“Vuelto
a la mujer dijo: Multiplicaré los trabajos
de
tus preñeces. Con dolor parirás tus hijos...”
GÉNESIS,
v. 16.
enos
mal que la Iglesia no es la encargada del
paritorio. Vamos, como si el dolor de parto lo
repartieran a dedo; no creo yo que Dios esté para
esas tonterías.
—A
ver, tú que eres más mala que un “rajón” y
además eres atea, tú vas a tener cinco hijos, y
vas a sufrir lo que no está escrito. ¡Ah!, pero
tú que eres muy buena, vas a misa todos los
domingos y fiestas de guardar y dejas dinerillo en la
canastilla, tú no, tú no vas a sufrir nada.
Pues
también sufren las que van a la iglesia todos los
domingos, así que aquí hay algún fallo. Si
fuese como dice el cura, la “epidural” sería
como hacerle trampas al Divino. Entonces, las
mujeres que no sufran los dolores del parto, nunca
podrán sentarse a la diestra de Dios Padre, ni
ocupar un destacado lugar en cielo. ¡Con lo que
tiene que costar conseguir ese puesto tan
anhelado!. Lo tenemos “jodido”: por una parte,
por ser mujeres (ya se sabe que a la mujer le
cuesta más estar cerca de Dios, ya que no hay
ninguna que está tan cerca como para ser Papa o
Cardenal, o Mama o Cardenala, o lo que sea), y,
por otra parte, por parir sin dolor. Lo tenemos
claro para la Iglesia. Tendremos que hacerle
algunas trampillas al Divino, o, mejor dicho, a la
divina Iglesia.
...
...
...
Por
fin la paz. Ya no noto ningún dolor. ¡Qué
maravilla, Dios mío! Estoy viajando y siento que
voy camino del paraíso. Cada vez estoy mas “flipada”,
pero que “agustito” estoy. A lo peor es que me
he muerto y estoy volando, volando, volando...
Claro, como si yo fuera Campanilla acompañando a
Peter Pan en busca del País de Nunca Jamás. Lo
único que le falta a este escenario surrealista
que me estoy montando es que suene alguna
musiquilla; como esa melodía de trompetas y
violines que acompaña a las películas
religiosas; esa musiquilla que suena de fondo
siempre que se produce un milagro. ¡Qué bonito
sería ver a los angelitos con sus alitas blancas
revoloteando a mi alrededor, blanditos y
sonrojaditos... ¡Qué lindo es todo!. ¡Qué paz
siento... Paz, paz, paz...
¡Anda,
si veo una luz...! ¡Qué maravilla! Es como la
que dicen que se ve en el túnel cuando abandonas
este mundo. ¡Que luz tan bonita! Es cálida, no
sé de qué color, pero es deliciosa y
confortable...
Pero,
¿realmente donde estoy? Bueno, y qué más da. A
mí ya no me duele nada y... Pero, claro, a mí me
dolía porque estaba en el paritorio. ¿Y qué
pasa con mi hijita? ¡Ay, Dios mío, yo quiero
despertarme ya y verla! Voy a abrir con fuerza los
ojos y me despierto. No puedo. ¡Qué angustia! Ya
no me importa la musiquilla de los “jodidos
angelotes”. Lo que yo quiero es despertarme,
pero no puedo.
—¡Quiero
despertarme aunque sienta dolor!
¿Pero
qué estoy diciendo yo? Despertar, “sí”;
dolor, “no”, aunque sea una pecadora a los
ojos del cura de mi pueblo. A mí qué más me da
lo que diga el párroco. Claro, como él nunca va
a parir, ni con dolor ni sin él... ¡Qué sabrá
él lo que sufre una en esos momentos! Lo que yo
quiero es que esto pase rápido, estar en mi casa
con mi niñita, y dejar de vivir estas sensaciones
tan raras. Ya no me gusta esto de volar por el
espacio al lado del ese repelente niño con
pantuflas. Me da miedo volar. Quiero andar con los
pies en el suelo, como he hecho siempre, y
despertarme, despertarme, aunque me duela algo, lo
que sea.
Pipi,
piiiii, pipipipipi. Piiii. ¿Qué es ese sonido?
Será que me estoy despertando ya. Por fin. Noto
algo a mi izquierda, es un bulto que parece que
flota a mi lado, es un cuerpecito. ¿Será mi
niña? Sí, seguro que es ella.
—Hola,
mami, soy yo. Estoy a punto de nacer. No sabes las
ganas que tenía ya de ser parida. ¡Tanto tiempo
de ahogo y de apretujones...! Pero todo esto ya va
a terminar, y tú no te preocupes de nada y
disfruta de lo que te queda de la anestesia, que
yo te espero ahí fuera. Dame un besito, que me
tengo que ir. Adiós, mama, no tardes.
|

|
|
|
Pero todo esto ya va
a terminar, y tú no te preocupes de nada y
disfruta de lo que te queda de la anestesia, que
yo te espero ahí fuera. |
|