ace unos a駉s,
un d韆 de verano, uno de esos calurosos, de cielo
despejado, unos amigos y yo fuimos a darnos un
ba駉 a una playa cercana a M醠aga. Ten韆 la
arena fina y, a su vez, innumerables rocas a su
alrededor. En la zona central de la orilla se
proyectaba una gran sombra sobre la arena
blanquecina, era el Pe耋n del Cuervo, una roca
caliza de grandes dimensiones.
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Comenzamos a nadar, entre
juegos, en la zona cercana al pe耋n, que
parec韆 vigilarnos con tentadora mirada. |
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Nos dispusimos a
tomar el sol. Era tan radiante que apenas pudimos
aguantar la tentaci髇 de pegarnos un chapuz髇.
Aquel d韆, el agua estaba g閘ida, se entumec韆n
las piernas al entrar, hab韆 que permanecer un
rato inerte cada vez que se daba un paso. Despu閟
de unos minutos, nuestros cuerpos empezaron a
atemperarse mientras nos arroj醔amos agua los
unos a los otros. Comenzamos a nadar, entre
juegos, en la zona cercana al pe耋n, que
parec韆 vigilarnos con tentadora mirada. Lo
observamos fijamente y decidimos al un韘ono subir
para saltar luego desde 閘.
蓃amos un grupo
de siete personas, tres chicas y cuatro chicos, a
cual m醩 intr閜ido. Pero, sin duda, la persona
m醩 temeraria y decidida era Vanesa. Esta chica
era alta, pelo rubio, con los rasgos muy marcados,
de una gran personalidad y, sobre todo, buena
amiga.
Comenzamos la
ascensi髇 de la gran roca siguiendo la ruta
marcada por el paso de los cientos de personas que
subieron alguna vez, como si de un carril se
tratara. A medio camino de la cima, decidimos
lanzarnos al agua. Las piernas nos temblaban.
Est醔amos a unos cinco metros de altura, pero,
como siempre, Vanesa, sin mediar palabra, se
lanz?al agua de cabeza y, a los pocos segundos,
lo hicimos el resto.
Esta subida de
adrenalina nos produjo unas ganas insaciables de
trepar de nuevo, r醦idamente, para lanzarnos
desde mayor altura. Pudimos subir al punto m醩
alto, entre quejas y lamentos de unos y otros,
pero la verdad es que nadie se quedaba rezagado.
Una vez arriba,
el miedo nos dej?inmovilizados. Nadie se
atrev韆 a
decir nada. Al mirar hacia abajo, se dej醔anse
ver, a trav閟 del agua, unas rocas que antes, a
ras de la arena, ni siquiera pod韆n imaginarse.
Despu閟 de
observar la gran altura, que pod韆 aproximarse a
los diez metros, y aquel oscuro fondo plagado de
rocas que cerraban a modo corro la zona del
chapuz髇, decidimos bajar por donde hab韆mos
venido. En ese momento, Vanesa coment?
―o
se醝s ni駉s, chicos! No pasa nada, yo me voy a
tirar de cabeza.
Preocupado por
lo que cre韆 una locura, le advert?
―縀st醩
loca...? No te lances, y mucho menos de cabeza. La
marea est?baja y no sabes la profundidad que hay
en esa zona... Hay muchas rocas...
Vanesa se lanz? al vac韔, con la cabeza por delante, y, como un
atleta de salto de trampol韓, entr?en el agua
de forma limpia, casi sin salpicar. Y, sin mediar
palabra, empezaron a tirarse el resto de mis
amigos, unos de 損ie? otros de 揵omba?..
Vanesa tard? unos segundos en salir a flote, pero sus
movimientos no eran los propios de una joven tan
llena de vida como ella. Surgi?del agua casi
inm髒il, apenas pod韆 mediar palabra.
David, alarmado,
le pregunt?
―縀st醩
bien?
Vanesa le
contest?con voz d閎il:
―o!
S醕ame de aqu? por favor.
Entre todos los
que estaban en el agua la sacaron, y el resto
bajamos del pe耋n como si la muerte nos
persiguiera.
Vanesa estaba
aturdida, no pod韆 andar, no sent韆 las piernas.
R醦idamente
llamamos a la Cruz Roja. El servicio sanitario
tard?unos diez minutos en llegar. En tan poco
tiempo, la playa se desbord?de curiosos.
Vanesa, cada vez
m醩 nerviosa por no sentir nada por debajo de sus
caderas, rompi?a llorar, gritando:
―o
siento las piernas! o siento nada!
Temiendo lo
peor, nosotros intentamos entretenerla con bromas
y gritos de 醤imo.
―No te
preocupes. Es por efecto del choque con el agua.
Pronto volver醩 a tener sensibilidad.
Una vez
trasladada al hospital, y tras varias horas que
nos parecieron una eternidad, los padres de ella,
destrozados, nos reunieron para decirnos que su
hija, tan feliz, tan cari駉sa, estaba hundida,
con ganas de morirse, al enterarse de la tremenda
noticia de que se hab韆 quedado irremediablemente
parapl閖ica.
Las primeras
semanas, Vanesa no quiso recibir visitas en el
hospital, ni siquiera la de sus amigos.
Transcurridos dos meses, por fin logramos
visitarla. Ten韆 la mirada perdida, no paraba de
compadecerse, se culpaba de todo lo que hab韆
pasado... Estaba terriblemente deprimida. Pero
todos sab韆mos que Vanesa era una joven animosa,
una luchadora.
Unos d韆s
despu閟 de nuestra visita, la trasladaron a
Toledo, a una cl韓ica especializada en el
tratamiento de ese tipo de lesiones.
Tras un a駉 y
medio de lucha interior y duras sesiones de
rehabilitaci髇, vio la luz, comenz?a quererse,
aprendi?a vivir de nuevo, a reconocer su
par醠isis y, sobre todo, a dejarse amar.
En la
actualidad, es una persona normal, con la gran
fuerza de voluntad que la caracteriza. Ha acabado
sus estudios de Derecho, tiene un buen trabajo y
se va a casar el pr髕imo verano.
En esta historia
se puede apreciar la imprudencia, la locura, la
insensatez de eso que llamamos juventud, y c髆o
cualquier imprudencia puede cambiar la vida de una
persona en un instante. Un simple juego, una
diversi髇 alocada, una acci髇 nuestra no
meditada se convierte en un instante en una fatal
pesadilla.
Pero lo m醩
importante que he sacado de esta vivencia es ver
c髆o una persona, en este caso querida, es capaz
de sobrevivir y salir adelante sin ning鷑 tipo de
complejo y con total felicidad... basta con darle
a la vida el inmenso valor que tiene, basta con
amar el precioso don de vivir.