N.? 35

DICIEMBRE 2005

1

  

  
  

El vuelo de la avioneta

Antonia de J. Corrales  

  

  

玀u閟trame la eternidad y te mostrar?el recuerdo.?/span>

EMILY DICKINSON

  

  

C

uando llegu?al lugar del accidente, la polic韆 ten韆 acordonada la zona. Los restos del aeroplano estaban esparcidos en un radio de varios metros.

椏D髇de est? D韌ame donde est?梕xig?angustiado.

桽er? mejor que se aleje. 縀s usted familiar? 梡regunt? uno de los agentes de la polic韆 local sujetando mi antebrazo y separ醤dome del cord髇 policial.

桽oy su amigo. No tiene familia.

桞ien. En ese caso, no puede acercarse. Acomp狁eme...

Aquel accidente fue considerado por todos como la haza馻 de un viejo loco que, de haber sucedido a otra hora, habr韆 tenido consecuencias a鷑 m醩 graves. Sin embargo, para m?era un suceso que rozaba lo novelesco y que necesitaba, llevado por los acontecimientos pasados, aclarar.

El viejo marinero me dijo, un d韆 antes de producirse, el lugar y la hora exacta del accidente. Pero esto, aun siendo relevante y curioso, no era lo que en realidad reconcom韆 mi raciocinio, sino el hecho probado de que 閘 no sab韆 ni pod韆 pilotar, y que aquella antigualla llevaba demasiados a駉s expuesta en el hangar. Por ello, dos d韆s despu閟 del accidente, volv?a la playa. Deseaba encontrar algo que evidenciara una explicaci髇 l骻ica, racional, de lo sucedido. Anduve durante horas. Recorr? sin 閤ito, palmo a palmo el lugar donde cay?la avioneta. Entrado el atardecer, me tumb? boca abajo y dej?que el agua de las olas mojara mi ropa, recordando c髆o el viejo dec韆 dejarse abrazar por el mar. Fue entonces cuando en la arena vi un trozo del fuselaje. Me incorpor?y, antes de recogerlo, tom?la c醡ara y cambi?el objetivo. Fueron doce las fotograf韆s que le hice al trozo de metal, de las cuales, s髄o sali?una. En ella  se ve韆n los ojos de una mujer dibujados sobre un fondo rojo, el resto del carrete estaba velado. Pens?que eran los de Adriana. As?la llamaba el viejo, aunque su verdadero nombre era otro, aquel con el que fue enterrada.

  

Tres d韆s antes del accidente

椏Qu? anda buscando? Aqu?no hay nada de inter閟, a no ser que sea usted periodista de la prensa del coraz髇  梔ijo el viejo sent醤dose a mi lado.

棥Qu? va! 梒ontest?casi en una carcajada? Busco una buena puesta de sol. Un pu馻dito de este sitio que me quepa en el bolsillo. Estoy de vacaciones 梒ontest? mirando los pies descalzos del viejo, sus largas u馻s me hicieron re韗  sin ning鷑 tipo de recato.

桰magino que, como todos, se r韊 de mis u馻s. Ver? jovencito, no tengo a nadie para que me las corte. Hace demasiado tiempo que se fue. Nunca supe cortarme las u馻s solo. s de est鷓idos! Pensar?que es de tontos y que soy un cochino, pero no es as? no es lo que parece. Llevo a駉s intentando aprender y, cada vez que me pongo, cometo un desaguisado. He decidido que morir?con estas garras de marinero solitario. Tendr醤 que hacerme la caja m醩 grande. Ya ve la de estragos que hace la soledad. Y usted, 縯iene a alguien?

椏Para cortarme las u馻s? 梡regunt?contrariado.

桸o me refiero a eso. Quiero decir que si est?solo. Tengo mojama. ome! Ver?qu?bien sabe mezclada con la humedad del viento marino. El sabor de las cosas depende del lugar donde se coman y de con quien se compartan. ome! 梚nsisti?roz醤dome los labios? 縑e aquella peque馻 casa? 梔ijo se馻lando la bah韆? Aquella que est?deca韉a, inclinada, es la m韆. Si alguna vez tiene tiempo venga a verme. Nos haremos compa耥a.

Yo no hablaba, intentaba, quer韆 no tener que probar aquel pedazo de pescado cuyo a馿jo olor cabalgaba por mis intestinos antes de haber rozado mi paladar, produciendo en ellos un peristaltismo que me hizo encoger, pero el viejo me miraba fijamente.

棥Qu? Huele bien. Ella me ense耋 a prepararlo. Era un alma perfecta. Le gustaba escribir. Escribir y volar. 縇e estoy aburriendo? Si le aburre mi conversaci髇, no tiene m醩 que decirlo y callar? S?guardar silencio.

桸o. No se preocupe. Estoy acostumbrado a escuchar a los dem醩. Soy psicoanalista. Me gano la vida escuchando.

桬s curioso que le paguen por escuchar. Yo no tengo nada con lo que pagarle. Ser?mejor que deje de molestarle con mis viejas historias.

棥Por Dios! No he querido decir que me molesta y, mucho menos, insinuar que debe pagarme 梕xclam? al tiempo que, con disimulo, met韆 la mojama dentro de la funda de la m醧uina de fotos y mov韆 los maxilares imitando la masticaci髇.

梇o s髄o puedo pagarle con mis o韉os. 縋or qu?no me cuenta algo de usted? As?estar韆mos en paz.

桟reo que mi vida no tiene nada de peculiar, menos de interesante. Quiz?mi gusto por lo antiguo. Y d韌ame, 縬ui閚 es ella?

桽e  llamaba como usted, Adriana. Ella fue quien me dijo que le encontrar韆 aqu? en la playa.

桟reo que se equivoca, no me llamo Adri醤 梒ontest? sonriendo.

椏Est? usted seguro de ello?

桺or supuesto. Me llamo Fernando.

桻uiz? me haya vuelto a equivocar. El a駉 pasado me sucedi?lo mismo. De todas formas alg鷑 d韆 閘 vendr?

桸o entiendo 梔ije intrigado, al tiempo que pensaba que aquel viejo marinero estaba perturbado? 縌ui閚 tiene que venir? 緿髇de est?ella?

桝driana muri?hace a駉s.

桬ntonces, 縜 qui閚 espera? 梡regunt?convencido del estado senil del anciano.

桝 usted, yo cre韆 que era usted, huele como ella, a hierba fresca reci閚 cortada. Es como juntar el mar y la monta馻, el mismo olor a vida 梥onre項. Piensa que estoy loco. Todos lo creen. u?m醩 da! Es posible que est閚 en lo cierto. Su amor me enloqueci? Nos enloqueci?a los dos. Pero estar loco es hermoso, s髄o los locos podemos ver m醩 all?de este mundo. 縌uerr韆 acompa馻rme a casa?

桽髄o si me cuenta algo m醩 sobre Adriana.

棥Por supuesto! Ser?un placer.

Caminamos por la playa hasta llegar a la bah韆. Frente al desvencijado caser髇, el viejo, Ra鷏, sac?una llave de ojo ancho del bolsillo y desliz?su mano izquierda por la superficie del port髇 buscando con las yemas de sus dedos la hendidura donde introdujo la tija. En aquel momento fue cuando percib?su ceguera. Antes de abrir la puerta se gir?y dijo:

桞ien Fernando, aqu?tiene su casa. Venga a verme, estar?poco tiempo en la bah韆. Me gustar韆 conocerle un poco mejor. 縌uerr?venir? Aun sabiendo que no puedo pagar sus servicios y que estoy un poco perdido, 縱endr?a verme?

桳o intentar? asta  pronto! 梒ontest?sonriendo.

棥Fernando!

桽? 梤espond?d醤dome la vuelta.

桳e importar韆 devolverme la mojama que meti?en la funda de su m醧uina. Ver? no est?bien tirar la comida. Me servir?de cena. No tengo muchos posibles.

Contrariado, met?la mano en la funda y le devolv?la maloliente tajada. Avergonzado por no haber manifestado mi poco gusto por el pescado a la salaz髇, le ped?disculpas:

桳o siento. Creo que he actuado como un chiquillo. Lo cierto es que no soy amante de ning鷑 tipo de pescado o carne que previamente haya sido puesto a salar. Puedo invitarle a cenar. 縌uiere usted venir conmigo? Podr韆 explicarme c髆o ha sabido que met?la mojama en la funda. Estaba seguro de que no me hab韆 visto.

桸o le vi. Como ya sabr? soy ciego. Le agradezco su amabilidad, pero prefiero posponer la invitaci髇. Si tiene deseos de volver a hablar conmigo, venga a verme. Le estar?esperando.  Me gusta su olor a hierba fresca. uenas noches, Fernando! 縀st?seguro de que se llama as? 梔ijo sonriente llev醤dose el pedazo de mojama a los labios.

棥Por supuesto! 梒ontest?

桬xtra駉, con ese olor deber韆 llamarse Adri醤 梒oncluy? entrando en la casa.

  

Hac韆 varios a駉s que viajaba por las playas del Mediterr醤eo. Cada verano me establec韆 en una zona costera diferente. 蓅te era el 鷏timo pueblo del litoral  que me quedaba por visitar, y aqu閘, el pen鷏timo d韆 de estancia. Deb韆 volver a Madrid, pero la historia del viejo hizo que pospusiera mi regreso, ya que el objetivo prioritario de mis viajes, desde hac韆 tres a駉s, era encontrar una avioneta roja. Tras despedir al viejo pens?que tal vez fuese aquella en la que Adriana volaba. Aquello no dejaba de ser una intuici髇 que no quise compartir con Ra鷏 intentando no alterar, a鷑 m醩 de lo que ya estaba, su estado de demencia. Pero no era s髄o la posibilidad de haber encontrado, al fin, aquella avioneta lo que hizo que retrasara mi vuelta, m醩 bien fue la manifestaci髇 que el viejo marinero hizo sobre mi olor, aquel olor a hierba reci閚 cortada que desde hac韆 un tiempo me persegu韆 sin saber a qu?era debido. Ambas cosas fueron las que me llevaron a posponer mi regreso y volver a la casa del ciego.

  

    

Sobre una mesa apolillada estaba la fotograf韆 de la avioneta que yo le hab韆 regalado.

  

Esa misma ma馻na, con un pu馻do de churros unidos por un junco y la mejor de mis expresiones, llam?al port髇. Desayunamos en el mismo lugar de nuestro  primer encuentro. All? frente al mar, me cont?c髆o la conoci? c髆o la voz de ella fue introduci閚dose poco a poco en su coraz髇. Adriana estaba casada. Era demasiado hermosa para ser la amante de un pobre pescador. Un ciego incapaz de cortarse las u馻s. Adriana le ense馻ba a escribir y leer en braille. En realidad, as?de sencillos e inocentes fueron los comienzos. Pero Ra鷏 se enamor?y ella dej?que su cuerpo sintiese algo que, hasta entonces, no conoc韆. De las palabras pasaron al roce superfluo y contenido de las manos, a la caricia dulce y sensual de sus labios, al deseo de ambos vientres por fundirse uno con el otro. Adriana qued?pre馻da, nueve meses m醩 tarde muri? Ten韆 veintisiete a駉s. El viejo treinta y dos.

桽iempre fui un lobo solitario. Ella, en principio, s髄o quer韆 compa耥a,  pero como usted la otra tarde, sin saberlo me buscaba y yo la necesitaba, tambi閚 sin saberlo. El destino est?en nuestra puerta, cerca de nosotros, roz醤donos la frente, pero no lo sabemos hasta que nos topamos con 閘 de golpe. Me ense耋 todo lo que s? Incluso a recorrer la playa. Hizo que me sintiera  importante. Cuando 閘 se enter? le quit? la avioneta y la llev?a la zona vieja del hangar. Adriana era como un p醞aro, necesitaba volar. Eso a 閘 no le importaba, porque lo 鷑ico que quer韆 era apartarla de m? Pasados los tres primeros d韆s de ausencia, di por hecho que no volver韆 a verla. Cog?la barca y me ech?a la mar. Deseaba perderme, pero o?el ruido de los motores y su voz, aquella maravillosa voz que me llamaba desde el cielo. Una vez m醩 volvimos a volar. Aquel fue nuestro 鷏timo viaje. Ese d韆 me dijo que esperaba un hijo, nuestro hijo. Nos hicimos una foto en el aer骴romo. Despu閟 de aquello, no volvi? El marido vino una semana m醩 tarde, dijo que Adriana hab韆 decidido no volver a verme. Si yo intentaba verla, me denunciar韆 por no dejarla en paz. Nunca m醩 volv?a escuchar el vuelo de la avioneta. No la busqu? no dije nada a nadie de lo nuestro, ella me lo hab韆 pedido. Me pidi?que por el bien de nuestro hijo guardara silencio. Fui un cobarde, lo s? pero yo era un pobre ciego. Un loco al que nadie escuchaba. En el pueblo me conoc韆n por el pobre infeliz que recib韆 los favores culturales de una se駉ra de bien. Siempre inspir?compasi髇. 趎icamente compasi髇.

椏Sabe usted el color que ten韆 la avioneta? 條e pregunt?

桬s roja. Est?en el aer骴romo, aparcada en la entrada. Cuando ella muri? el marido la don?al Ayuntamiento, y  閟te la dej?en su lugar de origen, el hangar, donde siempre estuvo. Un gitano vino a verme meses despu閟 de su muerte. Dijo que ella, antes de morir de tuberculosis, le pidi?que me dijera que nuestro hijo hab韆 muerto en el parto, pero que yo no deber韆 saberlo  hasta que  ella y su marido hubieran fallecido. Adriana ten韆 miedo, su marido pod韆 hacerme da駉 y por ello le dijo al gitano que guardara silencio hasta entonces. El gitano as?lo hizo. Y yo he guardado silencio hasta hoy. Ella hab韆 muerto. Nada pod韆 hacer. Nadie, excepto usted, sabe lo acontecido. Hace unos tres a駉s volv?a verla, era una noche como la de ayer, llena de luz. Tal vez s髄o fue un sue駉, pero eso es lo de menos, lo importante es que volv?a estar con ella y me dijo que usted vendr韆. Desde entonces, conmemoro la fecha de su muerte sent醤dome en el viejo cacharro. Es como si volviera a estar junto a m? Si quiere ir a echarle una mirada, le llevar? Jacinto, uno de los empleados de mantenimiento, es amigo. No tendr? reparo en que usted comparta conmigo mis recuerdos.

椏Podr韆mos ir ahora?

棥Por supuesto! Veo que comienza a sentir curiosidad. 縉o estar?ocult醤dome algo? 梡regunt?esbozando una sonrisa cargada de iron韆.

桾odos ocultamos algo, 縩o cree?

桟ierto, pero sepa que yo no puedo verle porque mi ceguera me lo impide, pero s?puedo sentir sus emociones. Ahora est?usted demasiado nervioso.

Conduje hasta llegar al aer骴romo. Una vez en las instalaciones, el viejo me llev?hasta Jacinto que efusivamente se abraz?al pescador.

桬staba esper醤dote, rozamos el d韆. Nunca faltas a la cita. Tengo tu veh韈ulo preparado. 縌ui閚 es el joven? 梡regunt?mir醤dome.

桿n nuevo amigo. Le encontr?en la playa, tomando fotos del cielo. Se llama Fernando.

桬ncantado 梔ijo tendi閚dome la mano.

桳o mismo 梒ontest?

Anduvimos unos cuantos metros hasta llegar al edificio donde estaba aparcada la avioneta, frente a la entrada de pasajeros.

桞ien, ya pueden subirse. Es toda suya. No tema 梔ijo dirigi閚dose a m項. Creo que no puede volar. Como podr?comprobar, es una reliquia. El viejo tiene sus recuerdos prendidos en el interior del cacharro.

Saqu? de mi cartera la fotograf韆, aquella que encontr? en un asiento del tren de cercan韆s en mi localidad natal. Desde su hallazgo, sent韆 un extra駉 deseo por buscar la avioneta roja que aparec韆 en ella. Por fin la hab韆 encontrado, estaba frente a m? No pod韆 creer lo que estaba viendo. Intent? ocultar mi excitaci髇 y sub?con el viejo al aparato.

桽i le digo que tengo una fotograf韆 de esta avioneta, 縨e creer韆? 條e pregunt?temeroso.

桟laro. Es la que huele a hierba reci閚 cortada. Aquella que nos hicimos juntos, de la que le he hablado. D閖eme que la vea, d閖emela.

Le acerqu?la fotograf韆 y 閘 acarici?el papel.

梀e, estaba embarazada. Yo ten韆 mi mano sobre su vientre. u醤to la echo de menos!

En la foto no hab韆 ninguna persona, ni en el exterior del aparato ni en el interior. No quise decirle al viejo que ni 閘 ni Adriana aparec韆n en la fotograf韆. Lo cierto era que yo estaba, al igual que 閘, un poco perdido.

椏Podr韆 hacerme un favor? 梡regunt?en una s鷓lica.

棥Por supuesto!

桺odr韆 regal醨mela.

桬s suya 梔ije sonriendo, al tiempo que pensaba que aquella foto, por alguna extra馻 raz髇, me hab韆 llevado hasta 閘.

Desde que entregu?la fotograf韆 a Ra鷏, mi desasosiego desapareci? Por ello, pens?que todo formaba parte del destino, la casualidad, o qui閚 sabe si del 鷏timo deseo de aquella mujer que el viejo llamaba Adriana.

Un d韆 antes del accidente, el viejo me dijo:

桵archo ma馻na. Adriana vendr?a buscarme. Al fin 閘 podr?volver con nosotros. Ya no me queda m醩 por hacer aqu?que darle las gracias. La avioneta caer?sobre la playa a las cuatro de la madrugada. No se vaya sin llevarse nuestra foto. Siempre le ha pertenecido. La verdad no puede ser escondida y usted es el 鷑ico que puede darle luz.

Aquella fue la 鷏tima vez que le vi con vida.

  

Despu閟 del accidente y de revelar aquella foto donde se ve韆n los ojos de una mujer, me dirig?a la casa del viejo. Sobre una mesa apolillada estaba la fotograf韆 de la avioneta que yo le hab韆 regalado. En ella se pod韆 ver, con una nitidez escalofriante, al ciego acariciando el vientre de la mujer. Los ojos de Adriana eran los mismos que salieron en la foto de aquel pedazo de fuselaje rojo, tal como yo hab韆 supuesto. Tard?un tiempo en reponerme de aquella historia. Un d韆, cuando ya cre韆 haber superado aquella extra馻 experiencia, deambulando por uno de tantos desembalajes que se hacen en Madrid, compr?un diario. Las  tapas  eran de plata. Sus hojas estaban escritas en braille y ol韆 a hierba fresca. Despu閟 de lo vivido, no sab韆 si aquel olor era una simple coincidencia, o m醩 bien el producto de la impresi髇 que me caus?la muerte del viejo, junto con la aparici髇 de 閘 y Adriana en aquella foto; por ello, decid?comprobar si aquella vivencia me hab韆 perturbado y llev?el valioso objeto a traducir.

Una vez le韉as las 鷏timas p醙inas de aquel cuaderno en el que alguien hab韆  escrito gran parte de su vida, supe a qui閚 pertenec韆. Su nombre era  Adriana.

  

?/font>Mi閞coles, diez de agosto de 1949

籖a鷏, s?que 閘 desea que nuestro hijo muera. Lo veo en sus ojos. Es su manera de mirarme, tiene una frialdad que no hab韆 visto antes. No puedo entender c髆o ha podido llegar a ser tan inhumano. No entiende nuestro amor. Pescador... e quiero! Estoy encerrada en el s髏ano. No me dejar?salir hasta que nuestro hijo nazca, dice que es el hijo de la verg黣nza. Aqu? todos saben que nuestro matrimonio es est閞il; por eso, tiene miedo de lo que puedan pensar los dem醩. Cuando nuestro hijo nazca, todos supondr醤 que no es suyo. No he ido a verte porque enferm?dos d韆s despu閟 del 鷏timo vuelo. No me encuentro muy bien, se lo he dicho, pero no quiere llamar a un m閐ico, dice que 閘 sabe todo lo necesario. Nadie de la casa puede bajar. Asegura que tengo tuberculosis y que es una enfermedad demasiado contagiosa. Lo cierto es que la tos no me abandona, sobre todo por las noches. Llevo as?varios d韆s. Tengo miedo, mucho miedo. Ra鷏, no quiero que nuestro hijo muera. Temo no volver a verte. Escribo por las noches, cuando est?dormido.

  

籐unes, veinte de marzo de 1950

籄yer naci?nuestro peque駉. Me dijo que estaba muerto. No quiero pensar que lo ha matado. o! No podr韆 perdon醨melo. Le o?llorar, a鷑 tengo su llanto clavado en mi alma. Le pregunt?cu醤do hab韆 muerto. Me dijo que antes de nacer, pero yo le o? llorar. Dice que estoy loca, que imagino cosas, que la fiebre me perturba. Creo que ha perdido la raz髇. Le ha enterrado en el jard韓, ni siquiera le dio cristiana sepultura. Deb?quedarme contigo. Me dej?llevar por el miedo. Dijo que si le dejaba, nos matar韆 a los dos, sent?p醤ico, despu閟 enferm? Dice que Dios me ha castigado por  adultera.

   
  

    

Un d韆, cuando ya cre韆 haber superado aquella extra馻 experiencia, deambulando por uno de tantos desembalajes que se hacen en Madrid, compr?un diario.

  

Son ya muchos los meses que llevo recluida. La tos cada d韆 es m醩 fuerte, apenas duermo. No quiere darme nada, ni siquiera algo que calme estos espasmos que me dejan sin fuerza. Si no consigo salir de aqu? morir? Antes de que muera, quiero que sepas que mi verdadero nombre es Alma. Te dije que me llamaba Adriana porque as?quise llamarme. Ya ves, mi vida siempre ha sido un deseo sin cumplir. So耖 que nuestro beb?era una ni馻. Lo so耖 antes de quedarme encinta, pens?ponerle de nombre Adriana, 縭ecuerdas? T?dijiste que ser韆 un ni駉 y que se llamar韆 Adri醤. No quiso decirme el sexo del beb?

  

籎ueves, 23 de marzo de 1950

籕uiero que rompas tu silencio. S?que voy a morir y antes de irme quiero verte. Ayer noche vi al gitano, el que me vend韆 los cascabeles, esos que tanto te gustan. Estaba husmeando en las cocheras. Lo 鷑ico que hago con fuerza es toser, as?que tos?fuerte, tanto que cre?perder la conciencia. La tos le llev?hasta la peque馻 ventana, la 鷑ica que hay aqu? apenas me cabe la mano en ella. Esta noche le dar?este diario. Ha prometido hac閞telo llegar. Tambi閚 te mando nuestra fotograf韆, 縭ecuerdas? Nos la hicimos a bordo de la avioneta. Dentro del sobre que contiene la foto est?mi medalla de oro, quiero que te la pongas. Al gitano le dar?cien duros. Le pareci?poco por lo arriesgado de tener que volver, pero, tras explicarle que estaba recluida por mi enfermedad y que no ten韆 m醩, accedi? Me dio su palabra. Dijo que te har韆 llegar todo. Quiero que lleves el diario a las autoridades. Diles que yo te lo he dado y que vengan a comprobar el estado en el que me hallo. A鷑 sigo sin entender c髆o he cogido esta tuberculosis. Tu amada Adriana.

  

Despu閟 de leer aquellos textos, llegu?a la conclusi髇 de que Ra鷏 nunca tuvo conocimiento de lo sucedido. Aquel gitano, aprovechando la enfermedad de Adriana, ya en estado terminal, se qued?con la medalla de oro, con el valioso diario encuadernado en plata y con la foto.

Conociendo el valor actual de aquel objeto, deduje que el gitano, en aquellos tiempos, al igual que el marchante que me lo hab韆 vendido, tambi閚 le sac?un buen precio al lote.

Tras la muerte de Adriana, el gitano, qui閚 sabe si llevado por el remordimiento o por la b鷖queda de una recompensa del pobre pescador, fue a cumplir, en parte, su promesa. Le dio al ciego un mensaje tard韔, adulterado y falto de lo m醩 importante; la llamada de auxilio de Adriana. Todos hab韆n muerto. Nadie conoc韆 la existencia de aquel encuentro; el cal?nada ten韆 que perder. Ra鷏 s髄o tuvo conocimiento de la muerte de su hijo y del fallecimiento de Alma semanas m醩 tarde. Llevado por la desaz髇 que me produjo lo acontecido, quise cumplir parte del deseo de Adriana: que su  amor por Ra鷏, la muerte del hijo de ambos y su reclusi髇 se diese a conocer.

Despu閟 de entregar el manuscrito a las autoridades, tard? varios meses en conseguir una orden judicial para  proceder a la excavaci髇 en los jardines de la finca, que en la actualidad formaban parte del patrimonio municipal. De aquella mansi髇 s髄o quedaba en pie la fuente que coron?el centro de lo que fue la parte trasera del jard韓. All? junto a su pilar, donde el olor a hierba reci閚 cortada era tan fuerte que se hac韆 insoportable, estaba enterrado el peque駉 cuerpo del hijo del viejo pescador y de su amante Alma, Adriana.

Tres horas despu閟 de ser encontrado, el juez orden?el levantamiento de los restos, que, seg鷑 se hizo constar en el sumario dos meses m醩 tarde, pertenec韆n a un reci閚 nacido, de sexo hembra. Nada pod韆 hacerse. S髄o me restaba pedirle a Dios por su eterno descanso. La tristeza me embarg? Lleno de rabia y de impotencia, mir?el hueco donde hab韆n permanecido aquellos restos. Cuando me dispon韆 a marchar, el ruido del motor de una aeronave me hizo levantar la cabeza; entonces vi c髆o una avioneta roja sobrevolaba en circulo el cielo del jard韓. En ella iban tres personas, una mujer, un hombre viejo y un beb? Saqu?la c醡ara y enfoqu?el objetivo, el flash se dispar?

椏No ser?usted periodista? 梡regunt?uno de los miembros de la polic韆 cient韋ica.

棥Qu? va! Ando buscando un trocito de cielo que me quepa en el bolsillo. All? donde vivo, no puedo ver estos cielos. Tampoco el vuelo de las avionetas. Quiero decir que  las avionetas no se ven con tanta regularidad.

椏Qu? avioneta? 梡regunt?el polic韆 mirando con extra馿za hacia arriba.

  

  

  

  

_______________

Antonia de J. Corrales Fern醤dez (Madrid), administrativa de profesi髇, comenz?a escribir en 1989 como colaboradora en una revista profesional con art韈ulos y vi馿tas humor韘ticas. En 2000 inicia su labor colabora en la secci髇 de opini髇 del peri骴ico comarcal 慐l tel間rafo? Ha sido galardonada con el primer premio del 慍oncurso de cuentos Ciudad de Marbella?Internacional (2001) y ha resultado finalista en varias convocatorias como el VII Certamen Internacional 慡anto馻... La Mar?de narrativa corta (2002), IV Certamen Internacional de Relato Hiperbreve 慉cum醤?(2003), Certamen Internacional de narrativa corta 慙as quinientas? Colombia (2004), Certamen Internacional de narrativa breve 慏on Manuel Alonso? Moralzarzal, Madrid, entre otras. En 2003, su relato Las l醙rimas del mar es seleccionado en el I Certamen Internacional de relato breve convocado por ?/span>La lectora impaciente?span style="mso-bidi-font-style:italic"> y publicado en la antolog韆 del certamen. Autora de tres novelas, dos intimistas y una de suspense, ha publicado recientemente Epitafio de un asesino (Editorial Titania, Barcelona, 2005), su 鷏tima novela, que se inscribe en la l韓ea m醩 genuina del g閚ero de intriga.

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 IV. N鷐ero 35. Diciembre 2005. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2005 Antonia de J. Corrales Fern醤dez. Reservados todos los derechos ?2002-2005 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻).

  

  

  

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