ue su madre la primera que lo supo, la primera que lo vio
cuando entr?a su habitaci髇 para despertarlo.
La cama estaba sin hacer, con las s醔anas
arrugadas y la colcha tirada en un rinc髇. Las
paredes aparec韆n desnudas, los cuadros en el
suelo. Sobre el escritorio, sepultando el
ordenador, una monta馻 de libros y apuntes; bajo
el escritorio, una papelera vac韆 con un centenar
de folios desperdigados a su alrededor; frente al
escritorio, el cuerpo inerte de Pablo desparramado
en una silla, los ojos cerrados, la boca abierta,
las manos entrelazadas descansando en su regazo.
Un reguero de sangre nac韆 en sus mu馿cas, se
deslizaba por la entrepierna y ca韆 lenta y
pegajosamente al suelo, formando a sus pies un
charco rojizo. En mitad del charco, la navaja
suiza que le regal?su abuelo el d韆 que hizo la
Primera Comuni髇.
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Manuel reaccion?a los pocos segundos, mir? por
un momento, los ojos de su mujer y rompi?a
llorar desconsoladamente. |
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Piedad grit? llen?sus pulmones con el aire enrarecido
de la habitaci髇 y volvi?a gritar. Su marido se
despert?y corri?a su encuentro, pero se
desmay?nada m醩 entrar en la habitaci髇 de
Pablo; nunca hab韆 soportado la visi髇 de la
m醩 m韓ima gota de sangre. Entre grito y grito,
Piedad alcanz?a o韗, a sus espaldas, el golpe
sordo y seco que produjo el cuerpo del hombre al
caer. Con las manos temblorosas por la conmoci髇,
intent?incorporar y reanimar a su marido,
palme醤dole el hombro y golpe醤dole suavemente
en una mejilla.
Manuel reaccion?a los pocos segundos, mir? por
un momento, los ojos de su mujer y rompi?a
llorar desconsoladamente, anunciando entre gemidos
que 玪o ve韆 venir, lo sab韆; esto ten韆 que
pasar...? Arrodillada a su lado, Piedad apoy? la cabeza del marido sobre su maternal pecho, como
si de un ni駉 se tratase, y le acarici?el
cabello con la esperanza de calmarlo, olvidando
por un instante su propio dolor.
Cuando, finalmente, ambos se levantaron, Piedad sugiri? que llamasen a la polic韆. Manuel se dirigi?al
sal髇. Sobre el escritorio de su hijo hab韆 un
supletorio, pero no se atrev韆 siquiera a volver
a mirar all?dentro. Levantando lentamente el
auricular, Manuel titube?unos instantes antes de
decidirse a marcar, pues no ten韆 claro si llamar
antes a la polic韆 o a la ambulancia. 縔 si su
hijo a鷑 estaba vivo? Los suicidas que se cortan
las venas tardan mucho en morir, o, al menos, eso
hab韆 o韉o. 緾u醤to tiempo llevaba
desangr醤dose? 縐na hora? 緿iez minutos? 縏oda
la noche? El torbellino de
preguntas sin respuesta obnubilaba su mente
y se equivoc?de n鷐ero tres veces antes de
marcar el 091. La voz de la operadora lo sac?de
su ensimismamiento y, en cuanto la oy? anunci? gravemente, con la voz rota por el llanto, que su
hijo se hab韆 cortado las venas. Dio su
direcci髇 y colg? Luego llam?al 061, repiti? mec醤icamente lo que antes le hab韆 comunicado a
la polic韆 y volvi?a colgar. Cumplida la
misi髇 encomendada por su esposa, se dej?caer
pesadamente sobre su sill髇 favorito, hundi?la
cabeza entre los hombros y, sujet醤dosela con
ambas manos, rompi?a llorar de nuevo,
silenciosamente.
Piedad hab韆 cerrado la puerta de la habitaci髇 de
Pablo y hab韆 ido a su propia habitaci髇 para
vestirse. No quer韆 recibir a un mont髇 de
polic韆s en pijama y cubierta por una bata vieja.
Sac?del armario la falda azul marino que tanto
le gustaba a su hijo, se puso unas medias negras y
una blusa gris, se pein?la larga melena y la
recogi?en un mo駉, como cuando limpiaba la
casa. Le gustaba tenerlo siempre suelto, adornado
con algunos ganchillos de colores, pero su 鷑ico
hijo acababa de morir y prefer韆 ponerse, al
menos durante unos d韆s, ropas oscuras, sin
adornos en ellas ni en toda su persona.
Recordando que su esposo tambi閚 estaba en pijama,
Piedad iba a ir a buscarlo para que se vistiese
antes de que llegara la polic韆, pero el timbre
de la puerta la sobresalt? Al abrir, se
sorprendi?de ver a Daniel, un amigo de su hijo,
pero enseguida record?que era martes y que el
chico ven韆 a buscar a Pablo para ir juntos al
instituto, como cada ma馻na. 玃ablo no ir?hoy
a clase? le dijo. 獷st?.. enfermo? Y cerr? la puerta. No quiso decirle la verdad, era
demasiado ni駉 para comprenderla; adem醩, a鷑
no estaba preparada para contar lo sucedido, pues
ni ella misma hab韆 asimilado a鷑 la muerte de
Pablo... el suicidio de Pablo.
No comprend韆, no aceptaba a鷑 el hecho de que su hijo
se hubiera quitado la vida, pese a las depresiones
que hab韆 experimentado en los 鷏timos meses.
Pablo hab韆 sido siempre un ni駉 muy especial,
cari駉so con sus padres y su familia en general,
fr韔 y distante con el resto del mundo. Tan s髄o
dos personas hab韆n logrado romper el escudo con
que Pablo se proteg韆 de los dem醩: Daniel, su
mejor y 鷑ico amigo, y Laura, su primera y 鷑ica
novia.
Ver a Daniel preguntar por el hijo que ya no ten韆 fue
el detonante que hizo aflorar las primeras
l醙rimas de Piedad. Manuel hac韆 ya rato que se
hab韆 repuesto un poco y se acerc?a su mujer,
que continuaba delante de la puerta de la calle,
esperando a quien hubiera de llegar, apoyada en la
pared y con el rostro ba馻do en llanto. Manuel la
atrajo hacia s?y la abraz? siendo 閘 quien
ahora la calmase a ella.
El timbre volvi?a sonar. Ahora s?era la polic韆. Dos
agentes uniformados acribillaron a preguntas a
Manuel y Piedad. Uno de ellos solicit?ver el
cad醰er, y Piedad le acompa耋 a la habitaci髇
de Pablo mientras Manuel atend韆 al otro polic韆
y abr韆 la puerta de nuevo, esta vez para dar
paso a los del 061.
Piedad se detuvo un instante frente a la puerta que ella
misma hab韆 cerrado minutos antes. La imagen de
su hijo, muerto en tan tr醙icas circunstancias,
irrumpi?violentamente en su cerebro, y fue
incapaz de girar el pomo de la puerta. Mirando
implorante al polic韆, sus ojos le suplicaron que
abriese 閘 mismo, porque ella no pod韆. El joven
agente comprendi?la callada petici髇 de Piedad
y abri?la puerta. La cama sin hacer, los cuadros
en el suelo, la colcha en un rinc髇... Piedad no
quiso volver a verlo todo y, dando media vuelta,
regres?junto a su marido.
El joven polic韆 se qued?en el vano de la puerta,
dudando entre llamar antes a su compa馿ro,
esperar a los enfermeros que el padre dec韆 haber
avisado o entrar 閘 solo. Manuel les hab韆 dicho
que su hijo ten韆 quince a駉s. 獵asi
diecis閕s, los cumple... los cumpl韆 el mes que
viene? puntualiz?su esposa. Pero,
evidentemente, Pablo hab韆 muerto con tan s髄o
quince a駉s, la edad del hermano menor del
polic韆...
No hab韆 que ser un forense para saber que Pablo llevaba
quiz?varias horas muerto. La sangre que emanaba
de sus mu馿cas sal韆 ya sin fuerza, goteando,
como cuando se voltea un tarro y se deja que acabe
de vaciarse muy poco a poco, gota tras gota, hasta
que ya no queda nada. El semblante de Pablo
sorprendi?al polic韆. Ten韆 una expresi髇
casi angelical, de felicidad, como si estuviese
so馻ndo con algo muy bello. El joven busc? in鷗ilmente el pulso en el cuello del chico y, al
inclinarse sobre 閘, le llam?la atenci髇 un
zumbido procedente del ordenador. Estaba
encendido. El agente movi?el rat髇 y la
pantalla parpade?y se ilumin? En ella
apareci?un documento de texto, por lo que
sospech?que se trataba de una nota de despedida.
No se equivocaba.
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La sangre que emanaba
de sus mu馿cas sal韆 ya sin fuerza, goteando,
como cuando se voltea un tarro y se deja que acabe
de vaciarse muy poco a poco, gota tras gota, hasta
que ya no queda nada. |
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Horas mas tarde, cuando el cuerpo fue retirado y la
habitaci髇 clausurada por la polic韆, un
psic髄ogo ley?a los padres de Pablo una copia
impresa de la nota que les hab韆 dejado en el
ordenador. Estaban sentados los tres en el sal髇,
Manuel en su sill髇 favorito, Piedad a su lado y
el psic髄ogo enfrente de ambos. Despu閟 de
prepararles para lo que iban a o韗, procedi?a
la lectura de la carta:
玅uerido padres: Si mir醝s en el suelo de mi
habitaci髇, ver閕s que he intentado escribiros
esta carta mil veces, pero ninguna de ellas me
parec韆 bien. No pod韆 concentrarme con los
cuadros de Laura rode醤dome por todas partes,
as?que acabaron tambi閚 en el suelo. Resulta
muy complicado explicar por qu?quiero morir.
Dejar de vivir es una decisi髇 irrevocable, no se
puede tomar a la ligera, porque no hay margen para
arrepentirse y volver atr醩. Pero tampoco es tan
terrible. Todos hemos de morir alg鷑 d韆, 縬u? importa cu醤do sea ese d韆? El m韔 es hoy,
porque as?lo he decidido. 縀l motivo? Ninguno
en especial. Ha sido hoy como pod韆 haber sido
ma馻na. 縇a raz髇 de querer poner fin a mi
vida? Creo que ya la sab閕s. He matado a Laura, y
he de pagar por ello. Decidle a Dani que le
quiero, que ha sido como mi hermano desde que le
conoc? Os quiero much韘imo a los tres. No me
olvid閕s, pero tampoco me llor閕s, porque no
vale la pena lamentarse por m? Perdonadme que os
cause este dolor; superadlo y vivid felices, o
morid de pena como yo. Vuestro Pablo.?/font>
Cuando el psic髄ogo termin?de leer la carta, Piedad
rompi?a llorar nuevamente, y esta vez su esposo
no pudo consolarla. Laura hab韆 muerto a
consecuencia del accidente que tuvieron ambos
meses antes, cuando Pablo la llevaba a la fiesta
de Navidad del instituto. La moto qued?tan
maltrecha como el cuerpo de Laura, que sali? despedida por encima de la cabeza de su novio; no
llevaba casco.
Pablo se sinti?culpable de su muerte, hasta el extremo
de decir que la hab韆 matado. Nadie pudo quitarle
de la cabeza tal pensamiento, y en varias
ocasiones anunci?que deber韆 haber muerto 閘.
Al final, decidi?que quitarse la vida equival韆
a cumplir lo que el destino no le hab韆 permitido
hacer: morir en aquel accidente, junto a ella.