ENERO 2005

2 / N.?26

   

LA MERIENDA

Marcelo D. Ferrer

                                            

 

  

C

omo cada domingo, sub韆mos al tranv韆 tras una espera de cuarto de hora. Ten韆mos por delante un recorrido de cincuenta minutos, a lo menos. Los asientos de madera, con ondulaciones apenas anat髆icas, hac韆n que el trayecto fuese algo menos inc髆odo. Pero un viaje en domingo, a medio d韆, a las afueras de la ciudad, era siempre penoso; los pasajeros iban cargados de bultos con provisiones que depositaban en el pasillo central, que, una vez  que se colmaba de paquetes y de gente asida de los pasamanos, hac韆 que todos abordo, incluso los que iban sentados, terminaran apretujados. En general, la gente era de clase baja y con mal aseo, por eso, cuando el tranv韆 se llenaba, los tufos obligaban a la apertura de las ventanas, que, sueltas de sus trabas, iniciaban un tintineo en armon韆 con el traquetear de las ruedas sobre los rieles de acero. Mientras el carro estaba en movimiento, se hac韆 dif韈il intercambiar palabra, aunque mam?hablaba poco y sonre韆 todav韆 menos, s髄o cuando nos deten韆mos para el descenso y/o ascenso de pasajeros, hac韆mos alg鷑 comentario. No es que mam?y yo perteneci閞amos a una estirpe superior, viv韆mos muy modestamente despu閟 de fallecer pap? Mam?era zurcidora y coc韆 botones para una reconocida tienda de la ciudad; nos diferenciaba la pulcritud. Los tramos finales del recorrido se hac韆n en descampado y el paisaje que se observaba desde las ventanillas variaba diametralmente seg鷑 la estaci髇 del a駉. La ocre sequedad de los yuyales en invierno se poblaba de motas negras a medida que la gente descend韆 y se perd韆 con sus bultos entre los matorrales. Para cuando el tranv韆 llegaba a su destino, jam醩 hab韆 m醩 de seis o siete personas abordo, incluidas, mam? yo, y algunos a駉s atr醩, la abuela Rosario. Vest韆mos invariablemente de negro: ella, con lentes oscuros y un pa駏elo de seda que le cubr韆 la cabeza, pendiendo de su codo derecho el bolso con la merienda; en su mano, un ramo de frecias. Yo, con dos mo駉s de raso sobre mis orejas, mi tapadito de pa駉 y medias hasta la cintura.

El guardia de la puerta era un amable anciano con deseos de conversar; despu閟 del saludo formal, descerrajaba una andanada de preguntas que mam? contestaba invariablemente sin detenerse con leves movimientos de cabeza y expresiones onomatop閥icas que dejaban al pobre con el deseo de repreguntar. Por unos pasos me lo quedaba mirando comprendiendo su necesidad, mientras el individuo, sonriendo, agitaba su mano tan veloz como un colibr?hasta que lo dejaba de mirar.

El arco de acceso era una imponente construcci髇 de amarillo descolorido sobre dos torres con molduras barrocas. A cada lado, un pared髇 de varios metros de alto que repet韆 los arreglos del arco central. M醩 all?de la escalinata de entrada se abr韆n en abanico senderos de grava roja delimitados por setos bajos bien cortados. La sombra de enormes cipreses y cedros prove韆 cierta serenidad. Lo peculiar era el silencio. Ni bien traspon韆mos la enorme reja de la entrada, las personas hablaban en un murmullo apenas audible; entonces, preguntas como: 縬u? 縞髆o me dijo? 縩o escuch?bien? y otras parecidas, era usual escucharlas a cada rato.

  
     

Pap? estaba en un pante髇 m醩 bien modesto. De esto me hab韆 percatado cierta vez que mam?me llev?a que viera las b髒edas de las familias adineradas: ten韆n varios...

  

Nuestro sendero ―en diagonal a la entrada― nos dirig韆 a una peque馻  fuente llena de musgo cuyo motivo eran tres 醤geles jalados por un c髇dor. La sequedad del m醨mol denunciaba que la fuente, como la mayor韆 de las cosas en ese lugar, estaba muerta. M醩 all?de la fuente, nos adentr醔amos a un pasadizo rodeado de construcciones grises de pesada arquitectura barroca. M醨moles oscuros, crucifijos, rejas, floreros de chapa, bronces y epitafios, se suced韆n sin soluci髇 de continuidad. Dolientes mujeres de ―riguroso negro― entregadas con devoci髇 a la tarea de acomodar flores, persignarse o rezar, daban movimiento al r韌ido silencio.

Pap? estaba en un pante髇 m醩 bien modesto. De esto me hab韆 percatado cierta vez que mam?me llev?a que viera las b髒edas de las familias adineradas: ten韆n varios pisos y subsuelos. Algunas se encontraban en tal abandono que, a trav閟 del biselado de sus puertas, se pod韆 observar f閞etros abiertos o corridos de lugar, pedazos de florero esparcidos por el suelo y, en general, suciedad. Ni bien lleg醔amos donde pap? mam?extra韆 de su bolso implementos para limpiar; esto, aproximadamente, le demandaba una hora. Mientras ella se ocupaba de esa tarea, yo sal韆 a caminar.

        Al fallecer pap? ten韆 apenas seis a駉s. Mam?era una joven ama de casa de veintiocho. Abuela Rosario, que tambi閚 hab韆 enviudado joven, se mud?con nosotras... Por a駉s, la peregrinaci髇 de domingo la hicimos las tres. Bien temprano, luego de almorzar ―a veces sin siquiera lavar los trastos―, tom醔amos el tranv韆 con todo lo necesario para la tarde. Algunas veces ven韆mos tambi閚 los mi閞coles. Ellas pasaban por m?a la salida de la escuela y juntas ven韆mos hasta aqu? Mientras mam?y la abuela tomaban mate sentadas en el umbral del pante髇, yo hac韆 mis tareas. Abuela Rosario, que padec韆 diabetes, qued?imposibilitada para caminar, por eso no nos acompa耋 m醩, pero siempre ten韆 encomiendas que dar o instrucciones de c髆o quer韆 ella que luciera el lugar. Mam? lustraba bronces, barr韆 el piso, sacaba brillo a los vidrios, pasaba cera a los cajones y refrescaba el agua de las flores mientras dialogaba con pap? Yo, mientras, deambulaba entre las tumbas jugando a las escondidas, o imaginaba que de una cripta, se asomaba un muerto de verdad. Al cabo de un rato, mam?me llamaba a merendar. Entonces, entorno al mantel blanco con puntillas que cubr韆 el f閞etro de pap? nos reun韆mos las tres.

Cuando la sombra de los crucifijos se extend韆 a lo largo de los pasillos, emprend韆mos el regreso. Los que retornaban al centro, en el atardecer del domingo, eran muy pocos; en el tranv韆, casi vac韔, retumbaba el traqueteo de las ruedas sobre los rieles de acero.

  

FIN

   

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 IV. N鷐ero 26. Enero 2005. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2005 Marcelo D. Ferrer. Reservados todos los derechos ?2002-2005 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga (Espa馻). Cualquier reproducci髇 total o parcial debe contar con autorizaci髇 expresa.

 

  

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