus consagraciones de cristal y
sus valores inmutables, ser韆 incapaz de
comprender lo que hicimos. Asimismo, nosotros no
supimos presentir que lo am醔amos intensamente,
en la misma y equilibrada medida de nuestro
desprecio. Se dice que dos afectos opuestos no
pueden coexistir en un mismo instante. Es mentira.
Pero volvamos al relato: las cosas empeoraron. Pap? no
me pregunten c髆o, consigui?escapar del altillo
y aun ciego, sordo, mudo y d閎il, pudo llegar
hasta la puerta de calle y salir. Casi se entera
todo el mundo. Tuvimos que operar otra vez. Con
ayuda de Palmira lo metimos en la editorial un
domingo por la tarde y H閏tor, que siempre tuvo
buena mano para el dibujo y perspectiva, supo
manejar la m醧uina de guillotinar papel con
certeza. S? la misma cuchilla que corta las
ediciones de Poe y de Cervantes, y que se
deshonr?amputando las piernas y los brazos de
pap?
Lo que quedaba de 閘 ya no molestaba mucho. Apenas una
comida diaria (naturista) y un poquito de pis
entre las siete y las ocho de la noche. De eso se
ocupaba Palmira; yo, en cambio, le acariciaba los
p髆ulos, ahora ya sin temor, imaginando las
l醙rimas que derramar韆 si le hubi閞amos dejado
los ojos. Y Hugo, con la cabeza gacha, murmuraba
玴erd髇, perd髇? pero pap?ya no escuchaba.
Paulatinamente, comenzamos a abandonar las fiestas y
otras reuniones. Por 鷏timo, la facultad, el
trabajo, el mundo exterior. Palmira cort?la
relaci髇 con su novio. Inclusive dejamos de ir al
comedor y al jardincito del fondo. El radio de
vida inclu韆 鷑icamente la cocina, el ba駉 y el
altillo.
Mam?fue la 鷏tima en claudicar, la que m醩 tard?en
aflojar, pero H閏tor la convenci?y la trajo un
d韆 hasta el altillo (ya hablo de este lugarcito
como de otra casa, el nuevo hogar). Y pap?
imposible olvidar ese gesto, pap?pareci? saberlo, sentir que todos est醔amos all?
sujetos a 閘, ciegos, sordos, mudos e inv醠idos,
implorando esa dulce sonrisa que 閘, finalmente,
nos ofrendaba entre jadeos.
Desde entonces, nada ha cambiado. El remedio para la
familia no result?y a veces pienso que esta
anulaci髇 del padre ha sido un fracaso mayor de
lo sospechado. Es m醩, ayer, cuando mam?nos
hizo salir a todos del cuarto (no necesito aclarar
que ya vivimos en el altillo), seg鷑 un chisme de
Palmira, se debi?a que ella ten韆 ganas de
volver a abrazar a pap?como en los primeros
tiempos. Y, bueno, son marido y mujer, necesitan
un poco de intimidad, qu?tanto.
Cuando de seres humanos se trata, ciertas batallas
interiores pueden deparar las m醩 diversas
sorpresas, como se ve.
(*De
su libro El ultimo oto駉 y otros cuentos
(1982), que result?galardonado con la Faja de
Honor de la S.A.D.E. en su edici髇 de 1983.)