ariquita
憀a de Nieves?hab韆 nacido en Torrox a
principios del siglo pasado y era la 鷑ica ni馻
de una familia en la que sus tres hermanos y su
hermana mayor la adoraban. Y, aunque se cas? joven y derrochaba ilusi髇, seg鷑 contaba a
veces a los m醩 allegados, pronto dej?de ser
feliz en su matrimonio, ampar醤dose en su madre,
en Nieves, mientras le vivi? Y en sus hijos,
a駉s despu閟. Era como si intentara llenar, con
el cari駉 de todos ellos un hueco que le
resultaba demasiado grande.
Mariquita
era una gran conversadora y, en cuanto pod韆, 損egaba
la hebra? Por ello le encantaba la tienda, su
tienda, la tienda que antes hab韆 sido de su
madre, donde se mov韆 como pez en el agua y donde
ten韆 para toda la clientela, con independencia
de edad, sexo y condici髇, m醩 que la palabra
justa, el p醨rafo justo, pues pose韆 una rara
habilidad para convertir los di醠ogos en
largu韘imos mon髄ogos que parec韆n no tener
fin. La gente que habitualmente iba a comprar a la
tienda hab韆 llegado a conocerla tan bien que, el
d韆 que s髄o le sal韆n monos韑abos de su boca,
le preguntaban qu?era lo que le dol韆. Y no es
que Mariquita fuese una mujer triste, sino que tal
vez la sabia naturaleza le hab韆 impuesto como
contrapartida al mucho hablar, el que nunca
cantase ni se riese a carcajadas.
La
cara de Mariquita parec韆 haber atrapado de forma
permanente y definitiva la juventud, pues corr韆n
los a駉s, y las arrugas pasaban de largo, sin
detenerse en un rostro siempre terso, fresco,
siempre resistente a los ara馻zos del tiempo.
Ella
ten韆 una forma muy peculiar de ingerir las
comidas caldosas: tras colocar el plato sobre la
palma de su mano izquierda, que ahuecaba a la vez
que arqueaba los cinco dedos para aprisionarlo
dulcemente, lo levantaba a la altura de la
barbilla, como si intentase disminuir el recorrido
que deb韆 efectuar la cuchara desde el recipiente
a la boca. Aunque quiz?lo m醩 singular
de este asunto, lo que m醩 extra馿za causaba a
propios y extra駉s, era que esta rara
peculiaridad la hubiese heredado algunos de sus
antecesores.
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Mariquita con su segundo hijo,
Antonio, en la playa de 揈l Faro? situada en Torrox Costa
(M醠aga). |
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Mariquita
era enormemente trabajadora y no paraba ni un
momento, yendo siempre de aqu?para all?
Aunque, posiblemente, fuera as?no por gusto,
sino casi por fuerza. Porque 縬u?otra forma
pod韆 haber de sacar adelante con s髄o dos
manos, la tienda, un par de hermanos solteros, un
marido, cuatro peque駉s y una madre ciega? Por
ello no era de extra馻r que, cuando empezaba a
oscurecer y casi antes de que llegara la noche,
estuviese tan rendida que se quedaba dormida en
cuanto se sentaba. Pero Mariquita era tan
discreta, tan incapaz de ofender a nadie que,
aunque estuviese dormitando, pon韆 la cara de tal
forma que parec韆 que estaba pendiente de todos,
que estaba atenta de lo que le dec韆n, de unas
palabras que no escuchaba, ya porque el sue駉 la
hab韆 transportado a otro mundo maravilloso en el
que, seguramente, s髄o habr韆 ventura y dicha
sin fin, algo por lo que siempre hab韆 estado
suspirando.
Todo
el mundo dec韆 en el pueblo que Mariquita era una
buena persona, condici髇 que, al parecer, hab韆
heredado de su madre. Y la gente, sobre todo la
gente humilde del pueblo, pensaba de esta manera,
hac韆 estos comentarios, porque Mariquita era una
mujer sencilla que irradiaba bondad y que
repart韆 el bien silenciosamente, como si no
quisiera llamar la atenci髇, casi haciendo
realidad, d韆 a d韆, la sentencia evang閘ica de
que su mano derecha no supiese lo que daba la
izquierda.
Nieves,
la madre de Mariquita, deb韆 de haber sido una
real hembra en su juventud, pues, ya entrada en
a駉s, a鷑 ten韆 y reten韆 mucho de la lozan韆
de sus a駉s mozos.
El
recuerdo que se guarda de ella est?韓timamente
ligado a una silla, una silla baja, con el asiento
de anea, en la que permanec韆 sentada horas y
horas. Porque Nieves, hab韆 quedado ciega como
consecuencia de dos desafortunadas operaciones que
le hab韆n practicado unos prestigiosos
especialistas de Granada, cuya fama en poco se
correspondi?con los resultados obtenidos.
Mi
madre, es decir, su nieta, se acuerda de sus ojos,
unos ojos muertos, unos ojos sin vida, que
destacaban de forma desgarrada en una cara blanca
como la porcelana por falta de sol. Y de sus
manos, unas manos grandes, de dedos muy largos que
casi sin tocar reconoc韆n a cualquiera. Y de su
voz, una voz dulce que acariciaba al hablar.
Y
sobre todo recuerda sus cuentos, unos cuentos
largu韘imos que contaba, que casi siempre eran
versiones actualizadas por ella misma de los de
las 揗il y una noches? cuyos finales cambiaba
muchas veces seg鷑 su estado de 醤imo. Unos
cuentos fant醩ticos que eran en m醩 de una
ocasi髇, que en muchas ocasiones, fueron como un
b醠samo milagroso que hizo cicatrizar algunas de
las heridas infantiles de sus nietos. Unos cuentos
que en m醩 de una ocasi髇, que en muchas
ocasiones, adentraban a un maravilloso mundo
ut髉ico haciendo a los dem醩 tocar la felicidad
con manos de ni駉.