LA 贚TIMA NOCHE

Carolina Fern醤dez P閞ez

 

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N

unca olvidar?aquella noche. Era invierno, y llov韆. El coche lo llevaba Pedro, que era quien hab韆 bebido menos; no iba a m醩 de ochenta. Escap醔amos de un botell髇 pasado por agua, celebrado como siempre en nuestro rinc髇 favorito del centro. Sobre las dos y media de la ma馻na, rompi?a llover, as?que decidimos ir a las discotecas de Puerto Marina para seguir la fiesta. De M醠aga a Benalm醖ena Costa no hay mucha distancia y, por autov韆, se llega bastante r醦ido, as?que la otra mitad de la pandilla eligi?la autov韆 para llegar pronto y coger sitio, como dijo Rafa, pero Pedro decidi? prudentemente ir por carretera. Sigo creyendo que aquello nos salv?

En esa carretera, la nacional 340, hay muchas glorietas que obligan a disminuir la velocidad del tr醘ico, y nuestro amigo es un buen conductor, incluso con algunas copas de m醩. Sin embargo, el alcohol y el coche forman una explosiva combinaci髇 que puede estallar en cualquier momento, y, si a馻dimos unas gotas de lluvia, el resultado puede ser fatal.

En una de aquellas glorietas, la primera, Pedro olvid?que deb韆 disminuir la marcha. Yo iba en el asiento delantero junto a 閘, y,  a trav閟 de la cortina de lluvia, vislumbr?dos brillantes ojos rojos que se acercaban a nosotros vertiginosamente. Pedro tambi閚 lo advirti? pis?el freno a fondo y dio un volantazo a la izquierda en un acto desesperado de no colisionar con el coche que se encontraba parado delante de nosotros, esperando pacientemente su turno para entrar en la glorieta. Pero fue in鷗il.

El pavimento mojado y resbaladizo propici?que el coche derrapase y girase descontrolado a causa del brusco movimiento del volante. Por si no fuese suficiente, los frenos estaban tambi閚 mojados y, al pisar el pedal a fondo, no resistieron la presi髇 y se bloquearon, por lo que, despu閟 de un giro de vuelta y media, embestimos al coche de delante con la parte trasera del nuestro. Afortunadamente, los coches que circulaban detr醩 de nosotros se detuvieron a tiempo, pues, de lo contrario, el choque en cadena nos hubiera aplastado a los cinco.

Por suerte o por desgracia, no perd?el sentido en ning鷑 momento, y fui consciente de todo cuanto ocurri?desde que chocamos hasta que lleg?la ambulancia a sacarnos de all? La lluvia ca韆 persistentemente sobre nuestras cabezas, y pude o韗 c髆o repiqueteaba en la chapa del coche. Es un sonido que me acompa馻 todav韆 y que oigo incluso cuando no llueve.

El psic髄ogo que nos atendi?en el hospital mientras nos recuper醔amos de las heridas dijo que era normal que creyese o韗lo, aunque dudaba de que pudiese recordar el accidente con tantos detalles. Seg鷑 閘, la mente humana activa un mecanismo psicol骻ico de defensa consistente en la p閞dida parcial de memoria, es decir, que no recordamos nada del suceso traum醫ico, s髄o existe el antes y el despu閟, y el fragmento perdido se recupera poco a poco, como si de un puzzle se tratara, reconstruyendo as?el episodio s髄o cuando estamos preparados para recordarlo sin que nos vuelva locos.

Pero mis cinco sentidos estaban muy alerta aquella noche, y mi memoria en cuanto a lo que sucedi?no es incompleta ni fraccionada, sino perfectamente fiel. La lluvia repiqueteaba sobre la chapa del coche. El choque hab韆 paralizado el veh韈ulo, y, a trav閟 de mi destrozada ventanilla, pod韆 ver los coches detenidos en la carretera. Hab韆mos quedado atravesados en mitad del camino, y una veintena de personas sal韆 de sus coches y se acercaba a nosotros, intentando ayudarnos. A pesar de la tormenta, puse o韗 la voz de una mujer hablando hist閞icamente por su tel閒ono m髒il, asegur醤dose de que la ambulancia ya se encontraba en camino. Pedro gritaba que le dol韆 mucho la pierna; repet韆 lo mismo una y otra vez, como una letan韆: 玀e duele la pierna, por Dios; me duele, me duele, me duele...? De los tres que iban detr醩 桱os? Santi y Alonso?s髄o se o韆 el lloriqueo de Alonso, que estaba detr醩 de m? los otros dos, inconscientes, no emit韆n ni el m醩 m韓imo quejido, de modo que, en un primer momento, pens?que hab韆n muerto, sobre todo Santi, que se encontraba en el lado de la puerta que hab韆 chocado directamente contra el otro coche. En cuanto a m? no recuerdo haber sentido jam醩 un dolor tan profundo. Me hab韆 golpeado el hombro derecho mientras gir醔amos, sent韆 el sabor cobrizo de mi propia sangre en la boca y una sorda palpitaci髇 en la rodilla izquierda presagiaba una lesi髇 importante.

A鷑 hoy, semanas despu閟 de aquel infierno, voy a rehabilitaci髇 para recuperar fuerzas en mi rodilla y en la pierna izquierda en general. Pedro me acompa馻, no en calidad de amigo sino tambi閚 como paciente, pues se hab韆 roto la cadera, la tibia y el peron?de la pierna derecha. 髆o no iba a dolerle...!

Nadie se atrev韆 a sacarnos de aquel amasijo de hierros. Alguien se asom?por la ventanilla del conductor y, alargando el brazo, apag?el contacto y sac?la llave; intent?calmar a Pedro, que sigui?anunciando su dolor en la pierna incluso cuando, m醩 tarde, lo metieron en la ambulancia. La mujer del m髒il se acerc?a m?y me tom?el pulso en el cuello, informando a su interlocutor que estaba muy acelerado 梥upongo que hablaba con la central del 061? Vi pasar al conductor del otro coche accidentado, un hombre alto y recio con la cara ensangrentada y con  un extra駉 ap髎ito 梪na camiseta quiz醩?apretado sobre la frente. Tuve la impresi髇 de que se hab韆 golpeado contra el parabrisas; no deb韆 llevar puesto el cintur髇 de seguridad.

Horas despu閟 梞e parecieron realmente horas? o? el ulular de unas sirenas. Pegada al arc閚, la primera ambulancia hizo su aparici髇, y de ella bajaron los enfermeros, camilleros o quienes fuesen. Creo que, a partir de ese momento y hasta que entr?en la ambulancia, mi mente ha inundado una parte de aquella noche 梒omo dec韆 el psic髄ogo?convirti閚dola en una imprecisa laguna, pues s髄o recuerdo vagamente un confuso revuelo de polic韆s, ambulancias y gente corriendo de un lado a otro y sac醤donos del coche con todo cuidado.

En la sala de urgencias del hospital hab韆 bastante trabajo. Otro accidente, acaecido minutos antes que el nuestro, hab韆 colapsado la autov韆 en sentido M醠aga-C醖iz, es decir, nuestros amigos no iban a llegar a Benalm醖ena tan r醦ido como cre韆n. De hecho, dos de ellos no volver醤 a pisar las discotecas de Puerto Marina, ni se reunir醤 con nosotros en el centro para formar un botell髇. Tampoco volver醤 a extasiarse 梥in pastillas?en los conciertos del Mart韓 Carpena, ni acabar醤 las carreras que estaban estudiando. No ir醤 nunca m醩 a las playas de nuestra querida Costa del Sol, ni se divertir醤 en la Feria de Sevilla o en los Carnavales de C醖iz; no podr醤 aprender a esquiar en Sierra Nevada, tapear en los bares de Huelva o visitar la Mezquita de C髍doba; ninguno de los dos conocer? los plat髎 de rodaje de los espagueti westerns de Almer韆, ni ver?las especies m醩 t韕icas de la Sierra de Cazorla. No. La vida de dos j髒enes llenos de esperanzas e ilusiones qued? sesgada aquella fat韉ica y lluviosa noche de invierno. No pudieron frenar a tiempo cuando se encontraron con el choque de dos coches.

La colisi髇 en cadena fue inevitable... 縄nevitable? No, se pudo evitar, pero fue inevitable desde el momento en que cuatro j髒enes decidieron ir por el camino m醩 corto y m醩 r醦ido en tan p閟imas condiciones. Alcohol, lluvia, velocidad... Peligrosos pasajeros para llevar en un coche. Si al menos nuestros amigos hubiesen llevado puestos los cinturones de seguridad, ninguno de los dos hubiera salido disparado por la ventanilla delantera, pero, probablemente, llevar el cintur髇 les resultaba inc髆odo, o les arrugaba la ropa, o simplemente olvidaron que deb韆n llevarlos por su propia seguridad. Pedro nos salv?de la muerte con su prudencia, pero pod韆 habernos salvado del accidente si se hubiese negado a conducir bebido y hubi閟emos cogido un taxi, porque ninguno de quienes 韇amos con 閘 nos ve韆mos capacitados para conducir si 閘 no lo hac韆. No le culpo. Ninguno le hemos culpado. Esa noche pod韆 haber conducido cualquiera de los cinco, y le toc?a 閘. Tampoco culpamos a Rafa, el conductor del otro coche, entre otras cosas porque pag?su imprudencia con el precio m醩 alto que pueda haber: su propia vida.

Que nadie, al leer mi experiencia, busque v韈timas o culpables, porque s髄o pretendo que otro chico o chica de mi edad, cuando decida conducir 玞on un par de cervezas solamente? sepa lo que puede ocurrir y sea consciente de que lleva en sus manos un artilugio peligroso que no siempre se puede controlar. Y si piensa que a 閘 (o a ella) no le pasar?nada, le dir?que tampoco a nosotros se nos pas?por la cabeza que pod韆mos sufrir un accidente y que 韇amos a perder a dos de nuestros amigos. S髄o quer韆mos divertirnos, pero fue la noche m醩 terror韋ica que he pasado en toda mi vida. Para Rafa y Diego, fue la 鷏tima noche de su corta vida.

FIN

   

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 III. N鷐ero 24. Noviembre 2004. Director: Jos? Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2004 Carolina Fern醤dez P閞ez. ?2002-2004 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga. Cualquier reproducci髇 total o parcial debe contar con autorizaci髇 expresa.

 

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