N.? 28

MARZO 2005

3

  

  
  

LA CITA

Carolina Fern醤dez P閞ez* 

  

E

ran casi las seis de la tarde. Ana caminaba presurosa por las calles de M醠aga, ansiando llegar cuanto antes a su cita con Miguel. Hac韆 fr韔 y estaba oscureciendo. Ana mir?a ambos lados de la calle, cruz?corriendo y esquiv?a una joven madre que empujaba un cochecito de beb? La mujer la mir?con disgusto, casi con rabia, y Ana se disculp?con una leve sonrisa 梒iertamente, hay que circular con cuidado incluso por las aceras? Sigui?su camino; cinco minutos m醩 y habr韆 llegado a su cita con Miguel.

Miguel estaba all?desde hac韆 ya un buen rato. Mientras la esperaba, iba recordando los viejos tiempos, aquella 閜oca en que ella era s髄o una ni馻 y 閘 empezaba apenas a ser hombre. Record?sus hermosos ojos negros, la encantadora sonrisa, las mejillas eternamente sonrosadas y la torpeza con que caminaba la primera vez que us?zapatos de tac髇 alto. No sab韆 muy bien por qu? pero, siempre que la rememoraba, la ve韆 en su imaginaci髇 caminando a trompicones, muy lentamente, con miedo a caerse desde su nueva perspectiva del mundo, subida en aquellos zapatos que 閘 le regal? Miguel se sonri? sumido en el recuerdo de aquella ni馻, y as?lo encontr? Ana cuando, finalmente, lleg?al Caf?

Al entrar, se fij?enseguida en su sonrisa. Sin embargo, no crey?que le sonriera a ella, pues no parec韆 haberla visto entrar. Se acerc?a la mesa, y entonces s?que la vio y le dedic? su mejor sonrisa. Miguel se levant?y le dio los dos besos de rigor, le retir?cort閟mente la silla para que se sentase y se volvi?a sentar en la suya. Ana se quit?el abrigo y lo dej?a un lado, junto al bolso. Se acomod? tranquilamente y le devolvi?la sonrisa a Miguel, que la miraba extasiado.

Casi sin quererlo, Ana empez?a hablar de s?misma, de c髆o la hab韆 tratado la vida en los tres a駉s que llevaban sin verse. Miguel la contemplaba en silencio, asintiendo de vez en cuando para demostrar su atenci髇. Empezaba a evocar con nostalgia aquella otra tarde de invierno en que la vio por 鷏tima vez, en el mismo sitio y a la misma hora, como dice la canci髇. Tambi閚 sin quererlo, aquella otra tarde se impuso en su mente y dej?de o韗 lo que Ana le estaba contando, aunque segu韆 asintiendo y mir醤dola fijamente.

Aquel d韆 no hac韆 tanto fr韔, pero estaban en invierno. Hab韆n quedado a las seis en el Caf? como siempre 梕n realidad, no era ese su nombre, pero ellos lo llamaban as? para abreviar? Como sol韆 hacer, Miguel se present?en el Caf?media hora antes. Ana lleg?puntual, fiel a su costumbre de no ser la primera ni la 鷏tima. Estaban hablando de lo de siempre 梕l instituto, la pandilla, los padres, las fiestas?cuando Miguel se arm?de valor y sac?el tema del amor. No sab韆 c髆o declararse. Nunca lo hab韆 hecho antes, y estaba tan nervioso que no sab韆 c髆o empezar, as?que decidi?hablar del amor en general para ir concretando poco a poco. Eso le dar韆 tiempo para medir las reacciones de Ana y para conocer su opini髇 al mismo tiempo, o, al menos, as?lo pens? Pero no se le hubiera ocurrido nunca lo que finalmente sucedi?

椏Te acuerdas, Migue?

椏Qu? 條a pregunta le pill?rebuscando en el ba鷏 de los recuerdos, pero respondi?igualmente.

桝h, s? Claro que me acuerdo.

桻u? tiempos, 縩o? Lo pas醔amos bien. ero bueno, si no te dejo hablar...! Chiquillo, p醨ame, sabes que soy una charlatana. Cu閚tame algo de tu vida, que hemos venido a hablar, no a que oigas mis discursos.

桺ues no hay mucho que contar. Como ya sabes, me fui de voluntario al ej閞cito, y ahora estoy prepar醤dome para polic韆. Fin de la historia.

Ana le mir?a los ojos por primera vez desde que hab韆 llegado, pero se arrepinti? inmediatamente de haberlo hecho. Desvi?la mirada y se dedic?a observar el bullicio del Caf? Una ni馻 de pocos a駉s 梡uede que seis, siete a lo sumo?correteaba entre las mesas perseguida por otro ni駉, m醩 peque駉 que ella. La madre la llamaba al orden al tiempo que segu韆 hablando acaloradamente con sus dos compa馿ras de mesa. Era la t韕ica reuni髇 de comadres de cualquier Caf?del mundo, y Ana no le prest?mayor atenci髇. Lo que s?llam?su atenci髇 fue el propio Caf? Las mesas ya no eran cuadradas y de hierro, pintadas de marr髇 oscuro, sino redondas y de madera, con manteles de tela y tapete floreado. Las sillas eran mucho m醩 c髆odas, y hab韆n pintado las paredes en amarillo pastel. Los escandalosos calendarios semiobscenos hab韆n sido sustituidos por cuadros de paisajes, y, aunque el due駉 segu韆 tras la barra sirviendo caf閟, un camarero bigotudo los llevaba a las mesas. Realmente el Caf?hab韆 cambiado mucho en tres a駉s, y se sorprendi?de no haber vuelto a entrar all? desde aquella tarde que pas?con Miguel.

Recordaba que Miguel empez?de repente a hablarle de amor. Aquello la cogi?por sorpresa, pues casi nunca hab韆n tocado ese tema. Eran los mejores amigos del mundo desde que se conocieron en el colegio, pero nunca antes hab韆n hablado de ciertas cosas. Miguel se estaba poniendo colorado 條o recordaba tan bien como si lo estuviera viendo, aunque el joven que ten韆 delante no era ni remotamente parecido al de aquella tarde? as?que decidi?acabar con el tema.

椏Sabes? 條e dijo? Jos?me ha pedido que sea su novia. Y le he dicho que s? Se me declar? ayer, por eso quer韆 quedar contigo, para dec韗telo. Todav韆 no lo sabe nadie. 縌u?te parece? o, novia de Jos? i es el sue駉 de mi vida!

Ana no calcul?bien sus palabras. O no era el momento adecuado. Quiz?tampoco fue la mejor manera de zanjar el tema que tanto azoraba a su amigo, pero el caso es que Miguel enmudeci?tan de repente que Ana crey?que le hab韆 pasado algo.

椏Estas bien? 條e pregunt?Ana entonces.

椏Est醩 bien? 梡regunt?Miguel? Te has puesto p醠ida, 縯e pido un vaso de agua?

桸o, gracias, Migue. Estoy bien... debe ser el calor... tienen tan alta la calefacci髇 que...  en contraste con el fr韔 que hace fuera, pues...

No sab韆 bien c髆o disculparse. S? el recuerdo de la reacci髇 de Miguel en aquel d韆 la hab韆 trastornado un poco, tanto tiempo despu閟.

桝hora vuelvo, voy a refrescarme un poco.

Se dirigi?al lavabo de se駉ras, m醩 por poner en orden sus pensamientos 梱 sus sentimientos? que por refrescarse. Al entrar en el lavabo, se sorprendi?de ver all?un espejo enorme que ocupaba media pared. Sonri?sin darse cuenta, compar醤dolo con el diminuto espejito que hab韆 all?tres a駉s atr醩, y se qued? mirando la imagen reflejada de su propia sonrisa. Se ahuec?un poco la corta melena azabache, se retoc?el carm韓 de los labios y sali?

Mientras tanto, Miguel la esperaba fumando un cigarrillo. No era algo que hiciera habitualmente, pero le ayudaba a reflexionar. Estaba pensando en todo lo que le hab韆 dicho Ana; al menos, todo lo que hab韆 acertado a o韗 條os Gemelos se han peleado... he estado en Par韘... Fulanita se ha ido a Mallorca... Menganito dej?embarazada a la novia y tiene un beb?precioso... cuando acabe la carrera, Jos?y yo nos casaremos... ? Desde que se fue voluntario al ej閞cito, les hab韆n pasado muchas cosas a los chicos y chicas de la pandilla. Lo peor era que se hab韆n separado poco a poco, como si alguien hubiese ido eliminando las piezas del tablero y no hubiese dejado m醩 que al rey, a 閘, terriblemente solo y sin contacto con nadie... excepto con la reina.

梇a est? me he mojado un poco las mu馿cas y la nuca. 縏e acuerdas que era eso lo que hac韆mos antes de meternos en el agua? Si sirve para ba馻rse en la playa, tambi閚 debe servir para refrescarse un poco, 縩o crees?

Miguel asinti? Por un momento, sus miradas se cruzaron, y Miguel crey?percibir cierto atisbo de compasi髇 en la de Ana. Por su parte, Ana volvi?a notar la tristeza en los oscuros ojos de Miguel y decidi?que ser韆 mejor marcharse. No quer韆 seguir haci閚dole da駉, aunque sab韆 que el da駉 ya estaba hecho.

Salieron a la calle y Miguel la acompa耋 hasta el portal de su casa. Por el camino no se dijeron nada, sino que se limitaron a caminar cogidos de la mano, como cuando eran peque駉s e iban juntos al colegio. Fue Ana quien retom?la vieja costumbre, deslizando su mano por el brazo de Miguel hasta llegar a cogerle la mano. Ninguno de los dos llevaba guantes, y Miguel se estremeci?con el fr韔 contacto de aquella mano, tan familiar y tan extra馻 a la vez. Sin embargo, decidi?estrecharla un poco, demostrando as?que le hab韆 agradado el gesto. Ana not?su sorpresa y su agradecimiento, as?que se acerc?un poco m醩 a 閘 y acomod?sus pasos a los suyos.

Cuando se despidieron en el portal, Miguel le dijo que 搈e voy a Madrid, porque all?vive un primo de mi padre que es polic韆 y que me ayudar?a entrar en el Cuerpo, as?que quiz?no nos veamos en otros tres a駉s o m醩? Entonces, Ana le abraz? le dijo que ya le har韆 alguna visita en Madrid y se besaron cari駉samente en las ateridas mejillas. Antes de irse, Miguel desliz?un sobre en el bolsillo del abrigo de Ana.

De camino a su casa, Miguel encendi?otro cigarrillo, y, mientras fumaba, iba reflexionando sobre la tarde que acababa de pasar. Ana era la misma de siempre, tan parlanchina, tan alegre, tan encantadora. A sus veinti鷑 a駉s era toda una mujer, responsable y segura de s?misma, con un car醕ter muy bien definido y unos objetivos que cumplir en la vida. 蒷, sin embargo, no dejaba de ser un chaval que ha probado un poco de todo y que a鷑 no tiene claro qu?va a ser de su futuro. Pero, al menos, hoy le ha puesto fin a su pasado, y su triste y apagada mirada empieza a iluminarse conforme se aleja del portal de Ana.

Esperando el ascensor, Ana mete las manos en los bolsillos para calentarlas, pero de inmediato vuelve a sacarlas. En una sostiene el sobre de Miguel, un sobre sin remitente ni destinatario. Llega el ascensor, y Ana sigue mirando el sobre cerrado, sin atreverse a abrirlo ni a volverlo a guardar. Se abren las puertas del ascensor. Ana entra, pulsa el bot髇 del quinto, se cierran las puertas, se para en el segundo. 摽Sube o baja??Sigue subiendo, la velocidad disminuye lentamente, el ascensor se detiene por fin, se abren las puertas, Ana sale.

La madre de Ana est?en la puerta de la casa, hablando con una vecina. 揃uenas noches? dice ella. Sin quitarse ni el abrigo, se dirige a su habitaci髇 y se tumba sobre la cama. Apoyada en los codos, decide por fin abrir el sobre. Dentro encuentra una carta, dos folios manuscritos por ambas caras;  tambi閚 hay una foto con una dedicatoria: 揚ara Ana, con todo mi amor. Miguel? El soldado de la foto est?en posici髇 de descanso, con las manos detr醩 de la espalda y las piernas ligeramente separadas. Bajo el gorro, Ana reconoce el sereno rostro de su amigo; al fondo se ve la entrada al cuartel.

Ana deja la foto y toma la carta. Lee.

玀i querida y fiel amiga:

Me resulta muy dif韈il escribir esta carta, pero he de hacerlo. Estoy en mi habitaci髇, sentado a la mesa donde tantas veces hicimos juntos los deberes del colegio. Sabes mejor que nadie que nunca se me dio bien estudiar, y mucho menos escribir, pero har?un esfuerzo por ti. No s? siquiera por d髇de empezar, as?que espero que me perdones si no entiendes nada.

Hace unos a駉s, cuando 韇amos al instituto, empezaste a gustarme como algo m醩 que una amiga. Se trata de la t韕ica historia del chico que se enamora de la chica que s髄o le quiere como amigo; pero qu?le voy a hacer, nunca fui original en nada. Me fui enamorando de ti poco a poco, con cada gesto tuyo, con cada palabra. Empec?a necesitarte a mi lado constantemente, y decid?que, alg鷑 d韆, ser韆mos novios; llegu?incluso a pensar en casarme contigo, pero  mis ilusiones de adolescente se desvanecieron una tarde en el Caf? cuando me dijiste que amabas a otro. No s?si sabes qu?se siente cuando la persona que m醩 te importa en este mundo te dice que ama a otro. Yo lo s? y no le deseo a nadie que lo averig黣 jam醩.

Con el alma destrozada, me fui voluntariamente al ej閞cito para escapar de ti. Ten韆 18 a駉s, no quer韆 seguir estudiando, y el 鷑ico aliciente de mi vida acababa de esfumarse. All? en el ej閞cito, entre sargentos y tenientes, entre fatigas y desvelos, aprend?a ser hombre. Aprend?a olvidarme de ti, a no amarte, incluso llegu?a odiarte. Cuando hac韆 la guardia por las noches, me sent韆 muy solo, pero nunca pensaba en ti. Hasta que una tarde decid?llamarte. 縍ecuerdas? Te dije d髇de estaba, aunque no te dije por qu? Quer韆 decirte cu醤to me hab韆 dolido saber que quer韆s a Jos?y no a m? pero no pude. O韗 de nuevo tu voz abri?mis viejas heridas, aquellas que ya cre韆 cicatrizadas para siempre, y entend?que necesitaba verte de nuevo, que te segu韆 amando. Cuando colgu? estuve largo rato pensando en ti y en m? en los dos, y llegu?a la conclusi髇 de que estar separados me hab韆 beneficiado, pero no pod韆 seguir viviendo lejos de ti.

Dej? el ej閞cito y volv?a casa, a tu lado. Asum? la derrota que supon韆 el haberte perdido para siempre como amante, pero no quise perderte como amiga. Los a駉s pasan, Ana, y, de repente, te levantas una ma馻na y lo ves todo de otra manera. Sent?que mi vida no estaba acabada, que ya no era un ni駉. He crecido, he madurado, y soy tremendamente joven. Tengo toda la vida por delante, y mi amor por ti no ha sido m醩 que el capricho de un adolescente, ese adolescente que crey?que el mundo se hab韆 acabado cuando, segundos antes de que 閘 te declarara su amor, le dijiste que no le amabas.

Ana, s?que, tras mi partida, te dijeron que yo te quer韆, y no te mintieron, porque te quiero. Eres tan hermana m韆 como la que lleva mi sangre, y nunca permitir?que nuestra relaci髇 vuelva a romperse. Cuando leas esta carta, no me digas nada, no me respondas, no me la recuerdes. Es el 鷏timo v韓culo que me une al doloroso recuerdo de mi primer amor frustrado, y no quiero que ese recuerdo sea un lastre en mi vida. Gu醨dala como prueba del amor que sent? por ti, como prueba del amor que siento ahora.

Tu fiel amigo que te ama sinceramente,

Miguel.?/span>

Cuando Ana termin?de leer la carta, permiti?que unas tristes l醙rimas afloraran a sus ojos y resbalaran por sus mejillas, pero no dej?que la turbaran demasiado. Guardando carta y fotograf韆, Ana escondi?el sobre entre los dem醩, los que conten韆n las cartas de Jos? y despu閟 se meti?en la cama. Se qued? dormida enseguida, no sin antes anotar en su agenda que, al d韆 siguiente, deb韆 citar a Miguel a las seis, en el Caf?

  

  

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*Carolina Fern醤dez P閞ez (M醠aga, 1983), durante este curso 2004-05, es alumna de 3.? de Magisterio, especialidad de Maestro en Educaci髇 Primaria, en la Facultad de Ciencias de la Educaci髇 de la Universidad de M醠aga. Confiesa pasar sus mejores momentos escribiendo y, sobre todo, leyendo, en cuyo particular firmamento, B閏quer, Lorca, Machado, Verne, Stephen King, Garc韆 M醨quez e Isabel Allende son estrellas cuyo fulgor la tienen magnetizada. Colaboradora distinguida de nuestra revista, cultiva una prosa madura, impecable y moderna que cautiva el esp韗itu del lector desde la primera l韓ea.

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 IV. N鷐ero 28. Marzo 2005. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2005 Carolina Fern醤dez P閞ez. Reservados todos los derechos ?2002-2005 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻).

  

  

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