N.? 35

DICIEMBRE 2005

2

  

  
  

Ruidos sordos

BORGLEONE  

  

  

E

l gran coche negro avanzaba por la noche des閞tica dejando tras s?una nube de arena que el viento hab韆 depositado sobre la carretera. Sonando en la radio una vieja canci髇 tradicional que alguna emisora de alg鷑 lejano pueblo, quiz?aquel cuyas luces parpadeaban a lo lejos, hab韆 programando, junto a las otras, quince canciones que sonaba una y otra vez, una y otra vez.

No recordaba cu醠 hab韆 sido la 鷏tima curva que hab韆 tenido que tomar, pero recordaba los rojos ojos del coyote al borde del camino. Y el arbusto que pas?rodando por delante de 閘, oblig醤dole a frenar. Lo recuerda perfectamente porque pudo ver el miedo en los ojos del coyote y porque el arbusto iba en direcci髇 contraria al viento.

Justo en el silencio producido entre canci髇 y canci髇, Lazlo pis?un bache y oy?un ruido sordo en el maletero. Pens?que la caja de herramientas se hab韆 soltado. Pens?que deber韆 atarla de nuevo. Pens?que quiz?la rueda de recambi?estaba deshinchada. Esperaba no pinchar, pero tambi閚 pens?que no pinchar es lo que se espera siempre que se viaja.

La enorme recta que reptaba por el desierto continuaba sin poder ver mas all?del cono blanco de luz. Otro bache. Otro ruido sordo en el maletero.

En la pr髕ima estaci髇 de servicio se detendr韆 y ajustar韆 la caja, aunque parece que las estaciones de servicio no se hab韆n inventado en aquel maldito desierto. Quiz?esas dos luces mortecinas del fondo fueran una gasolinera.

Otro bache, el golpe sordo, una maldici髇 y la radio pierde la se馻l de la odiosa emisora que le acompa馻ba, aunque, para ser exactos, Lazlo descubre en el momento que se pierde que la emisora era una compa耥a, hasta ese momento s髄o era un martilleante sonido al rasgar ese instrumento nacional que nunca sab韆 como se llamaba.

Los ojos alargan el parpadeo incapaces ya de soportar el peso del sue駉 y del esfuerzo necesario para mantener la concentraci髇 en la carretera, que a veces se pierde entre la invasi髇 de arena.

Las luces parecen m醩 pr髕imas, pero tal vez s髄o sea un efecto del deseo por encontrar algo de compa耥a o un maldito caf? aguado del que dan unas estaciones de servicio de aquel maldito pa韘.

Repentinamente, se acuerda del ruido del maletero y espera que la caja de herramientas no se abra y desparrame su contenido. Ser韆 una putada tener que recoger a esas horas las herramientas.

De improviso, la primera sonrisa de la noche. Casi le dan ganas de aplaudir cuando recuerda que la caja de herramientas se la dej?a su suegro para hacer no sabe qu?en el coche. Le dijo que le saldr韆 m醩 barato llevarlo a un taller. Su suegro le pregunt?si no confiaba en 閘. Lazlo le dijo que claro que confiaba en 閘, al mismo tiempo que pensaba que no confiaba en la pericia mec醤ica de su suegro. El recuerdo de la mirada c髆plice de su mujer le hizo recordar por qu?segu韆 enamorado de ella, y olvida los ojos del coyote.

Pero entonces, 縟e qu?era ese ruido? Fuera lo que fuera, podr韆 esperar hasta la gasolinera. El que no pod韆 esperar era 閘 y, mucho menos, su vejiga.

De repente, como si las luces, aprovechando que nadie las miraba, hubieran dado un brinco, se encontr?con ellas justo delante, en el lado izquierdo de la calzada, y una raya continua impidi閚dole girar a la izquierda. Segunda sonrisa de la noche.

Dej?el coche en el parking, junto a otros dos y frente a una moto de polic韆. Un sentimiento de culpabilidad le invadi?al preguntarse si el polic韆 le habr韆 visto pisar la raya continua. A medida que la culpa lo abandonaba, el nerviosismo ocupaba ese mismo hueco. Era absurdo que le pusieran un multa por eso, pero tambi閚 era absurdo pensar que el mundo era redondo, y, para sorpresa de todos, as?era.

Baj?del coche y se encamin? hacia el ba駉. Vio los mensajes escritos en la puerta y se pregunt?qu?extra駉 placer encontraba la gente en dejar su huella en la puerta del bar de una gasolinera perdida en el mundo. Quiz?precisamente 閟e fuera el placer: ir a dejar su huella en el bar de una gasolinera perdida en medio de la m醩 absoluta soledad.

Nada m醩 subirse la bragueta fue a ver qu?andaba suelto en el maletero, y vio, recortado sobre la ventana, a uno de los polic韆s, que le sonre韆 con una taza en la mano se馻l醤dole la carretera. Una t韒ida sonrisa de disculpa se dibuj?en la boca de Lazlo, al mismo tiempo que se dibujaba una de complicidad en la del polic韆, quien, al parecer, le dio a entender que el 鷑ico delito era haber pintado esa ralla continua.

  
    

...y vio, recortado sobre la ventana, a uno de los polic韆s, que le sonre韆 con una taza en la mano se馻l醤dole la carretera.

  

Detr醩 del polic韆 se ve韆n los colores chillones de alg鷑 programa nocturno de televisi髇 a tan alto volumen que las voces de los presentadores sal韆n amortiguadas hasta el exterior.

Abri?el maletero y, mientras se percataba de que la m鷖ica de la emisora volv韆 a sonar, descubri?que una manta, que no recordaba que estuviera all?esa ma馻na, cubr韆 un bulto que s?le recordaba vagamente a un cuerpo humano. Ese recuerdo vago en un principio se convirti?en certeza cuando descubri?que una mano ensangrentada sal韆 por debajo de la manta, creando un oscuro charco de sangre con los bordes endurecidos por la sangre reseca.

Se qued?un rato mirando el bulto sin saber qu?hacer e incapaz de encontrar algo que hacer. Quiz?debiera decirle al polic韆 que echara un vistazo a lo que acababa de encontrar, pero pens?que nadie cree a alguien que acaba de pisar una l韓ea continua en una carretera en el desierto. Quiz?debiera haber pensado en cerrar el maletero y seguir haciendo lo que tuviera pensado hacer, pero, sea lo que fuere que pensaba hacer, no entraba en sus planes hacerlo con ese temblor de manos.

Quiz?lo que no debiera haber pensado, y hecho, fue levantar la manta para ver qui閚 era el propietario de esos zapatos italianos de cuero y cubiertos de sangre que tambi閚 asomaban por el otro extremo de la manta. Tambi閚 vio, en realidad fue lo que m醩 le llam?la atenci髇, los dos agujeros que ten韆 en la frente, y pens? como si de un forense se tratara, que la causa de la muerte hab韆n sido esos disparos.

Pero lo hizo, y descubri? a trav閟 de la televisi髇, que acababa de cortar su programaci髇 habitual para dar la noticia, que el cad醰er correspond韆 a Ubaldo Cardenal, conocido narcotraficante y temido por la brutalidad de sus sicarios.

Si se hubiese fijado en la ventana, hubiera visto que el polic韆 sonre韆 pensando en que ya hab韆 un hijo de puta menos en el mundo y dese醤dole suerte en la huida a Lazlo.

El polic韆 tambi閚 se preguntaba c髆o una mierda de t韔 como 閟e habr韆 podido secuestrar y matar a un desgraciado como Ubaldo, pero no quiso saber nada m醩 y exclam?entre dientes un viva por los cojones del gordito del coche.

Lazlo se preguntaba c髆o hab韆 llegado aquel cad醰er a su maletero, al mismo tiempo que dos grandes coches atravesaban el desierto en busca de otro coche con un narcotraficante muerto en su maletero.

Otra sonrisa, la 鷏tima de la noche, vol?sobre la cara de Lazlo antes de volver a tapar el cad醰er y, al ver los agujeros de bala, concluir que efectivamente por ellos se le hab韆 escapado la vida al desgraciado ese, Ubaldo cre韆 recordar que se llamaba, y que tambi閚 acabar韆n con la suya.

La mujer de Lazlo se preguntaba si su marido pasar韆 fr韔 esa noche.

El suegro de Lazlo se daba cuenta de que hab韆 perdido reflejos y memoria al no recordar que su yerno se iba de viaje ese d韆 y se llevar韆 el coche con el cabronazo de Ubaldo en el maletero. Sacudi?la cabeza y sigui? limpiando la pistola a la que le faltaban dos balas en el cargador.

  

  

  

  

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Diego Llergo Morales, que escribe bajo el pseud髇imo de BORGLEONE, (Gand韆, Valencia, 1969) es ingeniero inform醫ico. Buen lector, empieza a dar sus primeros balbuceos literarios en diversas webs. Ahora nuestra revista le brinda la oportunidad de dar a conocer todo cuanto sean capaces de perge馻r sus neuronas.

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 IV. N鷐ero 35. Noviembre 2005. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2005 Diego Llergo Morales. Reservados todos los derechos ?2002-2005 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻). Cualquier reproducci髇 total o parcial debe contar con la autorizaci髇 expresa del editor o de los autores.

  

  

  

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