N.? 39

ABRIL 2006

1

  

  

Pablo

Carolina Fern醤dez P閞ez 

  

F

ue su madre la primera que lo supo, la primera que lo vio cuando entr?a su habitaci髇 para despertarlo. La cama estaba sin hacer, con las s醔anas arrugadas y la colcha tirada en un rinc髇. Las paredes aparec韆n desnudas, los cuadros en el suelo. Sobre el escritorio, sepultando el ordenador, una monta馻 de libros y apuntes; bajo el escritorio, una papelera vac韆 con un centenar de folios desperdigados a su alrededor; frente al escritorio, el cuerpo inerte de Pablo desparramado en una silla, los ojos cerrados, la boca abierta, las manos entrelazadas descansando en su regazo. Un reguero de sangre nac韆 en sus mu馿cas, se deslizaba por la entrepierna y ca韆 lenta y pegajosamente al suelo, formando a sus pies un charco rojizo. En mitad del charco, la navaja suiza que le regal?su abuelo el d韆 que hizo la Primera Comuni髇.

  
    

Manuel reaccion?a los pocos segundos, mir? por un momento, los ojos de su mujer y rompi?a llorar desconsoladamente.

  

Piedad grit? llen?sus pulmones con el aire enrarecido de la habitaci髇 y volvi?a gritar. Su marido se despert?y corri?a su encuentro, pero se desmay?nada m醩 entrar en la habitaci髇 de Pablo; nunca hab韆 soportado la visi髇 de la m醩 m韓ima gota de sangre. Entre grito y grito, Piedad alcanz?a o韗, a sus espaldas, el golpe sordo y seco que produjo el cuerpo del hombre al caer. Con las manos temblorosas por la conmoci髇, intent?incorporar y reanimar a su marido, palme醤dole el hombro y golpe醤dole suavemente en una  mejilla. Manuel reaccion?a los pocos segundos, mir? por un momento, los ojos de su mujer y rompi?a llorar desconsoladamente, anunciando entre gemidos que 玪o ve韆 venir, lo sab韆; esto ten韆 que pasar...? Arrodillada a su lado, Piedad apoy? la cabeza del marido sobre su maternal pecho, como si de un ni駉 se tratase, y le acarici?el cabello con la esperanza de calmarlo, olvidando por un instante su propio dolor.

Cuando, finalmente, ambos se levantaron, Piedad sugiri? que llamasen a la polic韆. Manuel se dirigi?al sal髇. Sobre el escritorio de su hijo hab韆 un supletorio, pero no se atrev韆 siquiera a volver a mirar all?dentro. Levantando lentamente el auricular, Manuel titube?unos instantes antes de decidirse a marcar, pues no ten韆 claro si llamar antes a la polic韆 o a la ambulancia. 縔 si su hijo a鷑 estaba vivo? Los suicidas que se cortan las venas tardan mucho en morir, o, al menos, eso hab韆 o韉o. 緾u醤to tiempo llevaba desangr醤dose? 縐na hora? 緿iez minutos? 縏oda la noche? El torbellino de  preguntas sin respuesta obnubilaba su mente y se equivoc?de n鷐ero tres veces antes de marcar el 091. La voz de la operadora lo sac?de su ensimismamiento y, en cuanto la oy? anunci? gravemente, con la voz rota por el llanto, que su hijo se hab韆 cortado las venas. Dio su direcci髇 y colg? Luego llam?al 061, repiti? mec醤icamente lo que antes le hab韆 comunicado a la polic韆 y volvi?a colgar. Cumplida la misi髇 encomendada por su esposa, se dej?caer pesadamente sobre su sill髇 favorito, hundi?la cabeza entre los hombros y, sujet醤dosela con ambas manos, rompi?a llorar de nuevo, silenciosamente.

Piedad hab韆 cerrado la puerta de la habitaci髇 de Pablo y hab韆 ido a su propia habitaci髇 para vestirse. No quer韆 recibir a un mont髇 de polic韆s en pijama y cubierta por una bata vieja. Sac?del armario la falda azul marino que tanto le gustaba a su hijo, se puso unas medias negras y una blusa gris, se pein?la larga melena y la recogi?en un mo駉, como cuando limpiaba la casa. Le gustaba tenerlo siempre suelto, adornado con algunos ganchillos de colores, pero su 鷑ico hijo acababa de morir y prefer韆 ponerse, al menos durante unos d韆s, ropas oscuras, sin adornos en ellas ni en toda su persona.

Recordando que su esposo tambi閚 estaba en pijama, Piedad iba a ir a buscarlo para que se vistiese antes de que llegara la polic韆, pero el timbre de la puerta la sobresalt? Al abrir, se sorprendi?de ver a Daniel, un amigo de su hijo, pero enseguida record?que era martes y que el chico ven韆 a buscar a Pablo para ir juntos al instituto, como cada ma馻na. 玃ablo no ir?hoy a clase? le dijo. 獷st?.. enfermo? Y cerr? la puerta. No quiso decirle la verdad, era demasiado ni駉 para comprenderla; adem醩, a鷑 no estaba preparada para contar lo sucedido, pues ni ella misma hab韆 asimilado a鷑 la muerte de Pablo... el suicidio de Pablo.

No comprend韆, no aceptaba a鷑 el hecho de que su hijo se hubiera quitado la vida, pese a las depresiones que hab韆 experimentado en los 鷏timos meses. Pablo hab韆 sido siempre un ni駉 muy especial, cari駉so con sus padres y su familia en general, fr韔 y distante con el resto del mundo. Tan s髄o dos personas hab韆n logrado romper el escudo con que Pablo se proteg韆 de los dem醩: Daniel, su mejor y 鷑ico amigo, y Laura, su primera y 鷑ica novia.

Ver a Daniel preguntar por el hijo que ya no ten韆 fue el detonante que hizo aflorar las primeras l醙rimas de Piedad. Manuel hac韆 ya rato que se hab韆 repuesto un poco y se acerc?a su mujer, que continuaba delante de la puerta de la calle, esperando a quien hubiera de llegar, apoyada en la pared y con el rostro ba馻do en llanto. Manuel la atrajo hacia s?y la abraz? siendo 閘 quien ahora la calmase a ella.

El timbre volvi?a sonar. Ahora s?era la polic韆. Dos agentes uniformados acribillaron a preguntas a Manuel y Piedad. Uno de ellos solicit?ver el cad醰er, y Piedad le acompa耋 a la habitaci髇 de Pablo mientras Manuel atend韆 al otro polic韆 y abr韆 la puerta de nuevo, esta vez para dar paso a los del 061.

Piedad se detuvo un instante frente a la puerta que ella misma hab韆 cerrado minutos antes. La imagen de su hijo, muerto en tan tr醙icas circunstancias, irrumpi?violentamente en su cerebro, y fue incapaz de girar el pomo de la puerta. Mirando implorante al polic韆, sus ojos le suplicaron que abriese 閘 mismo, porque ella no pod韆. El joven agente comprendi?la callada petici髇 de Piedad y abri?la puerta. La cama sin hacer, los cuadros en el suelo, la colcha en un rinc髇... Piedad no quiso volver a verlo todo y, dando media vuelta, regres?junto a su marido.

El joven polic韆 se qued?en el vano de la puerta, dudando entre llamar antes a su compa馿ro, esperar a los enfermeros que el padre dec韆 haber avisado o entrar 閘 solo. Manuel les hab韆 dicho que su hijo ten韆 quince a駉s. 獵asi diecis閕s, los cumple... los cumpl韆 el mes que viene? puntualiz?su esposa. Pero, evidentemente, Pablo hab韆 muerto con tan s髄o quince a駉s, la edad del hermano menor del polic韆...

No hab韆 que ser un forense para saber que Pablo llevaba quiz?varias horas muerto. La sangre que emanaba de sus mu馿cas sal韆 ya sin fuerza, goteando, como cuando se voltea un tarro y se deja que acabe de vaciarse muy poco a poco, gota tras gota, hasta que ya no queda nada. El semblante de Pablo sorprendi?al polic韆. Ten韆 una expresi髇 casi angelical, de felicidad, como si estuviese so馻ndo con algo muy bello. El joven busc? in鷗ilmente el pulso en el cuello del chico y, al inclinarse sobre 閘, le llam?la atenci髇 un zumbido procedente del ordenador. Estaba encendido. El agente movi?el rat髇 y la pantalla parpade?y se ilumin? En ella apareci?un documento de texto, por lo que sospech?que se trataba de una nota de despedida. No se equivocaba.

  
    

La sangre que emanaba de sus mu馿cas sal韆 ya sin fuerza, goteando, como cuando se voltea un tarro y se deja que acabe de vaciarse muy poco a poco, gota tras gota, hasta que ya no queda nada.

  

Horas mas tarde, cuando el cuerpo fue retirado y la habitaci髇 clausurada por la polic韆, un psic髄ogo ley?a los padres de Pablo una copia impresa de la nota que les hab韆 dejado en el ordenador. Estaban sentados los tres en el sal髇, Manuel en su sill髇 favorito, Piedad a su lado y el psic髄ogo enfrente de ambos. Despu閟 de prepararles para lo que iban a o韗, procedi?a la lectura de la carta:

玅uerido padres: Si mir醝s en el suelo de mi habitaci髇, ver閕s que he intentado escribiros esta carta mil veces, pero ninguna de ellas me parec韆 bien. No pod韆 concentrarme con los cuadros de Laura rode醤dome por todas partes, as?que acabaron tambi閚 en el suelo. Resulta muy complicado explicar por qu?quiero morir. Dejar de vivir es una decisi髇 irrevocable, no se puede tomar a la ligera, porque no hay margen para arrepentirse y volver atr醩. Pero tampoco es tan terrible. Todos hemos de morir alg鷑 d韆, 縬u? importa cu醤do sea ese d韆? El m韔 es hoy, porque as?lo he decidido. 縀l motivo? Ninguno en especial. Ha sido hoy como pod韆 haber sido ma馻na. 縇a raz髇 de querer poner fin a mi vida? Creo que ya la sab閕s. He matado a Laura, y he de pagar por ello. Decidle a Dani que le quiero, que ha sido como mi hermano desde que le conoc? Os quiero much韘imo a los tres. No me olvid閕s, pero tampoco me llor閕s, porque no vale la pena lamentarse por m? Perdonadme que os cause este dolor; superadlo y vivid felices, o morid de pena como yo. Vuestro Pablo.?/font>

Cuando el psic髄ogo termin?de leer la carta, Piedad rompi?a llorar nuevamente, y esta vez su esposo no pudo consolarla. Laura hab韆 muerto a consecuencia del accidente que tuvieron ambos meses antes, cuando Pablo la llevaba a la fiesta de Navidad del instituto. La moto qued?tan maltrecha como el cuerpo de Laura, que sali? despedida por encima de la cabeza de su novio; no llevaba casco.

Pablo se sinti?culpable de su muerte, hasta el extremo de decir que la hab韆 matado. Nadie pudo quitarle de la cabeza tal pensamiento, y en varias ocasiones anunci?que deber韆 haber muerto 閘. Al final, decidi?que quitarse la vida equival韆 a cumplir lo que el destino no le hab韆 permitido hacer: morir en aquel accidente, junto a ella.

  

  

  

  

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Carolina Fern醤dez P閞ez (M醠aga, 1983) es diplomada en Maestro en Educaci髇 Primaria por la Universidad de M醠aga, Espa馻. Aunque aficionada a las pr醕ticas deportivas, confiesa pasar sus mejores momentos escribiendo y, sobre todo, leyendo, en cuyo particular firmamento, B閏quer, Lorca, Machado, Verne, Stephen King, Garc韆 M醨quez e Isabel Allende son estrellas cuyo fulgor la tienen magnetizada. Es colaboradora distinguida de nuestra revista, en cuya secci髇 de 揘arrativa Breve攁parece con asiduidad, con una prosa madura, impecable y moderna que cautiva el inter閟 del lector desde la primera l韓ea.

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 V. N鷐ero 39. Abril 2006. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2006 Carolina Fern醤dez P閞ez. Reservados todos los derechos ?2002-2006 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻). Cualquier reproducci髇 total o parcial debe contar con la autorizaci髇 expresa del editor o de los autores.

  

  

  

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