玀u閟trame
la eternidad y te mostrar?el recuerdo.?/span>
EMILY
DICKINSON
uando
llegu?al lugar del accidente, la polic韆 ten韆
acordonada la zona. Los restos del aeroplano estaban
esparcidos en un radio de varios metros.
椏D髇de
est? D韌ame donde est?梕xig?angustiado.
桽er? mejor que se aleje. 縀s usted familiar? 梡regunt? uno de los agentes de la polic韆 local sujetando mi
antebrazo y separ醤dome del cord髇 policial.
桽oy
su amigo. No tiene familia.
桞ien.
En ese caso, no puede acercarse. Acomp狁eme...
Aquel
accidente fue considerado por todos como la haza馻
de un viejo loco que, de haber sucedido a otra hora,
habr韆 tenido consecuencias a鷑 m醩 graves. Sin
embargo, para m?era un suceso que rozaba lo
novelesco y que necesitaba, llevado por los
acontecimientos pasados, aclarar.
El
viejo marinero me dijo, un d韆 antes de producirse,
el lugar y la hora exacta del accidente. Pero esto,
aun siendo relevante y curioso, no era lo que en
realidad reconcom韆 mi raciocinio, sino el hecho
probado de que 閘 no sab韆 ni pod韆 pilotar, y
que aquella antigualla llevaba demasiados a駉s
expuesta en el hangar. Por ello, dos d韆s despu閟
del accidente, volv?a la playa. Deseaba encontrar
algo que evidenciara una explicaci髇 l骻ica,
racional, de lo sucedido. Anduve durante horas.
Recorr? sin 閤ito, palmo a palmo el lugar donde
cay?la avioneta. Entrado el atardecer, me tumb? boca abajo y dej?que el agua de las olas mojara mi
ropa, recordando c髆o el viejo dec韆 dejarse
abrazar por el mar. Fue entonces cuando en la arena
vi un trozo del fuselaje. Me incorpor?y, antes de
recogerlo, tom?la c醡ara y cambi?el objetivo.
Fueron doce las fotograf韆s que le hice al trozo de
metal, de las cuales, s髄o sali?una. En ella
se ve韆n los ojos de una mujer dibujados
sobre un fondo rojo, el resto del carrete estaba
velado. Pens?que eran los de Adriana. As?la
llamaba el viejo, aunque su verdadero nombre era
otro, aquel con el que fue enterrada.
Tres d韆s antes del accidente
椏Qu? anda buscando? Aqu?no hay nada de inter閟, a no
ser que sea usted periodista de la prensa del
coraz髇
梔ijo el viejo sent醤dose a mi lado.
棥Qu? va! 梒ontest?casi en una carcajada? Busco una
buena puesta de sol. Un pu馻dito de este sitio que
me quepa en el bolsillo. Estoy de vacaciones 梒ontest? mirando los pies descalzos del viejo, sus largas
u馻s me hicieron re韗
sin ning鷑 tipo de recato.
桰magino
que, como todos, se r韊 de mis u馻s. Ver? jovencito, no tengo a nadie para que me las corte.
Hace demasiado tiempo que se fue. Nunca supe
cortarme las u馻s solo. s de est鷓idos!
Pensar?que es de tontos y que soy un cochino, pero
no es as? no es lo que parece. Llevo a駉s
intentando aprender y, cada vez que me pongo, cometo
un desaguisado. He decidido que morir?con estas
garras de marinero solitario. Tendr醤 que hacerme
la caja m醩 grande. Ya ve la de estragos que hace
la soledad. Y usted, 縯iene a alguien?
椏Para
cortarme las u馻s? 梡regunt?contrariado.
桸o
me refiero a eso. Quiero decir que si est?solo.
Tengo mojama. ome! Ver?qu?bien sabe mezclada
con la humedad del viento marino. El sabor de las
cosas depende del lugar donde se coman y de con
quien se compartan. ome! 梚nsisti?roz醤dome
los labios? 縑e aquella peque馻 casa? 梔ijo
se馻lando la bah韆? Aquella que est?deca韉a,
inclinada, es la m韆. Si alguna vez tiene tiempo
venga a verme. Nos haremos compa耥a.
Yo
no hablaba, intentaba, quer韆 no tener que probar
aquel pedazo de pescado cuyo a馿jo olor cabalgaba
por mis intestinos antes de haber rozado mi paladar,
produciendo en ellos un peristaltismo que me hizo
encoger, pero el viejo me miraba fijamente.
棥Qu?
Huele bien. Ella me ense耋 a prepararlo. Era un
alma perfecta. Le gustaba escribir. Escribir y
volar. 縇e estoy aburriendo? Si le aburre mi
conversaci髇, no tiene m醩 que decirlo y callar?
S?guardar silencio.
桸o.
No se preocupe. Estoy acostumbrado a escuchar a los
dem醩. Soy psicoanalista. Me gano la vida
escuchando.
桬s
curioso que le paguen por escuchar. Yo no tengo nada
con lo que pagarle. Ser?mejor que deje de
molestarle con mis viejas historias.
棥Por
Dios! No he querido decir que me molesta y, mucho
menos, insinuar que debe pagarme 梕xclam? al
tiempo que, con disimulo, met韆 la mojama dentro de
la funda de la m醧uina de fotos y mov韆 los
maxilares imitando la masticaci髇.
梇o
s髄o puedo pagarle con mis o韉os. 縋or qu?no me
cuenta algo de usted? As?estar韆mos en paz.
桟reo
que mi vida no tiene nada de peculiar, menos de
interesante. Quiz?mi gusto por lo antiguo. Y
d韌ame, 縬ui閚 es ella?
桽e
llamaba como usted, Adriana. Ella fue quien
me dijo que le encontrar韆 aqu? en la playa.
桟reo
que se equivoca, no me llamo Adri醤 梒ontest? sonriendo.
椏Est? usted seguro de ello?
桺or
supuesto. Me llamo Fernando.
桻uiz? me haya vuelto a equivocar. El a駉 pasado me
sucedi?lo mismo. De todas formas alg鷑 d韆 閘
vendr?
桸o
entiendo 梔ije intrigado, al tiempo que pensaba
que aquel viejo marinero estaba perturbado?
縌ui閚 tiene que venir? 緿髇de est?ella?
桝driana
muri?hace a駉s.
桬ntonces,
縜 qui閚 espera? 梡regunt?convencido del
estado senil del anciano.
桝
usted, yo cre韆 que era usted, huele como ella, a
hierba fresca reci閚 cortada. Es como juntar el mar
y la monta馻, el mismo olor a vida 梥onre項.
Piensa que estoy loco. Todos lo creen. u?m醩
da! Es posible que est閚 en lo cierto. Su amor me
enloqueci? Nos enloqueci?a los dos. Pero estar
loco es hermoso, s髄o los locos podemos ver m醩
all?de este mundo. 縌uerr韆 acompa馻rme a casa?
桽髄o
si me cuenta algo m醩 sobre Adriana.
棥Por
supuesto! Ser?un placer.
Caminamos
por la playa hasta llegar a la bah韆. Frente al
desvencijado caser髇, el viejo, Ra鷏, sac?una
llave de ojo ancho del bolsillo y desliz?su mano
izquierda por la superficie del port髇 buscando con
las yemas de sus dedos la hendidura donde introdujo
la tija. En aquel momento fue cuando percib?su
ceguera. Antes de abrir la puerta se gir?y dijo:
桞ien
Fernando, aqu?tiene su casa. Venga a verme,
estar?poco tiempo en la bah韆. Me gustar韆
conocerle un poco mejor. 縌uerr?venir? Aun
sabiendo que no puedo pagar sus servicios y que
estoy un poco perdido, 縱endr?a verme?
桳o
intentar? asta
pronto! 梒ontest?sonriendo.
棥Fernando!
桽? 梤espond?d醤dome la vuelta.
桳e
importar韆 devolverme la mojama que meti?en la
funda de su m醧uina. Ver? no est?bien tirar la
comida. Me servir?de cena. No tengo muchos
posibles.
Contrariado,
met?la mano en la funda y le devolv?la
maloliente tajada. Avergonzado por no haber
manifestado mi poco gusto por el pescado a la
salaz髇, le ped?disculpas:
桳o
siento. Creo que he actuado como un chiquillo. Lo
cierto es que no soy amante de ning鷑 tipo de
pescado o carne que previamente haya sido puesto a
salar. Puedo invitarle a cenar. 縌uiere usted venir
conmigo? Podr韆 explicarme c髆o ha sabido que
met?la mojama en la funda. Estaba seguro de que no
me hab韆 visto.
桸o
le vi. Como ya sabr? soy ciego. Le agradezco su
amabilidad, pero prefiero posponer la invitaci髇.
Si tiene deseos de volver a hablar conmigo, venga a
verme. Le estar?esperando.
Me gusta su olor a hierba fresca. uenas
noches, Fernando! 縀st?seguro de que se llama
as? 梔ijo sonriente llev醤dose el pedazo de
mojama a los labios.
棥Por
supuesto! 梒ontest?
桬xtra駉,
con ese olor deber韆 llamarse Adri醤 梒oncluy? entrando en la casa.
Hac韆
varios a駉s que viajaba por las playas del
Mediterr醤eo. Cada verano me establec韆 en una
zona costera diferente. 蓅te era el 鷏timo pueblo
del litoral
que me quedaba por visitar, y aqu閘, el
pen鷏timo d韆 de estancia. Deb韆 volver a Madrid,
pero la historia del viejo hizo que pospusiera mi
regreso, ya que el objetivo prioritario de mis
viajes, desde hac韆 tres a駉s, era encontrar una
avioneta roja. Tras despedir al viejo pens?que tal
vez fuese aquella en la que Adriana volaba. Aquello
no dejaba de ser una intuici髇 que no quise
compartir con Ra鷏 intentando no alterar, a鷑 m醩
de lo que ya estaba, su estado de demencia. Pero no
era s髄o la posibilidad de haber encontrado, al
fin, aquella avioneta lo que hizo que retrasara mi
vuelta, m醩 bien fue la manifestaci髇 que el viejo
marinero hizo sobre mi olor, aquel olor a hierba
reci閚 cortada que desde hac韆 un tiempo me
persegu韆 sin saber a qu?era debido. Ambas cosas
fueron las que me llevaron a posponer mi regreso y
volver a la casa del ciego.
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Sobre una mesa apolillada estaba la
fotograf韆 de la avioneta que yo le hab韆
regalado.
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Esa
misma ma馻na, con un pu馻do de churros unidos por
un junco y la mejor de mis expresiones, llam?al
port髇. Desayunamos en el mismo lugar de nuestro
primer encuentro. All? frente al mar, me
cont?c髆o la conoci? c髆o la voz de ella fue
introduci閚dose poco a poco en su coraz髇. Adriana
estaba casada. Era demasiado hermosa para ser la
amante de un pobre pescador. Un ciego incapaz de
cortarse las u馻s. Adriana le ense馻ba a escribir
y leer en braille. En realidad, as?de sencillos e
inocentes fueron los comienzos. Pero Ra鷏 se
enamor?y ella dej?que su cuerpo sintiese algo
que, hasta entonces, no conoc韆. De las palabras
pasaron al roce superfluo y contenido de las manos,
a la caricia dulce y sensual de sus labios, al deseo
de ambos vientres por fundirse uno con el otro.
Adriana qued?pre馻da, nueve meses m醩 tarde
muri? Ten韆 veintisiete a駉s. El viejo treinta y
dos.
桽iempre
fui un lobo solitario. Ella, en principio, s髄o
quer韆 compa耥a,
pero como usted la otra tarde, sin saberlo me
buscaba y yo la necesitaba, tambi閚 sin saberlo. El
destino est?en nuestra puerta, cerca de nosotros,
roz醤donos la frente, pero no lo sabemos hasta que
nos topamos con 閘 de golpe. Me ense耋 todo lo
que s? Incluso a recorrer la playa. Hizo que me
sintiera
importante. Cuando 閘 se enter? le quit? la avioneta y la llev?a la zona vieja del hangar.
Adriana era como un p醞aro, necesitaba volar. Eso a
閘 no le importaba, porque lo 鷑ico que quer韆
era apartarla de m? Pasados los tres primeros
d韆s de ausencia, di por hecho que no volver韆 a
verla. Cog?la barca y me ech?a la mar. Deseaba
perderme, pero o?el ruido de los motores y su voz,
aquella maravillosa voz que me llamaba desde el
cielo. Una vez m醩 volvimos a volar. Aquel fue
nuestro 鷏timo viaje. Ese d韆 me dijo que esperaba
un hijo, nuestro hijo. Nos hicimos una foto en el
aer骴romo. Despu閟 de aquello, no volvi? El
marido vino una semana m醩 tarde, dijo que Adriana
hab韆 decidido no volver a verme. Si yo intentaba
verla, me denunciar韆 por no dejarla en paz. Nunca
m醩 volv?a escuchar el vuelo de la avioneta. No
la busqu? no dije nada a nadie de lo nuestro, ella
me lo hab韆 pedido. Me pidi?que por el bien de
nuestro hijo guardara silencio. Fui un cobarde, lo
s? pero yo era un pobre ciego. Un loco al que
nadie escuchaba. En el pueblo me conoc韆n por el
pobre infeliz que recib韆 los favores culturales de
una se駉ra de bien. Siempre inspir?compasi髇.
趎icamente compasi髇.
椏Sabe
usted el color que ten韆 la avioneta? 條e
pregunt?
桬s
roja. Est?en el aer骴romo, aparcada en la
entrada. Cuando ella muri? el marido la don?al
Ayuntamiento, y
閟te la dej?en su lugar de origen, el
hangar, donde siempre estuvo. Un gitano vino a verme
meses despu閟 de su muerte. Dijo que ella, antes de
morir de tuberculosis, le pidi?que me dijera que
nuestro hijo hab韆 muerto en el parto, pero que yo
no deber韆 saberlo
hasta que
ella y su marido hubieran fallecido. Adriana
ten韆 miedo, su marido pod韆 hacerme da駉 y por
ello le dijo al gitano que guardara silencio hasta
entonces. El gitano as?lo hizo. Y yo he guardado
silencio hasta hoy. Ella hab韆 muerto. Nada pod韆
hacer. Nadie, excepto usted, sabe lo acontecido.
Hace unos tres a駉s volv?a verla, era una noche
como la de ayer, llena de luz. Tal vez s髄o fue un
sue駉, pero eso es lo de menos, lo importante es
que volv?a estar con ella y me dijo que usted
vendr韆. Desde entonces, conmemoro la fecha de su
muerte sent醤dome en el viejo cacharro. Es como si
volviera a estar junto a m? Si quiere ir a echarle
una mirada, le llevar? Jacinto, uno de los
empleados de mantenimiento, es amigo. No tendr? reparo en que usted comparta conmigo mis recuerdos.
椏Podr韆mos
ir ahora?
棥Por
supuesto! Veo que comienza a sentir curiosidad. 縉o
estar?ocult醤dome algo? 梡regunt?esbozando
una sonrisa cargada de iron韆.
桾odos
ocultamos algo, 縩o cree?
桟ierto,
pero sepa que yo no puedo verle porque mi ceguera me
lo impide, pero s?puedo sentir sus emociones.
Ahora est?usted demasiado nervioso.
Conduje
hasta llegar al aer骴romo. Una vez en las
instalaciones, el viejo me llev?hasta Jacinto que
efusivamente se abraz?al pescador.
桬staba
esper醤dote, rozamos el d韆. Nunca faltas a la
cita. Tengo tu veh韈ulo preparado. 縌ui閚 es el
joven? 梡regunt?mir醤dome.
桿n
nuevo amigo. Le encontr?en la playa, tomando fotos
del cielo. Se llama Fernando.
桬ncantado
梔ijo tendi閚dome la mano.
桳o
mismo 梒ontest?
Anduvimos
unos cuantos metros hasta llegar al edificio donde
estaba aparcada la avioneta, frente a la entrada de
pasajeros.
桞ien,
ya pueden subirse. Es toda suya. No tema 梔ijo
dirigi閚dose a m項. Creo que no puede volar.
Como podr?comprobar, es una reliquia. El viejo
tiene sus recuerdos prendidos en el interior del
cacharro.
Saqu? de mi cartera la fotograf韆, aquella que encontr? en un asiento del tren de cercan韆s en mi localidad
natal. Desde su hallazgo, sent韆 un extra駉 deseo
por buscar la avioneta roja que aparec韆 en ella.
Por fin la hab韆 encontrado, estaba frente a m?
No pod韆 creer lo que estaba viendo. Intent? ocultar mi excitaci髇 y sub?con el viejo al
aparato.
桽i
le digo que tengo una fotograf韆 de esta avioneta,
縨e creer韆? 條e pregunt?temeroso.
桟laro.
Es la que huele a hierba reci閚 cortada. Aquella
que nos hicimos juntos, de la que le he hablado.
D閖eme que la vea, d閖emela.
Le
acerqu?la fotograf韆 y 閘 acarici?el papel.
梀e,
estaba embarazada. Yo ten韆 mi mano sobre su
vientre. u醤to la echo de menos!
En
la foto no hab韆 ninguna persona, ni en el
exterior del aparato ni en el interior. No quise
decirle al viejo que ni 閘 ni Adriana aparec韆n en
la fotograf韆. Lo cierto era que yo estaba, al
igual que 閘, un poco perdido.
椏Podr韆
hacerme un favor? 梡regunt?en una s鷓lica.
棥Por
supuesto!
桺odr韆
regal醨mela.
桬s
suya 梔ije sonriendo, al tiempo que pensaba que
aquella foto, por alguna extra馻 raz髇, me hab韆
llevado hasta 閘.
Desde
que entregu?la fotograf韆 a Ra鷏, mi desasosiego
desapareci? Por ello, pens?que todo formaba
parte del destino, la casualidad, o qui閚 sabe si
del 鷏timo deseo de aquella mujer que el viejo
llamaba Adriana.
Un
d韆 antes del accidente, el viejo me dijo:
桵archo
ma馻na. Adriana vendr?a buscarme. Al fin 閘
podr?volver con nosotros. Ya no me queda m醩 por
hacer aqu?que darle las gracias. La avioneta
caer?sobre la playa a las cuatro de la madrugada.
No se vaya sin llevarse nuestra foto. Siempre le ha
pertenecido. La verdad no puede ser escondida y
usted es el 鷑ico que puede darle luz.
Aquella
fue la 鷏tima vez que le vi con vida.
Despu閟
del accidente y de revelar aquella foto donde se
ve韆n los ojos de una mujer, me dirig?a la casa
del viejo. Sobre una mesa apolillada estaba la
fotograf韆 de la avioneta que yo le hab韆
regalado. En ella se pod韆 ver, con una nitidez
escalofriante, al ciego acariciando el vientre de la
mujer. Los ojos de Adriana eran los mismos que
salieron en la foto de aquel pedazo de fuselaje
rojo, tal como yo hab韆 supuesto. Tard?un tiempo
en reponerme de aquella historia. Un d韆, cuando ya
cre韆 haber superado aquella extra馻 experiencia,
deambulando por uno de tantos desembalajes
que se hacen en Madrid, compr?un diario. Las
tapas
eran de plata. Sus hojas estaban escritas en
braille y ol韆 a hierba fresca. Despu閟 de lo
vivido, no sab韆 si aquel olor era una simple
coincidencia, o m醩 bien el producto de la
impresi髇 que me caus?la muerte del viejo, junto
con la aparici髇 de 閘 y Adriana en aquella foto;
por ello, decid?comprobar si aquella vivencia me
hab韆 perturbado y llev?el valioso objeto a
traducir.
Una
vez le韉as las 鷏timas p醙inas de aquel cuaderno
en el que alguien hab韆
escrito gran parte de su vida, supe a qui閚
pertenec韆. Su nombre era
Adriana.
?/font>Mi閞coles,
diez de agosto de 1949
籖a鷏,
s?que 閘 desea que nuestro hijo muera. Lo veo en
sus ojos. Es su manera de mirarme, tiene una
frialdad que no hab韆 visto antes. No puedo
entender c髆o ha podido llegar a ser tan inhumano.
No entiende nuestro amor. Pescador... e quiero!
Estoy encerrada en el s髏ano. No me dejar?salir
hasta que nuestro hijo nazca, dice que es el hijo de
la verg黣nza. Aqu? todos saben que nuestro
matrimonio es est閞il; por eso, tiene miedo de lo
que puedan pensar los dem醩. Cuando nuestro hijo
nazca, todos supondr醤 que no es suyo. No he ido a
verte porque enferm?dos d韆s despu閟 del 鷏timo
vuelo. No me encuentro muy bien, se lo he dicho,
pero no quiere llamar a un m閐ico, dice que 閘
sabe todo lo necesario. Nadie de la casa puede
bajar. Asegura que tengo tuberculosis y que es una
enfermedad demasiado contagiosa. Lo cierto es que la
tos no me abandona, sobre todo por las noches. Llevo
as?varios d韆s. Tengo miedo, mucho miedo. Ra鷏,
no quiero que nuestro hijo muera. Temo no volver a
verte. Escribo por las noches, cuando est?dormido.
籐unes,
veinte de marzo de 1950
籄yer
naci?nuestro peque駉. Me dijo que estaba muerto.
No quiero pensar que lo ha matado. o! No podr韆
perdon醨melo. Le o?llorar, a鷑 tengo su llanto
clavado en mi alma. Le pregunt?cu醤do hab韆
muerto. Me dijo que antes de nacer, pero yo le o? llorar. Dice que estoy loca, que imagino cosas, que
la fiebre me perturba. Creo que ha perdido la
raz髇. Le ha enterrado en el jard韓, ni siquiera
le dio cristiana sepultura. Deb?quedarme contigo.
Me dej?llevar por el miedo. Dijo que si le dejaba,
nos matar韆 a los dos, sent?p醤ico, despu閟
enferm? Dice que Dios me ha castigado por
adultera.
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Un d韆, cuando ya
cre韆 haber superado aquella extra馻 experiencia,
deambulando por uno de tantos desembalajes
que se hacen en Madrid, compr?un diario. |
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Son
ya muchos los meses que llevo recluida. La tos cada
d韆 es m醩 fuerte, apenas duermo. No quiere darme
nada, ni siquiera algo que calme estos espasmos que
me dejan sin fuerza. Si no consigo salir de aqu?
morir? Antes de que muera, quiero que sepas que mi
verdadero nombre es Alma. Te dije que me llamaba
Adriana porque as?quise llamarme. Ya ves, mi vida
siempre ha sido un deseo sin cumplir. So耖 que
nuestro beb?era una ni馻. Lo so耖 antes de
quedarme encinta, pens?ponerle de nombre Adriana,
縭ecuerdas? T?dijiste que ser韆 un ni駉 y que
se llamar韆 Adri醤. No quiso decirme el sexo del
beb?
籎ueves,
23 de marzo de 1950
籕uiero
que rompas tu silencio. S?que voy a morir y antes
de irme quiero verte. Ayer noche vi al gitano, el
que me vend韆 los cascabeles, esos que tanto te
gustan. Estaba husmeando en las cocheras. Lo 鷑ico
que hago con fuerza es toser, as?que tos?fuerte,
tanto que cre?perder la conciencia. La tos le
llev?hasta la peque馻 ventana, la 鷑ica que hay
aqu? apenas me cabe la mano en ella. Esta noche le
dar?este diario. Ha prometido hac閞telo llegar.
Tambi閚 te mando nuestra fotograf韆, 縭ecuerdas?
Nos la hicimos a bordo de la avioneta. Dentro del
sobre que contiene la foto est?mi medalla de oro,
quiero que te la pongas. Al gitano le dar?cien
duros. Le pareci?poco por lo arriesgado de tener
que volver, pero, tras explicarle que estaba
recluida por mi enfermedad y que no ten韆 m醩,
accedi? Me dio su palabra. Dijo que te har韆
llegar todo. Quiero que lleves el diario a las
autoridades. Diles que yo te lo he dado y que vengan
a comprobar el estado en el que me hallo. A鷑 sigo
sin entender c髆o he cogido esta tuberculosis. Tu
amada Adriana.
Despu閟
de leer aquellos textos, llegu?a la conclusi髇 de
que Ra鷏 nunca tuvo conocimiento de lo sucedido.
Aquel gitano, aprovechando la enfermedad de Adriana,
ya en estado terminal, se qued?con la medalla de
oro, con el valioso diario encuadernado en plata y
con la foto.
Conociendo
el valor actual de aquel objeto, deduje que el
gitano, en aquellos tiempos, al igual que el
marchante que me lo hab韆 vendido, tambi閚 le
sac?un buen precio al lote.
Tras
la muerte de Adriana, el gitano, qui閚 sabe si
llevado por el remordimiento o por la b鷖queda de
una recompensa del pobre pescador, fue a cumplir, en
parte, su promesa. Le dio al ciego un mensaje
tard韔, adulterado y falto de lo m醩 importante;
la llamada de auxilio de Adriana. Todos hab韆n
muerto. Nadie conoc韆 la existencia de aquel
encuentro; el cal?nada ten韆 que perder. Ra鷏
s髄o tuvo conocimiento de la muerte de su hijo y
del fallecimiento de Alma semanas m醩 tarde.
Llevado por la desaz髇 que me produjo lo
acontecido, quise cumplir parte del deseo de
Adriana: que su
amor por Ra鷏, la muerte del hijo de ambos y
su reclusi髇 se diese a conocer.
Despu閟
de entregar el manuscrito a las autoridades, tard? varios meses en conseguir una orden judicial para
proceder a la excavaci髇 en los jardines de
la finca, que en la actualidad formaban parte del
patrimonio municipal. De aquella mansi髇 s髄o
quedaba en pie la fuente que coron?el centro de lo
que fue la parte trasera del jard韓. All? junto a
su pilar, donde el olor a hierba reci閚 cortada era
tan fuerte que se hac韆 insoportable, estaba
enterrado el peque駉 cuerpo del hijo del viejo
pescador y de su amante Alma, Adriana.
Tres
horas despu閟 de ser encontrado, el juez orden?el
levantamiento de los restos, que, seg鷑 se hizo
constar en el sumario dos meses m醩 tarde,
pertenec韆n a un reci閚 nacido, de sexo hembra.
Nada pod韆 hacerse. S髄o me restaba pedirle a Dios
por su eterno descanso. La tristeza me embarg?
Lleno de rabia y de impotencia, mir?el hueco donde
hab韆n permanecido aquellos restos. Cuando me
dispon韆 a marchar, el ruido del motor de una
aeronave me hizo levantar la cabeza; entonces vi
c髆o una avioneta roja sobrevolaba en circulo el
cielo del jard韓. En ella iban tres personas, una
mujer, un hombre viejo y un beb? Saqu?la c醡ara
y enfoqu?el objetivo, el flash se dispar?
椏No
ser?usted periodista? 梡regunt?uno de los
miembros de la polic韆 cient韋ica.
棥Qu? va! Ando buscando un trocito de cielo que me quepa
en el bolsillo. All? donde vivo, no puedo ver
estos cielos. Tampoco el vuelo de las avionetas.
Quiero decir que
las avionetas no se ven con tanta
regularidad.
椏Qu? avioneta? 梡regunt?el polic韆 mirando con
extra馿za hacia arriba.