ran
casi las seis de la tarde. Ana caminaba
presurosa por las calles de M醠aga, ansiando
llegar cuanto antes a su cita con Miguel. Hac韆
fr韔 y estaba oscureciendo. Ana mir?a ambos
lados de la calle, cruz?corriendo y esquiv?a
una joven madre que empujaba un cochecito de
beb? La mujer la mir?con disgusto, casi con
rabia, y Ana se disculp?con una leve sonrisa
梒iertamente, hay que circular con cuidado
incluso por las aceras? Sigui?su camino;
cinco minutos m醩 y habr韆 llegado a su cita
con Miguel.
Miguel
estaba all?desde hac韆 ya un buen rato.
Mientras la esperaba, iba recordando los viejos
tiempos, aquella 閜oca en que ella era s髄o
una ni馻 y 閘 empezaba apenas a ser hombre.
Record?sus hermosos ojos negros, la
encantadora sonrisa, las mejillas eternamente
sonrosadas y la torpeza con que caminaba la
primera vez que us?zapatos de tac髇 alto. No
sab韆 muy bien por qu? pero, siempre que la
rememoraba, la ve韆 en su imaginaci髇
caminando a trompicones, muy lentamente, con
miedo a caerse desde su nueva perspectiva del
mundo, subida en aquellos zapatos que 閘 le
regal? Miguel se sonri? sumido en el
recuerdo de aquella ni馻, y as?lo encontr? Ana cuando, finalmente, lleg?al Caf?
Al
entrar, se fij?enseguida en su sonrisa. Sin
embargo, no crey?que le sonriera a ella, pues
no parec韆 haberla visto entrar. Se acerc?a
la mesa, y entonces s?que la vio y le dedic? su mejor sonrisa. Miguel se levant?y le dio
los dos besos de rigor, le retir?cort閟mente
la silla para que se sentase y se volvi?a
sentar en la suya. Ana se quit?el abrigo y lo
dej?a un lado, junto al bolso. Se acomod? tranquilamente y le devolvi?la sonrisa a
Miguel, que la miraba extasiado.
Casi
sin quererlo, Ana empez?a hablar de s?misma,
de c髆o la hab韆 tratado la vida en los tres
a駉s que llevaban sin verse. Miguel la
contemplaba en silencio, asintiendo de vez en
cuando para demostrar su atenci髇. Empezaba a
evocar con nostalgia aquella otra tarde de
invierno en que la vio por 鷏tima vez, en el
mismo sitio y a la misma hora, como dice la
canci髇. Tambi閚 sin quererlo, aquella otra
tarde se impuso en su mente y dej?de o韗 lo
que Ana le estaba contando, aunque segu韆
asintiendo y mir醤dola fijamente.
Aquel
d韆 no hac韆 tanto fr韔, pero estaban en
invierno. Hab韆n quedado a las seis en el
Caf? como siempre 梕n realidad, no era ese
su nombre, pero ellos lo llamaban as? para
abreviar? Como sol韆 hacer, Miguel se
present?en el Caf?media hora antes. Ana
lleg?puntual, fiel a su costumbre de no ser la
primera ni la 鷏tima. Estaban hablando de lo de
siempre 梕l instituto, la pandilla, los
padres, las fiestas?cuando Miguel se arm?de
valor y sac?el tema del amor. No sab韆 c髆o
declararse. Nunca lo hab韆 hecho antes, y
estaba tan nervioso que no sab韆 c髆o empezar,
as?que decidi?hablar del amor en general
para ir concretando poco a poco. Eso le dar韆
tiempo para medir las reacciones de Ana y para
conocer su opini髇 al mismo tiempo, o, al
menos, as?lo pens? Pero no se le hubiera
ocurrido nunca lo que finalmente sucedi?
椏Te
acuerdas, Migue?
椏Qu?
條a pregunta le pill?rebuscando en el ba鷏
de los recuerdos, pero respondi?igualmente.
桝h,
s? Claro que me acuerdo.
桻u? tiempos, 縩o? Lo pas醔amos bien. ero bueno,
si no te dejo hablar...! Chiquillo, p醨ame,
sabes que soy una charlatana. Cu閚tame algo de
tu vida, que hemos venido a hablar, no a que
oigas mis discursos.
桺ues
no hay mucho que contar. Como ya sabes, me fui
de voluntario al ej閞cito, y ahora estoy
prepar醤dome para polic韆. Fin de la historia.
Ana
le mir?a los ojos por primera vez desde que
hab韆 llegado, pero se arrepinti? inmediatamente de haberlo hecho. Desvi?la
mirada y se dedic?a observar el bullicio del
Caf? Una ni馻 de pocos a駉s 梡uede que
seis, siete a lo sumo?correteaba entre las
mesas perseguida por otro ni駉, m醩 peque駉
que ella. La madre la llamaba al orden al tiempo
que segu韆 hablando acaloradamente con sus dos
compa馿ras de mesa. Era la t韕ica reuni髇 de
comadres de cualquier Caf?del mundo, y Ana no
le prest?mayor atenci髇. Lo que s?llam?su
atenci髇 fue el propio Caf? Las mesas ya no
eran cuadradas y de hierro, pintadas de marr髇
oscuro, sino redondas y de madera, con manteles
de tela y tapete floreado. Las sillas eran mucho
m醩 c髆odas, y hab韆n pintado las paredes en
amarillo pastel. Los escandalosos calendarios
semiobscenos hab韆n sido sustituidos por
cuadros de paisajes, y, aunque el due駉 segu韆
tras la barra sirviendo caf閟, un camarero
bigotudo los llevaba a las mesas. Realmente el
Caf?hab韆 cambiado mucho en tres a駉s, y se
sorprendi?de no haber vuelto a entrar all? desde aquella tarde que pas?con Miguel.
Recordaba
que Miguel empez?de repente a hablarle de
amor. Aquello la cogi?por sorpresa, pues casi
nunca hab韆n tocado ese tema. Eran los mejores
amigos del mundo desde que se conocieron en el
colegio, pero nunca antes hab韆n hablado de
ciertas cosas. Miguel se estaba poniendo
colorado 條o recordaba tan bien como si lo
estuviera viendo, aunque el joven que ten韆
delante no era ni remotamente parecido al de
aquella tarde? as?que decidi?acabar con
el tema.
椏Sabes?
條e dijo? Jos?me ha pedido que sea su
novia. Y le he dicho que s? Se me declar? ayer, por eso quer韆 quedar contigo, para
dec韗telo. Todav韆 no lo sabe nadie. 縌u?te
parece? o, novia de Jos? i es el sue駉
de mi vida!
Ana
no calcul?bien sus palabras. O no era el
momento adecuado. Quiz?tampoco fue la mejor
manera de zanjar el tema que tanto azoraba a su
amigo, pero el caso es que Miguel enmudeci?tan
de repente que Ana crey?que le hab韆 pasado
algo.
椏Estas
bien? 條e pregunt?Ana entonces.
椏Est醩
bien? 梡regunt?Miguel? Te has puesto
p醠ida, 縯e pido un vaso de agua?
桸o,
gracias, Migue. Estoy bien... debe ser el
calor... tienen tan alta la calefacci髇 que...
en contraste con el fr韔 que hace fuera,
pues...
No
sab韆 bien c髆o disculparse. S? el recuerdo
de la reacci髇 de Miguel en aquel d韆 la
hab韆 trastornado un poco, tanto tiempo
despu閟.
桝hora
vuelvo, voy a refrescarme un poco.
Se
dirigi?al lavabo de se駉ras, m醩 por poner
en orden sus pensamientos 梱 sus sentimientos? que por refrescarse. Al entrar en el lavabo, se
sorprendi?de ver all?un espejo enorme que
ocupaba media pared. Sonri?sin darse cuenta,
compar醤dolo con el diminuto espejito que
hab韆 all?tres a駉s atr醩, y se qued? mirando la imagen reflejada de su propia
sonrisa. Se ahuec?un poco la corta melena
azabache, se retoc?el carm韓 de los labios y
sali?
Mientras
tanto, Miguel la esperaba fumando un cigarrillo.
No era algo que hiciera habitualmente, pero le
ayudaba a reflexionar. Estaba pensando en todo
lo que le hab韆 dicho Ana; al menos, todo lo
que hab韆 acertado a o韗 條os Gemelos se han
peleado... he estado en Par韘... Fulanita se ha
ido a Mallorca... Menganito dej?embarazada a
la novia y tiene un beb?precioso... cuando
acabe la carrera, Jos?y yo nos casaremos...
? Desde que se fue voluntario al ej閞cito,
les hab韆n pasado muchas cosas a los chicos y
chicas de la pandilla. Lo peor era que se
hab韆n separado poco a poco, como si alguien
hubiese ido eliminando las piezas del tablero y
no hubiese dejado m醩 que al rey, a 閘,
terriblemente solo y sin contacto con nadie...
excepto con la reina.
梇a
est? me he mojado un poco las mu馿cas y la
nuca. 縏e acuerdas que era eso lo que hac韆mos
antes de meternos en el agua? Si sirve para
ba馻rse en la playa, tambi閚 debe servir para
refrescarse un poco, 縩o crees?
Miguel
asinti? Por un momento, sus miradas se
cruzaron, y Miguel crey?percibir cierto atisbo
de compasi髇 en la de Ana. Por su parte, Ana
volvi?a notar la tristeza en los oscuros ojos
de Miguel y decidi?que ser韆 mejor marcharse.
No quer韆 seguir haci閚dole da駉, aunque
sab韆 que el da駉 ya estaba hecho.
Salieron
a la calle y Miguel la acompa耋 hasta el
portal de su casa. Por el camino no se dijeron
nada, sino que se limitaron a caminar cogidos de
la mano, como cuando eran peque駉s e iban
juntos al colegio. Fue Ana quien retom?la
vieja costumbre, deslizando su mano por el brazo
de Miguel hasta llegar a cogerle la mano.
Ninguno de los dos llevaba guantes, y Miguel se
estremeci?con el fr韔 contacto de aquella
mano, tan familiar y tan extra馻 a la vez. Sin
embargo, decidi?estrecharla un poco,
demostrando as?que le hab韆 agradado el
gesto. Ana not?su sorpresa y su
agradecimiento, as?que se acerc?un poco m醩
a 閘 y acomod?sus pasos a los suyos.
Cuando
se despidieron en el portal, Miguel le dijo que
搈e voy a Madrid, porque all?vive un primo
de mi padre que es polic韆 y que me ayudar?a
entrar en el Cuerpo, as?que quiz?no nos
veamos en otros tres a駉s o m醩? Entonces,
Ana le abraz? le dijo que ya le har韆 alguna
visita en Madrid y se besaron cari駉samente en
las ateridas mejillas. Antes de irse, Miguel
desliz?un sobre en el bolsillo del abrigo de
Ana.
De
camino a su casa, Miguel encendi?otro
cigarrillo, y, mientras fumaba, iba
reflexionando sobre la tarde que acababa de
pasar. Ana era la misma de siempre, tan
parlanchina, tan alegre, tan encantadora. A sus
veinti鷑 a駉s era toda una mujer, responsable
y segura de s?misma, con un car醕ter muy bien
definido y unos objetivos que cumplir en la
vida. 蒷, sin embargo, no dejaba de ser un
chaval que ha probado un poco de todo y que a鷑
no tiene claro qu?va a ser de su futuro. Pero,
al menos, hoy le ha puesto fin a su pasado, y su
triste y apagada mirada empieza a iluminarse
conforme se aleja del portal de Ana.
Esperando
el ascensor, Ana mete las manos en los bolsillos
para calentarlas, pero de inmediato vuelve a
sacarlas. En una sostiene el sobre de Miguel, un
sobre sin remitente ni destinatario. Llega el
ascensor, y Ana sigue mirando el sobre cerrado,
sin atreverse a abrirlo ni a volverlo a guardar.
Se abren las puertas del ascensor. Ana entra,
pulsa el bot髇 del quinto, se cierran las
puertas, se para en el segundo. 摽Sube o
baja??Sigue subiendo, la velocidad disminuye
lentamente, el ascensor se detiene por fin, se
abren las puertas, Ana sale.
La
madre de Ana est?en la puerta de la casa,
hablando con una vecina. 揃uenas noches?
dice ella. Sin quitarse ni el abrigo, se dirige
a su habitaci髇 y se tumba sobre la cama.
Apoyada en los codos, decide por fin abrir el
sobre. Dentro encuentra una carta, dos folios
manuscritos por ambas caras;
tambi閚 hay una foto con una
dedicatoria: 揚ara Ana, con todo mi amor.
Miguel? El soldado de la foto est?en
posici髇 de descanso, con las manos detr醩 de
la espalda y las piernas ligeramente separadas.
Bajo el gorro, Ana reconoce el sereno rostro de
su amigo; al fondo se ve la entrada al cuartel.
Ana
deja la foto y toma la carta. Lee.
玀i
querida y fiel amiga:
Me
resulta muy dif韈il escribir esta carta, pero
he de hacerlo. Estoy en mi habitaci髇, sentado
a la mesa donde tantas veces hicimos juntos los
deberes del colegio. Sabes mejor que nadie que
nunca se me dio bien estudiar, y mucho menos
escribir, pero har?un esfuerzo por ti. No s? siquiera por d髇de empezar, as?que espero que
me perdones si no entiendes nada.
Hace
unos a駉s, cuando 韇amos al instituto,
empezaste a gustarme como algo m醩 que una
amiga. Se trata de la t韕ica historia del chico
que se enamora de la chica que s髄o le quiere
como amigo; pero qu?le voy a hacer, nunca fui
original en nada. Me fui enamorando de ti poco a
poco, con cada gesto tuyo, con cada palabra.
Empec?a necesitarte a mi lado constantemente,
y decid?que, alg鷑 d韆, ser韆mos novios;
llegu?incluso a pensar en casarme contigo,
pero mis
ilusiones de adolescente se desvanecieron una
tarde en el Caf? cuando me dijiste que amabas
a otro. No s?si sabes qu?se siente cuando la
persona que m醩 te importa en este mundo te
dice que ama a otro. Yo lo s? y no le deseo a
nadie que lo averig黣 jam醩.
Con
el alma destrozada, me fui voluntariamente al
ej閞cito para escapar de ti. Ten韆 18 a駉s,
no quer韆 seguir estudiando, y el 鷑ico
aliciente de mi vida acababa de esfumarse.
All? en el ej閞cito, entre sargentos y
tenientes, entre fatigas y desvelos, aprend?a
ser hombre. Aprend?a olvidarme de ti, a no
amarte, incluso llegu?a odiarte. Cuando hac韆
la guardia por las noches, me sent韆 muy solo,
pero nunca pensaba en ti. Hasta que una tarde
decid?llamarte. 縍ecuerdas? Te dije d髇de
estaba, aunque no te dije por qu? Quer韆
decirte cu醤to me hab韆 dolido saber que
quer韆s a Jos?y no a m? pero no pude. O韗
de nuevo tu voz abri?mis viejas heridas,
aquellas que ya cre韆 cicatrizadas para
siempre, y entend?que necesitaba verte de
nuevo, que te segu韆 amando. Cuando colgu? estuve largo rato pensando en ti y en m? en
los dos, y llegu?a la conclusi髇 de que estar
separados me hab韆 beneficiado, pero no pod韆
seguir viviendo lejos de ti.
Dej? el ej閞cito y volv?a casa, a tu lado. Asum? la derrota que supon韆 el haberte perdido para
siempre como amante, pero no quise perderte como
amiga. Los a駉s pasan, Ana, y, de repente, te
levantas una ma馻na y lo ves todo de otra
manera. Sent?que mi vida no estaba acabada,
que ya no era un ni駉. He crecido, he madurado,
y soy tremendamente joven. Tengo toda la vida
por delante, y mi amor por ti no ha sido m醩
que el capricho de un adolescente, ese
adolescente que crey?que el mundo se hab韆
acabado cuando, segundos antes de que 閘 te
declarara su amor, le dijiste que no le amabas.
Ana,
s?que, tras mi partida, te dijeron que yo te
quer韆, y no te mintieron, porque te quiero.
Eres tan hermana m韆 como la que lleva mi
sangre, y nunca permitir?que nuestra relaci髇
vuelva a romperse. Cuando leas esta carta, no me
digas nada, no me respondas, no me la recuerdes.
Es el 鷏timo v韓culo que me une al doloroso
recuerdo de mi primer amor frustrado, y no
quiero que ese recuerdo sea un lastre en mi
vida. Gu醨dala como prueba del amor que sent? por ti, como prueba del amor que siento ahora.
Tu
fiel amigo que te ama sinceramente,
Miguel.?/span>
Cuando
Ana termin?de leer la carta, permiti?que
unas tristes l醙rimas afloraran a sus ojos y
resbalaran por sus mejillas, pero no dej?que
la turbaran demasiado. Guardando carta y
fotograf韆, Ana escondi?el sobre entre los
dem醩, los que conten韆n las cartas de Jos?
y despu閟 se meti?en la cama. Se qued? dormida enseguida, no sin antes anotar en su
agenda que, al d韆 siguiente, deb韆 citar a
Miguel a las seis, en el Caf?