N.? 42

JULIO-AGOSTO 2006

2

  

  
 

Remedio para familias*

Luis Buero  

  

  

Y

o nunca pude precisar el momento exacto en que comenz? el plan de destrucci髇, pero ser韆 una tonter韆 negarle importancia a la anuencia de los chicos y al genio incre韇le de mam?

  
     

"Fathers and Sons (2)",

髄eo de Andrey Yanev.

  

No s? nunca supe por qu?nos envolvi?esa decepci髇 repentina, ese extra駉 hast韔. Despu閟 de todo, pap?nunca hab韆 sido un Cid con tiradores, y su apariencia de queja vertebrada quiz?se debiera a que, dentro de su m韓ima cultura de primer grado inferior, existi?siempre una peque馻 luz que le hac韆 presentir este mundo hostil, solitario, enfermo de subestimaciones y costumbres que nos deshabita. Pero nunca transmiti?nada; se dej? encasillar, se dej?dominar por los gritos de mam?(alaridos de los ojos, esos que duelen) o los and醫e al diablo de nosotros, cuando pudimos defendernos de 閘.

Claro, la cosa hab韆 cambiado, ya aquel padre golpeador hab韆 envejecido y no pod韆 imponer su raz髇 o sinraz髇 con el cintur髇, el manotazo de su palma pesada, o la pena de ir a la cama sin cenar. Hugo, casi m閐ico; a H閏tor le faltan dos materias para terminar arquitectura, Palmira era ya la secretaria privada de un importante editor y yo, el menor, acababa de ingresar a la carrera de abogac韆. Todos j髒enes, inteligentes, ambiciosos, pero a la vez embriagados por una sensaci髇 inevitable de planeta desierto, de plaza vac韆, de pueblo abandonado.

Ya pap?casi no contaba en la familia; su viaje diario constaba de dos escalas por la ma馻na, una en el ba駉 m醩 amplio y sin tardar mucho, la otra durante el t?con leche, escondido entre las altas sillas de cedro barnizado y nuestros cuerpos de estatuas inmutables. Apenas alg鷑 comentario sobre un nuevo chiste verde escuchado en el trabajo, o la idea de plantar malvones en el jardincito del fondo compon韆n la iniciativa de pap? Aunque no debo olvidar la t韒ida sugerencia de comprar un pomo grande de crema hecha con aceite de bacalao para las paspaduras. El viejo almorzaba o cenaba solo, en silencio, antes o despu閟 que nosotros.

Adem醩 pod韆, se lo ten韆mos conscientemente permitido, caminar de un lado a otro del comedor y silbar un tango de Cobi醤, pero 閘 no ten韆 muy presente ese derecho y hac韆 sus traves韆s interiores cabizbajo, como pidiendo disculpas por ocupar el aire.

Sab韆mos que pap?hac韆 el mejor asado, coleccionaba llaves y era un experto evaluador de cueritos de canilla, pero jam醩 le permitimos demostrar sus habilidades, no lo dejamos probar al pobre maldito. Tal vez un hombre ingenuo como 閘 hubiera podido ayudarnos a arrancarnos esta ara馻 interior que ahora nos consume.

Y un d韆, enloquecimos. Creo que todo comenz?aquella noche en que Palmira coment?que iba a salir con el novio y asegur?que no pensaba volver hasta el d韆 siguiente. Mam?no puso objeci髇. No s? y es feo decirlo, si fue porque realmente no le molest?el asunto o nada m醩 que para contrariar a pap? Lo cierto es que cuando pap?corri? gritando de manera descomunal para detenerla, H閏tor le hizo una zancadilla y el cuerpo del viejo rod?estrepitosamente por las escaleras del living.

Era la primera vez que pasaba algo as? y, aunque parezca raro e inconcebible, a todos nos pareci? b醨bara la impulsiva iniciativa de Hectorcito. Si hasta gozamos uno a uno los golpes de pap?entre escal髇 y escal髇, explotando de bronca y sin dejar de insultarnos hasta chocar la boca contra la alfombra. H閏tor  fue el secreto portavoz de nuestro odio, esa furia de la que no se habla nunca, porque este tipo de sentimientos no est?permitido. S? H閏tor abri?una puerta que ya nunca pudo cerrarse. Ah? pues, comenz?todo, porque, para que Palmira pudiera irse, tuvimos que atarlo a una silla, y lo que al principio fue una absurda pero divertida irreverencia, mezcla de juego y alegre desahogo, ser convirti?con los d韆s en un habito incansable de fiereza progresiva y, poco  a poco, gracias a la f閞til imaginaci髇 de mam?y a nuestros conocimientos bien adquiridos, fuimos esparciendo con eficiencia la ira ins髄ita pero voraz que a menudo despierta esta clase de hombres.

Para mam? para nosotros, el camino hacia la libertad se basaba en la invalidez de este desubicado e ignorante cascarrabias. La municipalidad, pensaba yo, como futuro legislador, deber韆 tener jurisdicci髇 sobre la capacidad de engendrar o no hijos, y no deber韆 autorizar a ser padre a un tipo que, a los siete a駉s, hab韆 dejado el colegio para ir a trabajar a un almac閚 y cuyo progenitor hab韆 desaparecido cuando 閘 naci?y no le hab韆 ense馻do el oficio para tratar con ni駉s.

En fin, volviendo al presente, les cuento que, prisionero y apretado por las sogas, durante horas pap?nos roci?con las m醩 diversas malas palabras, amenazas y maldiciones, hasta que Hugo tom?un cuchillito de esos que usaba para trabajos pr醕ticos, y le extirp?la lengua. Ha de ser cierta aquella tesis sobre las reacciones dispares de cada hemisferio del cerebro, porque, paralelamente, lo que hac韆 Hugo nos parec韆 una locura y lo disfrut醔amos.

La primera semana tuvimos la sensaci髇 de tenerlo encima de nosotros, y eso que 閘 estaba all? inm髒il, a un costado, mudo y completamente aferrado a una silla. M醩 solo que nunca. Por eso, para que no supiera nuestros movimientos, actu醔amos mediante gestos, un retorcido c骴igo antipaternalista que termin?por trastornarnos del todo. Es que no soport醔amos saberlo cerca, pues est醔amos seguros de que 閘 participaba de nuestros actos, los auscultaba y juzgaba, aun sumergido en su tr醙ica comedia de inocente ejecutado.

Y como lo correcto no siempre es lo contrario de lo incorrecto, ya cansados de intrigas, y para que pap?no pudiera enterarse de nuestros planes diarios y sufriera por no poder evitarlos, Hugo le cort?las orejas y, posteriormente, con ayuda de una tibia esp醫ula de metal dorado, le quit?los ojos.

Durante los d韆s posteriores, tratamos de disimular de la mejor manera posible la est醫ica presencia de pap? mutilado y finalmente preso en el altillo. Eso s? le desatamos las cuerdas y le d醔amos siempre el beso de las buenas noches.

El planeta entero, con sus consagraciones de cristal y sus valores inmutables, ser韆 incapaz de comprender lo que hicimos. Asimismo, nosotros no supimos presentir que lo am醔amos intensamente, en la misma y equilibrada medida de nuestro desprecio. Se dice que dos afectos opuestos no pueden coexistir en un mismo instante. Es mentira.

Pero volvamos al relato: las cosas empeoraron. Pap? no me pregunten c髆o, consigui?escapar del altillo y aun ciego, sordo, mudo y d閎il, pudo llegar hasta la puerta de calle y salir. Casi se entera todo el mundo. Tuvimos que operar otra vez. Con ayuda de Palmira lo metimos en la editorial un domingo por la tarde y H閏tor, que siempre tuvo buena mano para el dibujo y perspectiva, supo manejar la m醧uina de guillotinar papel con certeza. S? la misma cuchilla que corta las ediciones de Poe y de Cervantes, y que se deshonr?amputando las piernas y los brazos de pap?

Lo que quedaba de 閘 ya no molestaba mucho. Apenas una comida diaria (naturista) y un poquito de pis entre las siete y las ocho de la noche. De eso se ocupaba Palmira; yo, en cambio, le acariciaba los p髆ulos, ahora ya sin temor, imaginando las l醙rimas que derramar韆 si le hubi閞amos dejado los ojos. Y Hugo, con la cabeza gacha, murmuraba 玴erd髇, perd髇? pero pap?ya no escuchaba.

Paulatinamente, comenzamos a abandonar las fiestas y otras reuniones. Por 鷏timo, la facultad, el trabajo, el mundo exterior. Palmira cort?la relaci髇 con su novio. Inclusive dejamos de ir al comedor y al jardincito del fondo. El radio de vida inclu韆 鷑icamente la cocina, el ba駉 y el altillo.

Mam?fue la 鷏tima en claudicar, la que m醩 tard?en aflojar, pero H閏tor la convenci?y la trajo un d韆 hasta el altillo (ya hablo de este lugarcito como de otra casa, el nuevo hogar). Y pap? imposible olvidar ese gesto, pap?pareci? saberlo, sentir que todos est醔amos all? sujetos a 閘, ciegos, sordos, mudos e inv醠idos, implorando esa dulce sonrisa que 閘, finalmente, nos ofrendaba entre jadeos.

Desde entonces, nada ha cambiado. El remedio para la familia no result?y a veces pienso que esta anulaci髇 del padre ha sido un fracaso mayor de lo sospechado. Es m醩, ayer, cuando mam?nos hizo salir a todos del cuarto (no necesito aclarar que ya vivimos en el altillo), seg鷑 un chisme de Palmira, se debi?a que ella ten韆 ganas de volver a abrazar a pap?como en los primeros tiempos. Y, bueno, son marido y mujer, necesitan un poco de intimidad, qu?tanto.

Cuando de seres humanos se trata, ciertas batallas interiores pueden deparar las m醩 diversas sorpresas, como se ve.

  

  

(*De su libro El ultimo oto駉 y otros cuentos (1982), que result?galardonado con la Faja de Honor de la S.A.D.E. en su edici髇 de 1983.)

  

  

  

_______________

Luis Buero es guionista, escritor y periodista, tareas que compagina con la docencia en varias instituciones, como TEA Imagen, Universidad de Mor髇, Universidad de Belgrano y el ISER, entre otras. Entre otras obras, es autor del libro Historia de la televisi髇 argentina contada por sus protagonistas (Universidad de Mor髇, 1999), que obtuvo una menci髇 especial de APTRA en la entrega de los 揗art韓 Fierro?1999. M醩 detalles de este polifac閠ico autor, en su p醙ina ?a href="http://www.luisbuero.com.ar/index.html">Luis Buero?

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 V. N鷐ero 42. Julio-Agosto 2006. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2006 Luis Buero. Reservados todos los derechos ?2002-2006 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻).

  

  

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