unca
olvidar?aquella noche. Era invierno, y llov韆.
El coche lo llevaba Pedro, que era quien hab韆
bebido menos; no iba a m醩 de ochenta.
Escap醔amos de un botell髇 pasado por agua,
celebrado como siempre en nuestro rinc髇 favorito
del centro. Sobre las dos y media de la ma馻na,
rompi?a llover, as?que decidimos ir a las
discotecas de Puerto Marina para seguir la fiesta.
De M醠aga a Benalm醖ena Costa no hay mucha
distancia y, por autov韆, se llega bastante
r醦ido, as?que la otra mitad de la pandilla
eligi?la autov韆 para llegar pronto y coger
sitio, como dijo Rafa, pero Pedro decidi? prudentemente ir por carretera. Sigo creyendo que
aquello nos salv?
En
esa carretera, la nacional 340, hay muchas
glorietas que obligan a disminuir la velocidad del
tr醘ico, y nuestro amigo es un buen conductor,
incluso con algunas copas de m醩. Sin embargo, el
alcohol y el coche forman una explosiva
combinaci髇 que puede estallar en cualquier
momento, y, si a馻dimos unas gotas de lluvia, el
resultado puede ser fatal.
En
una de aquellas glorietas, la primera, Pedro
olvid?que deb韆 disminuir la marcha. Yo iba en
el asiento delantero junto a 閘, y, a trav閟 de la cortina de lluvia, vislumbr?dos brillantes
ojos rojos que se acercaban a nosotros
vertiginosamente. Pedro tambi閚 lo advirti?
pis?el freno a fondo y dio un volantazo a la
izquierda en un acto desesperado de no colisionar
con el coche que se encontraba parado delante de
nosotros, esperando pacientemente su turno para
entrar en la glorieta. Pero fue in鷗il.
El
pavimento mojado y resbaladizo propici?que el
coche derrapase y girase descontrolado a causa del
brusco movimiento del volante. Por si no fuese
suficiente, los frenos estaban tambi閚 mojados y,
al pisar el pedal a fondo, no resistieron la
presi髇 y se bloquearon, por lo que, despu閟 de
un giro de vuelta y media, embestimos al coche de
delante con la parte trasera del nuestro.
Afortunadamente, los coches que circulaban detr醩
de nosotros se detuvieron a tiempo, pues, de lo
contrario, el choque en cadena nos hubiera
aplastado a los cinco.
Por
suerte o por desgracia, no perd?el sentido en
ning鷑 momento, y fui consciente de todo cuanto
ocurri?desde que chocamos hasta que lleg?la
ambulancia a sacarnos de all? La lluvia ca韆
persistentemente sobre nuestras cabezas, y pude
o韗 c髆o repiqueteaba en la chapa del coche. Es
un sonido que me acompa馻 todav韆 y que oigo
incluso cuando no llueve.
El
psic髄ogo que nos atendi?en el hospital
mientras nos recuper醔amos de las heridas dijo
que era normal que creyese o韗lo, aunque dudaba
de que pudiese recordar el accidente con tantos
detalles. Seg鷑 閘, la mente humana activa un
mecanismo psicol骻ico de defensa consistente en
la p閞dida parcial de memoria, es decir, que no
recordamos nada del suceso traum醫ico, s髄o
existe el antes y el despu閟, y el fragmento
perdido se recupera poco a poco, como si de un
puzzle se tratara, reconstruyendo as?el episodio
s髄o cuando estamos preparados para recordarlo
sin que nos vuelva locos.
Pero
mis cinco sentidos estaban muy alerta aquella
noche, y mi memoria en cuanto a lo que sucedi?no
es incompleta ni fraccionada, sino perfectamente
fiel. La lluvia repiqueteaba sobre la chapa del
coche. El choque hab韆 paralizado el veh韈ulo,
y, a trav閟 de mi destrozada ventanilla, pod韆
ver los coches detenidos en la carretera.
Hab韆mos quedado atravesados en mitad del camino,
y una veintena de personas sal韆 de sus coches y
se acercaba a nosotros, intentando ayudarnos. A
pesar de la tormenta, puse o韗 la voz de una
mujer hablando hist閞icamente por su tel閒ono
m髒il, asegur醤dose de que la ambulancia ya se
encontraba en camino. Pedro gritaba que le dol韆
mucho la pierna; repet韆 lo mismo una y otra vez,
como una letan韆: 玀e duele la pierna, por Dios;
me duele, me duele, me duele...? De los tres que
iban detr醩 桱os? Santi y Alonso?s髄o se
o韆 el lloriqueo de Alonso, que estaba detr醩 de
m? los otros dos, inconscientes, no emit韆n ni
el m醩 m韓imo quejido, de modo que, en un primer
momento, pens?que hab韆n muerto, sobre todo
Santi, que se encontraba en el lado de la puerta
que hab韆 chocado directamente contra el otro
coche. En cuanto a m? no recuerdo haber sentido
jam醩 un dolor tan profundo. Me hab韆 golpeado
el hombro derecho mientras gir醔amos, sent韆 el
sabor cobrizo de mi propia sangre en la boca y una
sorda palpitaci髇 en la rodilla izquierda
presagiaba una lesi髇 importante.
A鷑
hoy, semanas despu閟 de aquel infierno, voy a
rehabilitaci髇 para recuperar fuerzas en mi
rodilla y en la pierna izquierda en general. Pedro
me acompa馻, no en calidad de amigo sino tambi閚
como paciente, pues se hab韆 roto la cadera, la
tibia y el peron?de la pierna derecha. 髆o
no iba a dolerle...!
Nadie
se atrev韆 a sacarnos de aquel amasijo de
hierros. Alguien se asom?por la ventanilla del
conductor y, alargando el brazo, apag?el
contacto y sac?la llave; intent?calmar a
Pedro, que sigui?anunciando su dolor en la
pierna incluso cuando, m醩 tarde, lo metieron en
la ambulancia. La mujer del m髒il se acerc?a
m?y me tom?el pulso en el cuello, informando a
su interlocutor que estaba muy acelerado 梥upongo
que hablaba con la central del 061? Vi pasar al
conductor del otro coche accidentado, un hombre
alto y recio con la cara ensangrentada y con
un extra駉 ap髎ito 梪na camiseta
quiz醩?apretado sobre la frente. Tuve la
impresi髇 de que se hab韆 golpeado contra el
parabrisas; no deb韆 llevar puesto el cintur髇
de seguridad.
Horas
despu閟 梞e parecieron realmente horas? o? el ulular de unas sirenas. Pegada al arc閚, la
primera ambulancia hizo su aparici髇, y de ella
bajaron los enfermeros, camilleros o quienes
fuesen. Creo que, a partir de ese momento y hasta
que entr?en la ambulancia, mi mente ha inundado
una parte de aquella noche 梒omo dec韆 el
psic髄ogo?convirti閚dola en una imprecisa
laguna, pues s髄o recuerdo vagamente un confuso
revuelo de polic韆s, ambulancias y gente
corriendo de un lado a otro y sac醤donos del
coche con todo cuidado.
En
la sala de urgencias del hospital hab韆 bastante
trabajo. Otro accidente, acaecido minutos antes
que el nuestro, hab韆 colapsado la autov韆 en
sentido M醠aga-C醖iz, es decir, nuestros amigos
no iban a llegar a Benalm醖ena tan r醦ido como
cre韆n. De hecho, dos de ellos no volver醤 a
pisar las discotecas de Puerto Marina, ni se
reunir醤 con nosotros en el centro para formar un
botell髇. Tampoco volver醤 a extasiarse 梥in
pastillas?en los conciertos del Mart韓 Carpena,
ni acabar醤 las carreras que estaban estudiando.
No ir醤 nunca m醩 a las playas de nuestra
querida Costa del Sol, ni se divertir醤 en la
Feria de Sevilla o en los Carnavales de C醖iz; no
podr醤 aprender a esquiar en Sierra Nevada,
tapear en los bares de Huelva o visitar la
Mezquita de C髍doba; ninguno de los dos conocer? los plat髎 de rodaje de los espagueti westerns
de Almer韆, ni ver?las especies m醩 t韕icas
de la Sierra de Cazorla. No. La vida de dos
j髒enes llenos de esperanzas e ilusiones qued? sesgada aquella fat韉ica y lluviosa noche de
invierno. No pudieron frenar a tiempo cuando se
encontraron con el choque de dos coches.
La
colisi髇 en cadena fue inevitable...
縄nevitable? No, se pudo evitar, pero fue
inevitable desde el momento en que cuatro j髒enes
decidieron ir por el camino m醩 corto y m醩
r醦ido en tan p閟imas condiciones. Alcohol,
lluvia, velocidad... Peligrosos pasajeros para
llevar en un coche. Si al menos nuestros amigos
hubiesen llevado puestos los cinturones de
seguridad, ninguno de los dos hubiera salido
disparado por la ventanilla delantera, pero,
probablemente, llevar el cintur髇 les resultaba
inc髆odo, o les arrugaba la ropa, o simplemente
olvidaron que deb韆n llevarlos por su propia
seguridad. Pedro nos salv?de la muerte con su
prudencia, pero pod韆 habernos salvado del
accidente si se hubiese negado a conducir bebido y
hubi閟emos cogido un taxi, porque ninguno de
quienes 韇amos con 閘 nos ve韆mos capacitados
para conducir si 閘 no lo hac韆. No le culpo.
Ninguno le hemos culpado. Esa noche pod韆 haber
conducido cualquiera de los cinco, y le toc?a
閘. Tampoco culpamos a Rafa, el conductor del
otro coche, entre otras cosas porque pag?su
imprudencia con el precio m醩 alto que pueda
haber: su propia vida.
Que
nadie, al leer mi experiencia, busque v韈timas o
culpables, porque s髄o pretendo que otro chico o
chica de mi edad, cuando decida conducir 玞on un
par de cervezas solamente? sepa lo que puede
ocurrir y sea consciente de que lleva en sus manos
un artilugio peligroso que no siempre se puede
controlar. Y si piensa que a 閘 (o a ella) no le
pasar?nada, le dir?que tampoco a nosotros se
nos pas?por la cabeza que pod韆mos sufrir un
accidente y que 韇amos a perder a dos de nuestros
amigos. S髄o quer韆mos divertirnos, pero fue la
noche m醩 terror韋ica que he pasado en toda mi
vida. Para Rafa y Diego, fue la 鷏tima noche de
su corta vida.
FIN