odo
comenz?cuando a t韆 Garcilasa se le ocurri? mencionar a Nemesio que deb韆 adelgazar...
Aquella
noche ley?hasta muy tarde. Su l醡para, que
semejaba una enorme mariposa, se apag?sobre
las dos de la madrugada. Despu閟, en la
ma馻na, la luz que entraba por la ingente
ventana de su cuarto le despert?sin darle
opci髇 a seguir durmiendo. Adormilado, mir?su
pijama de ositos morados y verdes frunciendo el
ce駉 al ver que estaba algo arrugado. Estir? los dedos de los pies y busc?las zapatillas,
depositadas en lo m醩 oculto, debajo de la
cama. Con un pie, rastreando el suelo con su
dedo gordo, descubri?la oreja de uno de los
conejitos de felpa. Con cierta dificultad, se
agach?y los acerc?coloc醤doselos sonriente.
La
lectura de la noche anterior, el libro de
Alejandro Jodorowsky con sus narraciones
揈l dedo y la luna? le hab韆
conmovido tanto que su cabeza no paraba de
pensar en los cuentos. Absorto, entr?en el
ba駉, cogi?su esponja en forma de estrella de
mar y se meti?r醦idamente bajo el agua tibia
de la ducha canturreando el texto de uno de los
cuentos le韉os.
La
t韆 esperaba sentada, con el desayuno de
siempre: palomitas de ma韟 crujientes y algo
saladas, magdalenas, que, seg鷑 dec韆, tomaba
en homenaje a Proust, dos o tres tazones de
leche con caf? cuatro tostadas y tres vasos de
zumo de pi馻.
Fue
en ese mal momento, durante la ingesta del
desayuno, cuando la t韆 se decidi?por
explicarle que su imagen resultaba
grotesca y estaba obligado a comenzar un
r間imen.
Cuando
la t韆 sali? Nemesio meti?sus delicadas y
regordetas manos en la nevera devorando sin
mesura todo lo que encontr? Pero Nemesio no
calcul?su vuelta ni que la t韆 hab韆 cerrado
la puerta, cosa que nunca sol韆 hacer; la
puerta permanec韆 siempre abierta, excepto
aquella ma馻na.
Garcilasa
grit?con desesperaci髇 al verle. Nemesio, el
gran devorador, cogi?su amada arpa con gran
amor y, echando a correr, atraves?la puerta
con sus ciento cuarenta kilos.