N.? 43

SEPTIEMBRE 2006

12

  

  
  

  

  

Victor Hugo y Notre-Dame de Par韘*

Pedro Navascu閟 Palacio

  

  

L

a m醩 c閘ebre novela del romanticismo debida a Victor Hugo, Notre-Dame de Par韘, fue publicada en 1831, y en ella, adem醩 del conocido argumento literario en torno a la bella Esmeralda y al deforme Quasimodo, se perciben las primeras cr韙icas serias a la acci髇 del tiempo, pero sobre todo a la de los hombres, sobre los nobles monumentos de otras 閜ocas: Tempus edax, homo edacior, que el escritor reconoce traducir muy libremente como 獷l tiempo es ciego; el hombre, est鷓ido? Con esta corrosiva sentencia como tel髇 de fondo, el escritor franc閟 incluye en su novela un cap韙ulo entero dedicado a la arquitectura de la catedral de Par韘 que, habitualmente, pasa desapercibido para el lector medio, m醩 interesado por el atractivo de la delicada gitana, del jorobado campanero, de Frollo, Gringoire o de la an髇ima multitud que llena todos los huecos posibles de aquella escena humana, magistralmente concebida por el inmortal escritor.

  

  
    

Catedral de Notre-Dame de Par韘. 

  

La incomprensi髇 revolucionaria

Sin embargo, aquel cap韙ulo que podr韆 haberse eliminado sin sufrir merma el inter閟 literario de la obra, pues ning鷑 personaje act鷄 ni ning鷑 escenario concreto describe, es una de las m醩 tempranas y sentidas defensas de la arquitectura medieval, m醩 all?del mero esteticismo espiritual a lo Chateaubriand. La actitud de Victor Hugo es radicalmente distinta y moderna, pues le interesaba tanto la concreta belleza de Notre-Dame de Par韘 como su realidad hist髍ica, sus cicatrices y conservaci髇.

A nuestro poeta le preocupaban las actuaciones llevadas a cabo sobre la noble catedral que, seg鷑 las palabras iniciales del prefacio, visitaba frecuentemente 玞on prop髎ito de estudio? poni閚dose de manifiesto desde el comienzo una actitud beligerante frente a la incomprensi髇 del arte medieval. As? en la primera p醙ina, critica la pintura dada al edificio (se hab韆 blanqueado enteramente en 1804, con motivo de la coronaci髇 de Napole髇) y censura el raspado de los muros 玴orque, de esta manera, se afean desde hace m醩 de doscientos a駉s las maravillosas iglesias de la Edad Media? experimentando 玬utilaciones en todas partes, por dentro y por fuera. El sacerdote las embadurna, el arquitecto las rasca y el pueblo, finalmente, las derriba? como hab韆 sucedido durante el periodo revolucionario.

Desde esta perspectiva, en la que contempla la catedral mutilada por v韆 pac韋ica, bajo el reinado de los Luises y del Imperio, y por el vandalismo revolucionario de 1789, que la convertir韆 en Templo de la Raz髇, Victor Hugo hace una lectura cr韙ica y sensata de aquella estupidez humana, que deber韆 ilustrarnos para no seguir cometiendo los mismos errores en nuestros d韆s y monumentos, como por desdicha sucede.

En el caso de la catedral de Par韘, Victor Hugo fue se馻lando las cosas desaparecidas o transformadas, pregunt醤dose al contemplar su fachada: Qui閚 derrib?las dos filas de estatuas?, 縬ui閚 dej?los nichos vac韔s?, 縬ui閚 ha labrado en medio de la puerta central aquella ojiva nueva y bastarda?, 縬ui閚 os? encuadrar en ella aquella insulsa y maciza puerta de madera, esculpida a lo Luis XV, junto a los arabescos de Biscornette? Los hombres, los arquitectos, los artistas de nuestros d韆s?

El escritor no est?novelando nada, sino poniendo de manifiesto la irracional insensibilidad de aquellos arquitectos que, en su d韆, mutilaron la catedral b醨baramente, a pesar de su nombre y bien ganado prestigio en la arquitectura de su tiempo. Sea el caso de Soufflot, el deslumbrante autor del Pante髇 de Par韘, pero ciego a la hora de intervenir en Notre-Dame, donde no dud?en destruir (1771) el parteluz de la portada principal, de la Portada del Juicio, con la escultura del Buen Dios bendiciendo, as?como los delicados relieves de su dintel y t韒pano, para abrir un hueco mayor, la 搊jiva nueva y bastarda? que permitiera pasar por all?con m醩 comodidad.

  

La Galer韆 de Reyes de 獼udea-Francia?/b>

  

    

La Comuna de Par韘 en una de sus sesiones. 

  

Cuando Victor Hugo menciona las filas de estatuas derribadas y los nichos vac韔s, se est? refiriendo a la destrucci髇 de las esculturas de las portadas de Notre-Dame y a las estatuas de la Galer韆 de Reyes de su fachada principal, que casi todos pensaban, incluido el propio Victor Hugo, que eran los reyes de Francia, desde Childeberto hasta Felipe Augusto, pues as?los hab韆n interpretado eruditos y viajeros desde Bernard de Montfaucon (1729) hasta Thi閞y, el autor de una conocida gu韆 de Par韘 (1787). Lo curioso de esta salvaje destrucci髇 es que, por una parte, aqu閘los no eran los reyes de Francia, sino los reyes de Jud? en clara referencia a la genealog韆 de Cristo, y de otro lado, tan b醨bara destrucci髇 se hizo por decreto, es decir, no fueron las masas analfabetas que, ciegas de ira, se abalanzaron vengativamente sobre la catedral de Par韘 en 1789, no, sino que fue la ejecuci髇 de una orden dada por el gobierno municipal algunos a駉s despu閟.

En efecto, esta acci髇 necia y gratuita es hija de uno de los momentos m醩 crueles del periodo revolucionario como fue el segundo. Terror que se inicia con la ca韉a de los Girondinos, el 2 de junio de 1793, coincidiendo con el mayor peso en los c韗culos revolucionarios del ciudadano Chaumette, conocido como Anax醙oras, autor de incendiarios art韈ulos antimon醨quicos y anticlericales como el publicado en junio de aquel a駉 en el diario R関olutions de Paris, bajo el t韙ulo Se馻les de la realeza a eliminar. 玃ronto, un republicano podr? andar por las calles de Par韘 escrib韆 Chaumette, sin el riesgo de que hieran sus ojos la vista de tantos emblemas y atributos mon醨quicos, esculpidos o pintados sobre los edificios p鷅licos, [...] sin duda no se olvidar?de cortar la cabeza, al menos, a todos los reyes de piedra que sobrecargan la entrada de la iglesia metropolitana.?/span>

Dicho y hecho. La Comuna de Par韘, en su sesi髇 de 23 de octubre de 1793, aprob?la siguiente orden que, recogiendo una general condena anterior (1792) de las estatuas reales, dec韆: 獷l Consejo, informado de que, en menosprecio de la Ley, existen todav韆 en algunas calles de Par韘 monumentos del fanatismo (religi髇) y de la monarqu韆, ordena que, en ocho d韆s, los g髏icos simulacros de los reyes de Francia que est醤 colocados en la fachada de la iglesia de Notre-Dame sean derribados y destruidos, y que la Administraci髇 de obras p鷅licas se encargue, bajo su responsabilidad, de la ejecuci髇 de la presente orden? (Journal de Paris, N.? 298).

Inmediatamente, un grupo de operarios, echando una soga al cuello de los reyes del Antiguo Testamento, fueron precipitando uno a uno las veintiocho esculturas sobre el atrio de la catedral, rompi閚dolas en mil pedazos. A los pocos meses, con an醠ogo proceso expeditivo, Robespierre enviaba a la guillotina a Chaumette. Las da馻das esculturas, tenidas siempre por monarcas franceses, fueron sometidas a distintos escarnios y sus cabezas, repartidas hasta que, en noviembre de 1793, el c閘ebre pintor Jacques-Louis David propuso levantar un monumento dedicado al pueblo franc閟, sobre el Pont Neuf, en forma de H閞cules galo pisoteando aquellos restos mutilados de los reyes de Judea-Francia.

Esta idea no pas?del mero proyecto y Lakanal-Dupuget, hermano del singular Joseph Lakanal, miembro destacado de la Convenci髇 revolucionaria, se hizo con aquellas esculturas para utilizarlas como piedra en la cimentaci髇 de una casa que estaba construyendo en la rue de la Chauss閑-d扐ntin, como recoge Fleury en su Historia de un crimen. Durante unas obras realizadas en 1977 en esta finca, los reyes volvieron a ver la luz del d韆 y, recuperados, descansan actualmente, con mirada a鷑 desconfiada, en una amplia sala del Museo de Cluny.

  

Una restauraci髇 del desastre

  
    

Victor Hugo, autor de "Notre-Dame de Par韘", sentido defensor de la arquitectura medieval y firme partidario de la restauraci髇 de la catedral.

  

La publicaci髇 de Notre-Dame de Par韘 contribuy? sin duda, a crear un estado de opini髇 generalizada a favor de la restauraci髇 de la catedral, que hab韆 vuelto a sufrir los efectos de la Revoluci髇 de 1830. El arquitecto 蓆ienne Godde inici?algunas obras de restauraci髇, pero su honda formaci髇 neocl醩ica le impidi?entender la arquitectura de Notre-Dame, convirti閚dose as?en la diana de la acerada cr韙ica de Didron y Victor Hugo hasta que fue separado de la catedral en 1842. Es entonces cuando, despu閟 de un concurso en el que perdieron los arquitectos Arveuf y Danjoy, entraron en escena Viollet-le-Duc y Lassus, a quienes se les confi?el proyecto de restauraci髇, aprobado definitivamente en 1845. Pienso que esto produjo contento en Victor Hugo, pues, por vez primera, unos conocedores del arte medieval abordaban la restauraci髇 de Notre-Dame de un modo global, desde la arquitectura hasta las vidrieras, con unos nuevos y esperanzadores criterios, aunque discutibles y entra馻ndo ciertamente nuevos peligros.

El hecho es que Victor Hugo no pudo conocer la acci髇 emprendida por estos arquitectos, pues su largo destierro lo alej?de Par韘 en 1851. Es f醕il imaginar que, a su regreso, en 1870, se acercar韆 con emoci髇 a Notre-Dame, cuyas obras se dieron por terminadas en 1864, para contemplar en su fachada la estatuaria neog髏ica concebida por Viollet-le-Duc y labrada por un nutrido equipo de escultores, entre los que sobresalieron Geoffroi-Dechaume, Fromanger, Chenillion, Michel-Pascal y Toussaint, firmando este 鷏timo el nuevo dintel y t韒pano de la Puerta del Juicio, en 1856.

Al igual que la arquitectura, la escultura fue 搑estaurada en estilo? es decir, Viollet-le-Duc localiz?en otros lugares de Francia aquellas obras que, a su juicio, se aven韆n con el car醕ter de Notre-Dame de Par韘, de modo que para el Beau Dieu del parteluz central, su autor, Geoffroi-Dechaume, se inspir? en el de las catedrales de Reims y Amiens. En cambio, para las estatuas-columnas que le acompa馻n, Viollet mand?sacar vaciados de la catedral de Burdeos, sobre los que realiz? el modelo definitivo.

Todo esto, que no es sino una pincelada apresurada de todo cuanto all?sucedi? devolv韆 a Notre-Dame una dignidad perdida, pues se hab韆 quedado muda en sus partes m醩 expresivas. Los a駉s transcurridos y la oscura humedad depositada sobre la fachada har韆n el resto, no distingui閚dose en un primer momento la acci髇 restauradora sobre los elementos originales, si bien la nueva escultura nunca tendr?la fuerza de las piezas medievales que, adem醩, incorporaban una rica policrom韆 que Viollet no se atrevi?a recuperar. Aprovechemos, pues, la limpieza en curso de las portadas de Notre-Dame, ya que nos permitir?apreciar estos delicados matices por un tiempo muy breve.

  

  

*Tomado de la revista DESCUBRIR EL ARTE, N.?14, Abril de 2000.

 

  

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Pedro Navascu閟 Palacio es catedr醫ico de Historia del Arte en la Escuela de Arquitectura de Madrid.

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creaci髇 Literaria y Humanidades. A駉 V. N鷐ero 43. Septiembre 2006. Director: Jos?Antonio Molero Benavides. ISSN 1696-9294. Copyright ?2006 Pedro Navascu閟 Palacio / Descubrir el Arte. Todos los derechos reservados ? 2002-2006 EdiJambia & Departamento de Did醕tica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educaci髇. Bulevar Louis Pasteur, s/n. Campus de Teatinos. Universidad de M醠aga. 29071 M醠aga.

  

  

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