las cinco
en punto de la tarde, Carlo sub韆 al asiento de
conductor de la m醧uina. Un intenso aroma a
tapicer韆 de cuero le envolvi?de
inmediato.
Fue como si se sumergiera en otra
dimensi髇. Todav韆 resonaban en su mente las
palabras de Sara:
梀e con prudencia, Carlo. Esa
m醧uina es como un cohete con
ruedas...
桸o exageres. Lo probar?por la
carretera secundaria. A estas horas no hay
trafico.
桸o dediques mucho tiempo a esto,
Carlo.
椏Y por qu?no vienes? El coche
admite dos plazas...
桸o me apetece, de
veras.
梀ale. No le des m醩 vueltas,
cari駉. Estar?de regreso antes de las
seis.
蒷 la bes?en los labios, un gesto
que martillear韆 la memoria de ella durante mucho
tiempo.
El 鷏timo beso. Durante a駉s, Sara
se repetir韆 multitud de veces las mismas
preguntas 縋or qu?no le retuvo m醩 tiempo?
Habr韆n podido hacer el amor durante horas en la
intimidad del dormitorio que, desde ese d韆, ya no
volver韆n a compartir. Si ella hubiese insistido
un poco m醩. Lo suficiente para que 閘 abandonara
la idea de subirse a esa
m醧uina.
桪ios, 縫or qu?no le quitaste de la
cabeza esa locura? 梥e torturaba
interiormente.
梀e con prudencia, cari駉... 桳as
palabras se desvanecieron en sus pensamientos
cuando Carlo gir?la llave de
contacto.
El b髄ido rugi?anunciando su af醤
de conquista del asfalto. Quinientos cincuenta
caballos de potencia ofrecen bastantes
posibilidades al afortunado conductor que quiera
experimentar nuevas sensaciones.
Con tacto muy suave, Carlo introdujo
la primera marcha y pos?el pie sobre el
acelerador. El Ferrari F60 se revolucion?hasta
6500 vueltas y sali?disparado hacia la Avenida de
Am閞ica. Al principio le cost?trabajo dominar los
envites de la macchina a cada presi髇 sobre
el pedal. Despu閟 comenz?a sacarle sustancia a la
experiencia. Aprendi?que deb韆 soltar enseguida
el embrague y s髄o dejar caer el peso del pie. As?
consigui?una respuesta d骳il del
veh韈ulo.
趎icamente, cada vez que hab韆 de
parar ante un sem醘oro y aminoraba la marcha, le
parec韆 que, al accionar el freno, deb韆 apretar
el pedal m醩 de la cuenta. Le sorprendi?un poco
que la frenada no fuera tan precisa como el resto
de los controles.
Tom?el desv韔 hacia la Nacional
Uno, direcci髇 Burgos. Sensaciones nunca antes
vividas pasaban por su mente. La excitaci髇 de la
velocidad. La brutal aceleraci髇 al cambiar de
marcha.
Un gozo indefinible le manten韆
euf髍ico.
A su cabeza acud韆n fugaces
recuerdos de su infancia, cuando se escapaba con
la moto de su padre para recorrer la adoquinada
V韆 San Giovanni, de su querido San Gimignano. A
pesar del traqueteo producido al rodar por la
irregular superficie, aquel ni駉 disfrutaba como
nadie de la experiencia. El cosquilleo que le
sub韆 por los brazos a sus doce a駉s, con la
Benelli a sesenta kil髆etros por hora, llegaba a
erizarle el cabello.
Una excitaci髇 similar embargaba sus
sentidos al volante de la m醧uina. Pero esta vez
se desplazaba por una autov韆 reci閚 asfaltada a
ciento noventa kil髆etros por hora, con visos
claros de alcanzar mucho m醩, merced a la
formidable aceleraci髇 brindada por el propulsor
de inyecci髇 multipunto.
Carlo dej?pasar el desv韔 hacia la
carretera de Colmenar, donde pensaba visitar las
obras del Polideportivo que dos meses antes
comenz?a construir Fakirsa.
Le pareci?mejor idea continuar unos
pocos kil髆etros m醩.
El color rojo fuego de la carrocer韆
refulg韆 bajo el sol de la tarde como un diamante.
Carlo deseaba sacarle jugo a aquel proyectil con
ruedas. En su mu馿ca, las manecillas del reloj
Swiss Army marcaban las cinco y
veinticinco. Necesitaba m醩 tiempo para hacerse
con el control de la m醧uina. Habituado al
sencillo manejo de su viejo Alfa Romeo 95, le
llevar韆 un buen rato domar a este pura
sangre.
Carlo no tuvo que hacer uso del
freno desde que dej?atr醩 el casco urbano. La
retenci髇 del motor al levantar el pie del
acelerador resultaba m醩 que suficiente para
adaptar la velocidad al fluido ritmo con que
discurr韆 el tr醘ico a esas
horas.
La ruta le llevaba hacia la zona de
la Sierra. Aunque sus picos m醩 altos no se
elevaban mucho m醩 all?de los dos mil metros, los
barrancos y despe馻deros que jalonaban la
carretera impon韆n respeto a cualquier
viajero.
A la altura de la cuesta de El
Molar, Carlo empez?a comprobar, maravillado, la
fuerza con la que el propulsor del Ferrari F 60
era capaz de impulsar aquel ingenio mec醤ico,
fruto de la m醩 avanzada
tecnolog韆.
El veloc韒etro marcaba doscientos
diez kil髆etros por hora.
縌u?pudo inducir a aquel hombre
tranquilo, equilibrado y poco amigo de asumir
riesgos in鷗iles, a correr disparado a los mandos
de un b髄ido?
Sensaciones, quiz? Sensaciones de
una intensidad que nunca antes (si acaso en la
ni馿z conduciendo la Benelli verde y plata) hab韆
llegado a experimentar.
桬s inevitable sucumbir, 縠h Carlo?
梡reguntaba su conciencia? Total, por una vez que
juegues a ser chico malo, no has de sentirte
culpable. 縌ui閚 no ha sido atra韉o por lo
prohibido, por traspasar la l韓ea de lo correcto?
縄ncumplir una norma de tr醘ico? ah! Su buen
amigo el concejal le resolver韆 la papeleta.
Cu醤tos favores intercambiados. Una s髄ida
amistad. Buen elemento ese
Pablo.
Las curvas iban haci閚dose m醩
cerradas a medida que Carlo avanzaba por la pista
hacia la cadena monta駉sa.
Pis?el freno varias veces. Al igual
que cuando circulaba por Madrid, not?que deb韆
apretar a fondo el pedal. Pero ahora apenas pod韆
percibirse el efecto de la frenada. Cambi?a una
marcha m醩 corta. No fue suficiente. El veh韈ulo
escapaba por momentos a su control. Un sudor fr韔
humedeci?su frente y sus manos. Los nervios
empezaron a dominarle y dieron paso a una rigidez
que le atenazaba los brazos y las piernas. Un
letrero indicaba en negro sobre blanco la leyenda
玆obregordo, 10 km? La siguiente curva hizo que
el Ferrari sobregirara de la parte trasera. Casi
fuera del arc閚, el conductor consigui?enderezar
la trayectoria. El rugido del motor fue una clara
protesta ante la subida de revoluciones provocada
por la reducci髇 de marcha. Dominado por la
desesperaci髇 del momento, a Carlo le importaba
poco forzar el motor, pasarlo de vueltas o que
saliera ardiendo. Pugnaba por salvar la vida y
para ello hab韆 de frenar. Frenar como fuera.
Durante un instante que le pareci?una eternidad,
Carlo decidi?arrimarse a la pared rocosa de la
monta馻, cortada por la carretera en varias
zonas.
Se hallaba en las estribaciones de
la Sierra madrile馻, hendida por la Nacional朓
como si un hacha descomunal hubiera asestado un
tajo formidable.
棥Dios, ay鷇ame! ?Dios, ay鷇ame!
梤epet韆 para s?
Pretend韆 rozar el lateral rocoso en
un loco intento de reducir la velocidad. Entr?en
una curva pronunciada, en forma de horquilla.
Salir de ella a ciento ochenta kil髆etros por hora
result?ser una empresa imposible. La angustia de
Carlo le llev?a la memoria la imagen de
Sara.
棑Cari駉, estoy perdido. Recu閞dame
siempre.?/font>
Esas palabras cruzaron su mente tres
segundos antes de romper el pretil. El coche
rebot?contra la roca y sali?despedido hacia el
lado opuesto de la calzada girando sobre s?mismo.
Rebas?el borde del precipicio llamado Barranca
del Toro, a trescientos metros sobre el suelo.
Segu韆 girando mientras surcaba el aire en un
recorrido mortal que termin?aplast醤dolo contra
las grandes rocas del fondo.
FIN