e mi chal?adosado en la sierra madrile馻, lo que
m醩 me pesa es la hipoteca, a todas luces
indigesta, y la reuni髇 ritual que tiene lugar en
el sal髇, cada noche, a las tres de la ma馻na.
Procuro no asistir, para lo que me dopo
convenientemente con un lexatin de tres
miligramos y generalmente duermo a pierna suelta,
como un bendito; por la ma馻na, recojo los vasos
y las botellas, limpio por encima para que no
sospeche la asistenta y ventilo el humo denso de
los habanos.
El problema se produce cuando me arde el est髆ago,
me desvelan las preocupaciones vitales y me aflige
la falta de intimidad. Entonces oigo las voces en
el sal髇, el tintineo de los hielos en los
cubatas y las risas c髆plices, y no puedo
resistirme a sumarme a la fiesta rutinaria.
Abandono el lecho, me sirvo un ron mientras
enciendo un pitillo y charlo, charlo como un
hombre ilusionado el resto de la noche, con los
fantasmas de mis padres, de mi mujer, de mis
hijos, que vienen del reino de las sombras, seg鷑
dicen, para que no me sienta solo en las horas
nocturnas.