N.? 30

MAYO 2005

3

  

  
  

BRUMAS

Marcelo D. Ferrer* 

  

D

esde el mediod韆, en la radio y la TV s髄o se hablaba de la caracter韘tica especial que adquirir韆 el clima debido a la confluencia de una elevad韘ima humedad ambiente en contraste con un frente de aire helado proveniente del Sureste, que preanunciaba la m醩 espesa bruma de la que se tuviera registro. Tan agudo se presum韆 el fen髆eno clim醫ico que, desde las catorce horas, los partes de la Defensa Civil aconsejaban a las empresas dar asueto a sus empleados para que pudieran retornar a sus casas antes del anochecer. El cataclismo que se predec韆 iba a ser de tal magnitud que varios medios internacionales hab韆n dispuesto reorientar sus sat閘ites hacia esta zona del R韔 de La Plata, dando instrucciones precisas a sus corresponsales aqu? Con el sol de las 16 a medio caer, y como consecuencia de una precoz niebla que ya se abat韆 sobre las zonas rurales dificultando la visi髇 a escasos diez metros, las autoridades provinciales hab韆n decidido cerrar al tr醤sito las rutas de la periferia, y miles de personas, en sus autom髒iles, eran desviadas por un circuito urbano que los devolv韆 nuevamente al centro de la ciudad. La terminal de 髆nibus de larga y media distancia se encontraba inoperante por disposici髇 municipal y la estaci髇 de trenes se abarrotaba de pasajeros ansiosos por retornar a sus hogares. Se esperaba que, por la noche, la temperatura descendiera varios grados por debajo de cero, tal que, algunos, impedidos de abandonar la ciudad, se apresuraban para procurarse un alojamiento. En su ambici髇, los que se movilizaban en autos comet韆n las m醩 salvajes transgresiones y esto produc韆 cerrados embotellamientos y grescas descomunales. Los m醩 beneficiados resultaban ser los peatones, que, sin la carga de un in鷗il autom髒il o no dependiendo del recorrido de un micro de l韓ea, se anticipaban en las conserjer韆s para ocupar un lugar. Para las 19, la capacidad hotelera se hab韆 colmado y miles de personas que trabajaban en la ciudad pero viv韆n en pueblos aleda駉s, ya sea que estuviesen en auto o a pie, buscaban un lugar donde transcurrir la noche. Los automovilistas que permanec韆n presos en los taponamientos simplemente se resignaban a quedarse donde se encontraban o cerraban sus autos para marchase caminando. Los veh韈ulos que a鷑 pod韆n circular, previendo que, para mantenerse calientes, deber韆n conservar funcionando el motor, se api馻ban en las estaciones de servicio para llenar los tanques y proveerse a la vez de alimentos y bebidas. Los termos se hab韆n agotado en la mayor韆 de las tiendas, al igual que las mantas y las prendas de abrigo. El municipio emit韆 comunicados cada quince minutos, que eran transmitidos por las radios locales, y cientos de agentes municipales y voluntarios de la defensa civil recorr韆n las calles dando instrucciones y orientando a quienes permanecer韆n a la intemperie. Oportunamente les dec韆n se avisar韆 de la habilitaci髇 de las avenidas y rutas para abandonar la ciudad. Otra consecuencia del cataclismo era la congesti髇 de las l韓eas telef髇icas. Cientos se apretaban dentro de los locutorios para avisar a sus familiares, y era una constante ver pasar a personas hablando desde sus tel閒onos celulares con una expresi髇 autista en los rostros. A las 20, una espesa bruma se hab韆 apoderado de la urbe. Una blanca cortina se manten韆 suspendida cerca del suelo impidiendo la visi髇 a cinco metros y dificultando el tr醤sito, incluso de los peatones. Respirar el espeso aire saturado de agua produc韆 en los m醩 paranoicos s韓tomas de asfixia. Casi todos deambulaban con su cara tapada de la nariz hacia abajo exhalando entre los tejidos o la tela que les cubr韆 el rostro gruesas nubes de vapor. La condensaci髇 de agua contra la mamposter韆 de las casas y edificios produc韆 riachos que cruzaban raudos las veredas y se vert韆n como cataratas por los cordones hacia las calles transformando las cunetas en arroyos destinados a sucumbir en alguna alcantarilla. A esa hora, los comercios, por razones de seguridad, comenzaban a cerrar sus puertas, al igual que los caf閟 y restaurantes, de modo que,  los menos precavidos, hab韆n quedado abandonados a las inclemencias de la temperatura o dependiendo de que alg鷑 agente municipal o voluntario de la defensa civil los condujera a un improvisado albergue o les proveyera una manta. Para las 21, el alumbrado p鷅lico era in鷗il. La blanca oscuridad lo envolv韆 todo. Los cuerpos perec韆n desaparecer de la cintura hacia abajo generando en las personas una sensaci髇 de ingravidez. Los que todav韆 se encontraban en las calles deambulaban con sus brazos extendidos hacia delante carentes de visi髇. Era frecuente el pedido de disculpas por los tocamientos involuntarios, y las voces y risas nerviosas, impacientes e impersonales, parec韆n llegar desde el limbo u otra dimensi髇. 
En la avenida 7, entre la legislatura y la plaza San Mart韓, se encontraba la aglomeraci髇 m醩 importante de auto(in)m髒iles. Aquellos que pod韆n mantener sus motores en marcha se procuraban calor; los que no, eran sepultados por la bruma dentro de sus habit醕ulos
a鷑 con las ventanillas completamente cerradas haciendo desaparecer las curvas, las rectas, los v閞tices y los planos... sumergidos en una ceguera absoluta. La espesura, como un muro, afectaba de forma tal los sentidos que la opresi髇 se percib韆 en el pecho y en la boca del est髆ago. La gente tomaba cortas bocanadas de aire debido a que la intensa humedad les provocaba accesos de tos al condens醨seles el agua en las v韆s respiratorias. Algunos ruidos y el poder palparse a s?mismos configuraban el 鷑ico cable que los conectaba con la realidad. Hasta las 23, y en los autom髒iles en los que hab韆 m醩 de un ocupante, se o韆n voces y bromas, que se percib韆n como de la lontananza, aunque muy cercanas. Pasadas las 23, los sonidos se hab韆n ido acallando para ser espor醖icos y por debajo de los que emit韆n las radios de quienes no tem韆n agotar las cargas de sus bater韆s. Sin una coordinaci髇 preestablecida, casi todos ten韆n sintonizada la misma estaci髇, que pasaba partes informativos y comunicados cada tres o cuatro temas musicales. A eso de las 23.30, la nota la dio una mujer de indeterminada edad que, a los gritos y presumiblemente asomada a su ventanilla, hab韆 obligado a un grupo de j髒enes a bajar el volumen de un CD. Posteriormente, los j髒enes entusiastas y muertos de risa le hab韆n estado tomando el pelo a la pobre mujer supuestamente sola en su veh韈ulo propin醤dole aullidos fantasmag髍icos.  Otros comenzaron a imitarlos y pronto, como por arte de magia, se hab韆 logrado una comunicaci髇, y las voces comenzaron a emerger de los veh韈ulos y de las personas que se encontraban en la plaza y bajo el p髍tico de acceso a la legislatura, recobr醤dose nuevamente un bullicio intenso. Para 0.30, comenzaron a percibirse movimientos fuera de los veh韈ulos, dado que las conversaciones no se ahogaban en sus interiores. Pod韆 percibirse que la gente sal韆 de ellos y, aun sin verse, se reun韆 en el presentimiento. Incluso cerca de las escalinatas de acceso al palacio legislativo, alguien hab韆 subido el volumen de una radio y pod韆 intuirse que algunos j髒enes, atra韉os por el extravagante meteoro que se esparc韆 por las calles, se convocaba para bailar y departir al aire libre a siete grados bajo cero.  Al poco rato, no falto una fogata que dibuj?algunas siluetas, que prontamente se fueron esfumando como devoradas por la bruma cuando la llama se extingui?por falta de combustible. La situaci髇 era ex髏ica y extra馻 a la vez; las fisonom韆s se intu韆n por las ondas que generaban las voces, y uno pod韆 determinar el sexo del que hablaba y hasta estimar su edad. Luego, a tenor de la conversaci髇, se establec韆n algunos par醡etros de personalidad y educaci髇. Este grupo de la escalinata se volv韆 cada vez m醩 homog閚eo, dado que algunas voces se repet韆n torn醤dose familiares. El paso siguiente a ese rudimentario conocimiento del otro lo dio un extrovertido que, por las vibraciones de su voz, no tendr韆 m醩 que veinticinco a駉s. Conversando con una chica de su edad o, a lo sumo, un poco m醩, extendi?su mano y le toc?el rostro. La chica, sorprendida en un principio, le pregunt?que qu? estaba haciendo, a lo que 閘, sin vueltas, respondi? vi閚dote. Entonces la chica estir?su mano y la puso sobre el rostro de 閘 y ambos comenzaron a palparse los rasgos a menos de cincuenta cent韒etros, carentes por completo de sus sentidos oculares.  Uno y otro recorr韆n, con la suavidad del pudor, frente, ojos, p髆ulos, nariz, labios, ment髇... para volver a subir y volver a bajar como recorriendo senderos que se diversificaban dentro de un plano de infinitos puntos y relieves. A medida que esos caminos se fueron haciendo m醩 y m醩 conocidos, diminutos pasos fueron acercando sus cuerpos fundidos en la bruma y las manos se aventuraron por las orejas, la nuca y el cuello devolviendo im醙enes precisas de aspectos y dimensiones. En el entorno se pod韆 presentir que otros incluso m醩 adelantados acompa馻ban ese conocimiento con jadeos, conjugando aromas y texturas...  Todo en completo silencio de voces, como casi flotando en el limbo de sus instintos. La percepci髇 era un tenue cosquilleo que recorr韆 los cuerpos como un nutriente espont醤eo que florec韆 los sentidos. Lo m醙ico era la fusi髇 de ondas de diversas intensidades interactuando en una danza perfecta y arm髇ica. Junto con los instintos primitivos de la atracci髇, la curiosidad. Con todo eso, la m韘tica de una bruma impenetrable componiendo un irresistible impulso de continuidad sin l韒ites. Como si esos impulsos pudieran transmitirse e interconectarse a trav閟 de las diminutas gotas que compon韆n el aire, al cabo de un momento, una masa informe de espectros se abocaba a una comunicaci髇 cuasi f韘ica y se interactuaban entre s?como si estuviesen en una preconcebida clase de expresi髇 corporal... reconoci閚dose, presinti閚dose... prodig醤dose placer.

  

Una leve brisa espabil?los sentidos y ahuyent? levemente al instinto, pero, a los pocos segundos, volvieron a aquella composici髇 de equilibrio. S髄o cuando la brisa fue un golpe repentino, se dio el despertar... Las manos cesaron cuando alguien, al fin, habl?llamando a esa brisa viento. Entonces comenzaron a formarse remolinos que fueron elevando el grosor de la nube y poco a poco fue ampli醤dose el campo visual de los all? reunidos. Recobrado el movimiento y el murmullo y la geometr韆 de las cosas, cada pieza fue extravi醤dose de su sitio recobrando su lugar. Los m醩, a medida que recuperaban junto con la vista el sentido de la raz髇 y la ubicuidad,  se sumerg韆n en la espesa niebla de sus limitaciones.

  

Un voluntario de la defensa civil, desde alg鷑 sitio de la profundidad de la bruma, anunciaba a鷑 que 閟ta cesar韆 al cabo de una hora.

  

  

  

  

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*Marcelo Daniel Ferrer (La Plata, Buenos Aires, Argentina) es licenciado en Econom韆 y ejerce la profesi髇 de contador p鷅lico en su ciudad natal. Escritor desde temprana edad, sus primeras publicaciones las realiz?con el seud髇imo de 揗cLitton?en la secci髇 揂rte y Cultura?de la 玆evista Notarial del Colegio de Escribanos?de la provincia de Buenos Aires. Autor poemas, reflexiones, cuentos y ensayos, colabora en diversos medios period韘ticos de Argentina y en m鷏tiples revistas digitales.

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 IV. N鷐ero 30. Mayo 2005. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2005 Marcelo D. Ferrer. Reservados todos los derechos ?2002-2005 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻).

  

  

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