rase una vez un
joven pintor que se llamaba David, cuyos profundos
ojos verdes reflejaban toda la rebeld韆 que
yac韆 en su interior. Rebeld韆 que tantas veces
le inspiraba a pintar cuadros con una gran
intensidad de colores y una fuerza en su
expresi髇 que no dejaba indiferente a ninguno.
El joven era de
una peque馻 ciudad del centro de Estados Unidos,
donde hab韆 estudiado Bellas Artes y hab韆
realizado varias exposiciones.
Este a駉 hab韆
recibido una beca para mejorar sus cualidades en
Grafton, un pueblo universitario a las afueras de
Londres, y no pensaba desaprovechar esa
oportunidad.
Su familia no
dispon韆 de muchos recursos. Su padre trabajaba
como operario en una f醔rica de coches y su madre
era peluquera.
David era el
mayor de tres hermanos y todos estaban muy
orgullosos de que un miembro de la familia tuviese
talento para el arte y fuese conocido en la
ciudad, aunque a veces no entend韆n cuando 閟te
de repente quer韆 estar s髄o y se iba a pasear o
a pensar a su habitaci髇. 蒷 dec韆 que era su
modo de encontrar inspiraci髇 para pintar, para
揺xpresarse pintando? y los dem醩 le dejaban
en su soledad y achacaban esos momentos a su
personalidad art韘tica.
Pero ahora todo
era diferente en Grafton. Viv韆 lejos de su
familia, en el campus universitario, con un
compa馿ro de piso franc閟 que estudiaba lo mismo
que 閘.
A David le
encantaba este pueblo. Apreciaba la paz que
encontraba all?cuando se iba a pasear solo por
el campo cruzando los canales, viendo las barcas
que remaban los propios universitarios que las
alquilaban, el olor a humedad de la campi馻
inglesa... Y, luego, las cafeter韆s, con su
ambiente intelectual, llenas de j髒enes que
acababan de salir de clase, las calles empedradas
por donde circulaban estudiantes en sus bicicletas
con sus libros...
David adoraba
aquella atm髎fera de juventud en busca de
libertad. Esas ganas de aprender, de compartir
experiencias, de conversar sobre el mundo, la
pol韙ica, la poes韆, los planes de futuro...
Todo era
maravilloso para el joven. Encontraba all?la
libertad que necesitaba para inspirarse en su
soledad, sin tener que enfadarse con sus hermanos
para que le dejasen solo, de cuyos enfados
parec韆 que se le iban a salir de las 髍bitas
sus inmensos ojos verdes, como esa campi馻
inglesa que a 閘 tanto le gustaba contemplar.
Adem醩, ahora
se pod韆 dejar su barba de tres d韆s y el pelo
un poco largo, ya que en casa su padre le echaba
una reprimenda a la hora de cenar cada vez que
descuidaba un poco su apariencia, dici閚dole que
parec韆 un mendigo con aquellos pelos.
S? todo era
perfecto ahora en Grafton, y no hac韆 m醩 que
empezar.
El fr韔
comenzaba a ser cada vez m醩 arduo aquel mes de
octubre y los estudiantes sol韆n irse a
cafeter韆s cercanas de la Facultad al salir de
clase.
Un d韆, de
camino a una de estas cafeter韆s, David se qued? observando a un grupo de j髒enes que estaban
hablando a la salida de la Facultad de
Psicolog韆. Entre ellos hab韆 una chica que le
hizo detenerse. Ten韆 algo especial, le parec韆
incre韇lemente atractiva y dulce, y no paraba de
hablar y hablar sin darse cuenta de que 閘 la
observaba a lo lejos.
Poco a poco,
David se fue acercando y, al estar a unos pasos de
ella, oy?de repente su propio nombre: 獶avid?
Era Finch, un compa馿ro de clase que estaba en
ese grupo.
―縌u?haces? ―dijo.
―Nada, estoy...
estaba yendo a la cafeter韆 閟ta de aqu?..
―Bueno, David es
un compa馿ro m韔 de clase ―dijo Finch al grupo―. Ellos son unos
amigos de la Facultad de Psicolog韆 ―a馻di? y procedi?a presentarle a cada
uno de ellos.
David no
escuchaba ning鷑 nombre, s髄o quer韆 o韗 el
nombre de ella.
―Emilie ―dijo
Finch cuando, por fin, los ojos de David se
cruzaron con los de ella.
―Hola.
―Hola.
Y se estrecharon
la mano.
David,
enseguida, mir?al suelo, por su inmensa timidez,
mientras ella le preguntaba.
―As?que
estudias con Finch Arte...
―緾髆o...? S?
s?
Qu?voz
m醩 dulce!? pensaba el joven, a quien le
empezaban a sudar las manos del propio
nerviosismo.
―Pero... no eres
ingl閟, tu acento...
―No, soy
americano...
Entonces lleg? un chico y salud?a la joven.
―Hola, 縞髆o
est醩? Vaya clase m醩 larga... ―dijo.
―S?―contest? Emilie―,
y
encima hay que entregar trabajo el jueves... Mira
閘 es David, de Bellas Artes, 閘 es Mike, un
compa馿ro de clase.
―Hola.
―Hola. Bueno me
voy a casa ―dijo
el joven mientras se alejaba.
Todos los del
grupo decidieron ir juntos a la misma cafeter韆
mientras Finch comenz?a hablar a David sobre
asignaturas y clases y profesores de su propia
Facultad.
Despu閟
estuvieron todos jugando al billar, y David no fue
capaz de dirigir la palabra a esa chica que le
impresionaba tanto, y tampoco se le dieron
demasiado bien las partidas de billar.
―Tiene que ser
fant醩tico poder hacer algo art韘tico ―dijo la joven acerc醤dose a David―.
Tener esa facilidad para hacerlo... Te tienes que
sentir muy bien cuando acabas una obra que has
hecho t?
―S? es
fant醩tico ―dijo
el pintor, ya m醩 tranquilo, ante la profunda
reflexi髇 de la joven―.
Es un modo de expresar lo que sientes ―prosigui?/span>―.
De repente, algo te inspira y se crea como una
energ韆 en tu interior que tienes que canalizar.
Yo lo hago pintando... 縎abes? Para ser pintor
tienes que ser un poco psic髄ogo tambi閚, porque
as?encuentras la inspiraci髇, observando a la
gente, c髆o act鷄... es una gran fuente de
inspiraci髇.
―Te entiendo. Sin
embargo, nosotros, los futuros psic髄ogos, no
tenemos la posibilidad de dejar nada por lo que
poder ser recordados... S髄o escuchar a la gente
y ayudarles en lo que podemos.
―Es una gran
labor...
―S?.. supongo
que s?―sonri? Emilie.
―Y t? 縠res de
Londres? ―pregunt? 閘.
―No, soy de
Arlington, una peque馻 ciudad al Sur de
Inglaterra.
―Bueno, somos
chicos de peque馻s ciudades... ―dijo David.
―S?
La conversaci髇
se prolong?un rato m醩 yendo por temas como la
ciudad de 閘, la de ella y Grafton.
Al final,
alguien del grupo sugiri?que era buena hora para
irse a casa y todos se levantaron.
―Bueno, ya nos
veremos ―dijo
Emilie.
―S? ya nos
veremos ―dijo
David con una sonrisa de complicidad.
玃or supuesto
que nos veremos? pensaba David volviendo a casa.
Era la chica
m醩 bella que hab韆 visto en su vida. Hab韆
algo especial en ella. Deseaba pintarla, as? tal
cual, con sus vaqueros gastados, sus zapatillas,
su jersey y su melena rubia. Quer韆 recoger su
estilo, su gracia, lo bien que le quedaba la
ropa...
Al d韆
siguiente, en clase estuvo muy concentrado en las
lecciones. Sin duda, esa chica le inspiraba y
esperaba verla al salir.
As?fue. En
cuanto acab?la clase, se dirigi?hacia la
Facultad de Psicolog韆 y all?estaba ella en la
puerta, hablando con una compa馿ra.
蒷 la
observaba, le encantaba hacerlo.
De repente, ella
le vio a lo lejos y David alz?la mano a modo de
saludo. Ella hizo lo mismo.
獶ebo
acercarme? pensaba David. 獴ueno, tranquilo,
sonr韊, tranquilo? se dec韆 mientras caminaba
hacia ella.
―Hola, 縬u? tal?
―Bien, un poco
cansada de la clase de hoy...
―Bueno, te dejo ―dijo
la otra chica.
―Vale, ma馻na te
veo ―respondi? Emilie con una sonrisa.
―縏e apetece
tomar algo? ―pregunt? David.
―S? vale.
縌u?tal tu clase de hoy? ―pregunt? Emilie.
―Bien, la verdad
es que el profesor que me da la 鷏tima clase es
buen韘imo.
Entraron en una
peque馻 cafeter韆 cercana y pidieron una Coca.
Estar韆n
hablando y hablando durante horas. Era curioso lo
c髆odos que se sent韆n el uno con el otro y la
cantidad de temas de los que pod韆n hablar.
Para David, ella
era fant醩tica, ten韆 tantas inquietudes... Le
hablaba de casos concretos de personas que hab韆n
superado ciertos miedos que ella hab韆 estudiado
y comportamientos de las personas en ciertas
situaciones...
A ella le
interesaba especialmente el modo como se
comportaban los ni駉s en el colegio, c髆o
desarrollar sus destrezas, hacerles mejorar...
蒷, mientras,
le hablaba de toda la libertad que le
proporcionaba pintar, su manera de expresar un
modo muy intenso de sentir.
Despu閟, David
acompa耋 a Emilie a su residencia, y, en la
puerta, ante la gran timidez de ambos, la bes?en
los labios. Sab韆 que recordar韆 ese beso toda
su vida.
Los siguientes
d韆s y meses pasaron del mismo modo. David y
Emilie se citaban despu閟 de clase y se iban a
pasear, a tomar una Coca...
Los fines de
semana sal韆n con amigos a pubs
cercanos o se iban a discotecas de Londres.
Todo era
perfecto para David en Grafton, era como si todo
el tiempo vivido antes hubiese estado buscando esa
vida, ese pueblo, esa gente...
Su progresi髇
en las clases era muy buena y uno de los
profesores le dijo que pronto podr韆 exponer si
continuaba trabajando de ese modo. Era
sorprendente lo r醦ido que se hab韆 adaptado a
la vida de Grafton.
Un d韆,
navegando en una g髇dola junto a Emilie por uno
de esos canales del pueblo, comenz?a contarle
todo lo que sent韆.
―縎abes que el
cielo a veces tiene el color de tus ojos? ―dijo David.
―緼h s?
―S? Pero s髄o
a veces. Al alba, en esas ma馻nas despejadas, muy
pronto, cuando nace el d韆.
―u?bonito!
Gracias.
―Es maravilloso
ver nacer algo ―prosigui?/span>―.
Y tus ojos poseen ese azul del alba. Y cada vez
que se fijan en m? me dan vida, hacen nacer en
m?un mont髇 de sentimientos: ternura,
complicidad, curiosidad por saber todo de ti,
querer d醨telo todo, toda mi vida, quererte
m韆... Y t? a cambio, me regalas el alba de
cada d韆 cuando me miras.
―Muchas gracias.
Te quiero. Eres el chico m醩 maravilloso del
mundo.
―Te quiero.
―緾u醤do nos
casamos? ―brome? Emilie.
―Yo me cas? contigo el d韆 en que te conoc?
―Gracias, amor.
Yo tambi閚.
David continuaba
remando.
―縎abes? Hoy he
estado hablando con mi madre sobre las Navidades ―dijo Emilie.
―Ir醩 a casa.
―S? en un par
de semanas. Estar?all?semana y media. Te voy a
echar de menos.
―Yo tambi閚. Yo
me quedar?aqu? Los vuelos a mi casa son muy
caros y estas Navidades las pasaremos un poco en
la distancia.
―u?pena!
Echar醩 de menos a tu familia...
―S? sobre todo
a mi madre, siempre desvivi閚dose por los dem醩.
―Hoy he hablado a
mi madre de ti.
―縔 qu?le has
dicho?
―Que eres un
pintor americano con mucha sensibilidad y una gran
proyecci髇 profesional. Y que siempre llevas unos
pantalones gastados.
―縔 qu?m醩?
―Que me adoras.
―Ah?..
Aquella tarde
pas?para David como una de las m醩 felices de
su vida.
Sab韆 que
durante los siguientes d韆s se ver韆n mucho
menos. David ten韆 que entregar un trabajo en
clase dos d韆s antes de que Emilie se fuese a ver
a su familia. As?que
hablaban por tel閒ono y se ve韆n un rato de vez
en cuando.
Un d韆 por la
tarde, David llam?a Emilie por tel閒ono desde
su habitaci髇, pero nadie contestaba.
M醩 tarde
volvi?a llamar, y luego, otra vez, y luego, otra
y otra, y nadie respond韆 al otro lado de la
l韓ea.
El deseo de
hablar con ella se hab韆 convertido ya en una
necesidad, casi en una obsesi髇. David no se
pod韆 concentrar en lo que estaba haciendo y se
fue a la residencia de Emilie. Tampoco contestaba
nadie en su habitaci髇.
Ante los golpes
que 閟te daba en la puerta, hab韆n salido varias
compa馿ras de Emilie para ver qu?pasaba. 蒷
les pregunt?por ella y ninguna la hab韆 visto
en toda la tarde.
A David se le
soltaban las l醙rimas de la rabia, la impotencia.
Se qued?sentado en el portal, llorando,
esper醤dola.
Una hora m醩
tarde, aparecer韆 Emilie, tranquila. Parec韆
venir de dar un paseo.
―緿髇de
has estado? ―pregunt?David exaltado.
―Hola. He
estado dando un paseo por ah?
―緿ando
un paseo? Llevo toda la tarde llam醤dote... Ya no
sab韆 qu?hacer.
―Lo
siento. Quer韆 desconectar de todo. Ahora estoy
m醩 tranquila...
―縋or
qu?
―No s?..
Me he sentido agobiada de repente con nuestra
relaci髇, ahora he ido a ver a mis padres.
―縉o
quieres estar un rato conmigo?
―S?..
Pero a veces necesito mi espacio. Yo soy as?..
―縏? eres as? Lo he pasado fatal, 縮abes? No sab韆
d髇de estabas y necesitaba verte. Estaba muy
preocupado.
―Lo
siento. No s?qu?decirte.
―Que no
volver醩 a hacerlo. Dime que no volver醩 a
hacerlo.
―No te
puedo decir eso. No lo s? No s?si volver?a
hacer o no, porque a veces necesito mi espacio...
―Vale. De
acuerdo. Me voy a ir a casa y ya est? Pero
縮abes? No he podido hacer casi nada esta tarde.
―Lo
siento. La pr髕ima vez que haga algo as?te lo
digo.
―De
acuerdo.
―Te
quiero.
―Y yo
tambi閚 te quiero ―respondi?David.
As?se cerr? el d韆. David se fue a su habitaci髇 a continuar
un poco m醩 con su trabajo y decidi?no darle
demasiada importancia al tema.
El d韆 de la
entrega del trabajo lleg?y los dos disfrutaron
juntos otra vez de su tiempo libre durante un par
de d韆s, hasta que Emilie parti?para visitar a
su familia.
De repente,
David se encontraba en su soledad esos d韆s de
Navidad. Era como si el tiempo se hubiese parado
para 閘. Paseaba cerca de los canales. Pensaba en
su familia, en todo el tiempo que hab韆 pasado
desde que lleg?a Grafton. Pintaba. Pensaba en lo
feliz que le hac韆 pintar, ese modo de expresar
todo lo que sent韆. Nada le hac韆 tan feliz como
eso: pintar. Crear le hac韆 volar con la
imaginaci髇, poder sentir la vida tan intensa
como quer韆. Siempre fue 閟e su recurso para
disfrutar de la vida, ser feliz cuando otras cosas
a su alrededor iban mal. Su refugio. Adem醩,
pintando, pod韆 recorrer con su pincel cada
forma, cada 醤gulo que ve韆 en la lejan韆, y
nada le hac韆 tan libre como eso.
Pensaba tambi閚
mucho en Emilie. Ella inspiraba su tiempo. Nunca
hab韆 sentido eso por otra chica, de un modo tan
intenso. Las relaciones que hab韆 tenido antes
con chicas en su ciudad hab韆n sido cortas; 閘
ten韆 un car醕ter muy fuerte y, cuando algo le
dol韆 de la chica con quien sal韆, en ese
momento dejaba la relaci髇, aunque m醩 adelante
tuviese sus dudas sobre si hab韆 sido demasiado
dr醩tico.
Con Emilie era
distinto. 蒷 hab韆 madurado y ella era especial.
Recordaba aquella tarde en que la estuvo llamando
tantas veces y ella no daba se馻les de vida. A鷑
sent韆 opresi髇 en el pecho record醤dolo. Pero
la perdonaba sin duda, porque la adoraba y llegaba
a entender incluso esa actitud de necesitar
soledad. Ten韆 tantos bellos recuerdos de ella...
Era maravillosa a sus ojos.
|

|
Y cada vez
que se fijan en m? me dan vida, hacen nacer en
m?un mont髇 de sentimientos: ternura,
complicidad, curiosidad por saber todo de ti,
querer d醨telo todo, toda mi vida, quererte
m韆... Y t? a cambio, me regalas el alba de
cada d韆 cuando me miras. |
|
Pasaron la
Navidades y, por fin, volvi?Emilie. Todo volv韆
a ser perfecto. Continuaban las clases, las citas
con su 搑ubia favorita?(como sol韆
llamarla), las salidas con amigos...
Un d韆, David
pint?a Emilie sentada junto a un 醨bol donde
sol韆n pasar horas y horas hablando. Sab韆 que
pronto expondr韆 y quer韆 un cuadro as?en su
colecci髇. La pint?como a 閘 le gustaba verla:
con sus vaqueros muy gastados y un jersey azul
oscuro. Ella deb韆 ponerse y quitarse la cazadora
cada poco para protegerse del fr韔 que hac韆,
porque 閘 quer韆 pintarla sin ella.
En pocos d韆s,
el cuadro estaba terminado y 閘 se sent韆
tremendamente orgulloso de s?mismo. Hab韆
expresado tantas cosas que le gustaban de ella...
Hizo lo que tanto le gustaba hacer, adorarla
observ醤dola vestida de un modo discreto y poco
bohemia incluso, en su soledad, peque馻 y a la
vez distante y lejana, sumida en sus pensamientos.
Pasaron los
d韆s y lleg?la gran fecha. Los cuadros de David
ser韆n expuestos en una peque馻 galer韆 de
Londres. El joven se hab韆 despertado ese d韆
con una sonrisa. Ten韆 muchas expectativas
respecto a lo que pasar韆 esa noche. Iba viendo
su creatividad y su trabajo reconocidos.
Su compa馿ro de
piso ya se hab韆 ido a clase y le hab韆 dejado
una nota en la que le deseaba suerte para la noche
y le dec韆 que luego se ver韆n en la
exposici髇.
Por la ma馻na,
sus padres le llamaron para desearle suerte y
decirle que estaban muy orgullosos de 閘.
Despu閟 se fue
a pasear solo, junto a los canales, tratando de
relajarse y mantener la cabeza en su sitio.
Estaba como en
una nube y no quer韆 sentirse as? 蒷 quer韆
mantenerse en calma para enterarse de todo, para
sentirlo todo.
Despu閟 se fue
a comer con Emilie y otros compa馿ros en un
descanso que 閟tos ten韆n entre clase y clase.
Tras pasear otro
rato solo, se prepar?para el gran momento.
Emilie y otros amigos cercanos fueron a buscarle y
se fueron todos juntos a la inauguraci髇.
Al abrir la
puerta de la galer韆, all?estaba la due馻 de
閟ta, que le recibi?con una amplia sonrisa y le
present?a varias personas con las que estaba
hablando. Eran cr韙icos de arte, periodistas...
Uno de ellos le
pregunt?cu醤do pint?su primer cuadro.
―Bueno,
lo primero que pint?fue sobre un papel normal y
corriente. Ten韆 siete a駉s ―explic?David.
―縔
qu?fue?
―Era
la f醔rica de mi padre, con un mont髇 de
tachones. Lo hice porque odiaba esa f醔rica,
porque me robaba a mi padre... Yo quer韆 pasar
m醩 tiempo con 閘 y 閘 ten韆 que trabajar
all?muchas horas. Entonces, un d韆 que
est醔amos jugando y pas醤dolo bien, tuvo que
irse a trabajar. Yo, al rato, fui a la f醔rica y
me puse a tirarle piedras al edificio. Un se駉r
me vio, me cogi?de las orejas y me llev?a
casa. Una vez all? esa noche, cog?un papel y
me puse a pintar para sacar toda esa rabia
contenida.
―u? historia m醩 bonita! ―dijo
el periodista.
―No
me lo hab韆s contado nunca ―dijo
Emilie―.
Es muy tierno.
David sonri?
Al rato, lleg? su profesor, el que hab韆 hecho posible la
exposici髇.
―緾髆o
est醩 David? 縉ervioso?
―S?
Estoy muy contento, pero estos sitios con tanta
gente me agobian un poco... Estoy acostumbrado a
estar en c韗culos de pocas personas?/span>
―Te
entiendo.
La exposici髇
parec韆 un 閤ito, la gente estaba muy interesada
en comprar sus cuadros, de los que David ya
conservaba una copia de cada uno. Mientras, Emilie
hablaba con los amigos con los que hab韆 ido y
m醩 gente. David se acerc?y se uni?a la
conversaci髇.
En un momento,
David la abraz?y bes?en la sien.
―y!,
quita ―dijo
Emilie.
David se qued? sin habla, no esperaba esa respuesta, mientras los
dem醩 continuaban la conversaci髇.
―縋or
qu?has hecho eso? ―pregunt? David en bajo.
―Si
estamos con m醩 gente, comport閙onos como los
dem醩.
―No
he hecho nada raro.
―Es
inc髆odo.
―緼h
s?
―No
te lo tomes a mal, no es para tanto.
―Vale,
vamos a olvidarlo.
La velada
continuaba con m鷖ica jazz de fondo.
―Ma馻na
me van a hacer una entrevista a 鷏tima hora de la
tarde ―dijo David a
Emilie―. 縌uedamos
antes para tomar algo?
―Ma馻na
por la tarde ten韆 pensado irme a Londres sola a
comprar unos libros y de tiendas... 縌uedamos
despu閟 de la entrevista?
―T? vas a tu aire... ―dijo
David, enfadado.
―Ya
hemos hablado antes de esto. Necesito mi espacio.
Me gusta estar sola a veces.
―T? no me quieres como yo te quiero a ti.
―縋ero
qu?dices? No tiene nada que ver con eso.
―趌timamente
casi no me dices que me quieres.
―Te
quiero. Te quiero. Pero yo no suelo decir eso a
todas horas.
―Pues
quiz醩 yo necesito o韗lo.
―緾u醤tas
veces al d韆? Yo te puedo decir: 攅sto es
blanco? una, dos o tres veces, pero
no lo voy a decir cien veces al d韆.
Necesito mi espacio, nada m醩. Pero te quiero
igual.
―No
lo creo y yo lo paso muy mal por 搕u espacio?
―Pues
eso no lo voy a cambiar.
―Muy
bien ―dijo
David. Y se alej?
El joven cogi? su cazadora, se despidi?de varias personas y se
fue de all?
|

|
Al lado, en el
canal, pasaban g髇dolas remadas por
universitarios entre risas y voces. Y ellos
parec韆n invisibles.
|
|
Pasaron d韆s
sin saber nada el uno del otro.
David estaba
destrozado. La echaba mucho de menos, pero no
pod韆 soportar la situaci髇 que ten韆 con ella.
Si sal韆 con ella necesitaba estar m醩 tiempo
con ella. Y ahora no pod韆 llamarla, por orgullo.
Emilie lo estaba
pasando muy mal tambi閚. Le quer韆 como no
hab韆 querido antes a otro chico. Pero nadie le
pod韆 quitar esos ratos sola, su espacio. Ni
siquiera 閘. 玒o soy as砘, pensaba.
A David, la
tristeza por la falta de Emilie era mayor que la
alegr韆 por los reconocimientos que estaba
recibiendo por su obra.
Uno de esos
d韆s de soledad en su habitaci髇, le apeteci? de repente ver las copias de los cuadros de esa
exposici髇. 玈on buenos? pensaba David
mientras los pasaba r醦idamente, hasta que lleg? al que pint?de Emilie y se detuvo en 閘. 獷ra
tan bella...? pensaba.
Observ醤dolo,
de repente comprendi?que 閘 la hab韆 pintado
en su soledad, porque eso le gustaba de ella.
Precisamente eso de lo que 閘 tanto se quejaba y
que hizo romper la relaci髇.
A 閘 le gustaba
as?en realidad, con su propia independencia que
le hac韆 interesante. No pod韆 cambiarle eso.
獷lla era as砘, dec韆 David en alto,
recordando lo que ella tanto repet韆. Era parte
de su personalidad. Probablemente, no ser韆 tan
interesante a sus ojos si no fuera as? Ya no
quer韆 cambiarle eso, porque la quer韆 como era,
tal cual.
Empez?a
recordar toda su historia con ella desde el
momento en que la conoci? la primera vez que la
vio, cuando apret?su mano al saludarla por
primera vez. Cuando se acerc?un compa馿ro de
ella de clase y ella se lo present?diciendo:
玀ira, 閘 es David, de Bellas Artes. Era la
primera vez que le oy?decir su nombre... Y
luego, todas las conversaciones que tuvo con ella.
S? esa necesidad de su espacio cuadraba con su
personalidad. No pod韆 cambi醨selo y 閘 la
quer韆 as? Adem醩, la entend韆, porque a 閘
le ocurr韆 lo mismo muchas veces.
Quer韆 verla,
hablar con ella, pero no se sent韆 con el coraje
suficiente para llamarla. As?que cogi?la llave
de casa y se fue a pasear hasta el 醨bol donde la
pint? Yendo para all? David pensaba lo curiosa
que es la vida a veces. Conoces a alguien, te
gusta, y entonces s髄o quieres conocerle m醩 y
m醩, sin darte cuenta de que, cuanto m醩 le
conozcas, m醩 cosas vas a conocer de la
personalidad de esa persona, que inevitablemente
te hagan da駉, pero la cuesti髇 es que, a pesar
de eso, quieras a esa persona como es.
Al llegar al
醨bol, all?estaba ella, sentada, mirando al
canal.
―Hola
―dijo
David.
―Hola
―dijo
ella, sorprendida.
―Quer韆
decirte que lo siento, que te entiendo, te echo de
menos y no quiero cambiarte en nada...
―Chuusss...
Emilie se alz? y le tap?los labios con el dedo.
―No
digas nada ―susurr? sutilmente al o韉o―.
Lo s?
Y le bes? fundi閚dose con 閘 en un abrazo, junto al
醨bol.
Ambos se
comprend韆n mejor que nunca. Hab韆n tenido
tiempo para ponerse el uno en la situaci髇 del
otro, y las palabras sobraban en ese momento.
Al lado, en el
canal, pasaban g髇dolas remadas por
universitarios entre risas y voces. Y ellos
parec韆n invisibles.