ruzamos
la plaza a paso m醩 bien ligero, con la cabeza
gacha y los hombros muy juntos. El
reloj del Ayuntamiento marcaba las cinco
de la tarde y temblaron los bronces del convento
de las M韓imas. Mantuvimos la mirada pegada al
suelo para no pisar los charcos y nuestras manos
se asieron con fuerza al 鷑ico paraguas que se
nos ocurri?coger al salir de casa.
Hab韆
empezado a llover, y, de una forma tan
escandalosa, que casi ya no nos ve韆mos los
zapatos debajo de tanta agua al subir la calle
Buend韆. Pero nosotras, jadeando por el
esfuerzo de la cuesta y tanta prisa, nos
re韆mos. No dejamos de re韗nos hasta que
Mar韆 atranc?el portal髇 de la calle y nos
sacudimos todo el cuerpo como dos perrillos
empapados antes de entrar en casa. Y re韒os
a鷑 con m醩 fuerza, y nuestra enorme carcajada
retumb?en el hueco de la entrada, devolviendo
un eco vivo frente al silencio ronco de aquella
h鷐eda tarde de oto駉.
Con
el 韓dice en los labios y l醙rimas en los
ojos, supliqu?silencio, y nuestras risas,
derramadas como un alegre cacareo, fueron
extingui閚dose lentamente. Se tornaron risitas
saltarinas, murmullos contenidos que nos
hincharon las mejillas coloradas cosquilleando
en la garganta.
All?
en el silencio, un lejano 揗am? ya estamos
aqu? pero nos vamos arriba?llen?la fr韆
sala abandonada cruzando hacia la acogedora
cocina. Entre la penumbra creciente de aquellas
horas cortas, se distingu韆n los bultos opacos
de unos pocos muebles, y, en un claro difuso, el
brillo de la cer醡ica de anta駉 detr醩 de los
visillos de la vieja alacena devolv韆 los
recuerdos a馿jos de un ayer cercano. Dejamos
los zapatos junto a la escalera y, con los pies
desnudos, de puntillas, para no contagiarnos con
fr韔 del suelo, subimos a su cuarto.
Mar韆
descorri?las cortinas acercando la cara a la
ventana. Sus dedos largos y delicados dibujaron
un coraz髇 sobre el vaho que form?el vapor
que exhalaba todo su cuerpo lleno de emociones.
Yo me sent?en la cama y no dej?de mirarla
mientras la luz de la peque馻 l醡para llen? con un fulgor instant醤eo la bella escena de
aquel momento.
Entonces
pude verlo. Me di cuenta de lo hermoso de un
instante, de la eternidad y la belleza de un
todo compartido. Ella volvi?su rostro hacia
m?y sus ojos cristalinos me abrazaron, y
quedaron para siempre grabados en la memoria el
lienzo que formaba su figura junto al marco de
la ventana, y aquella cortina de agua
emborronando los cristales,
tiernamente salpicados por la luz
mortecina que espiraba oto駉.