PADRESyCOLEGIOS|17
de junio de 2006
esulta curioso. Mientras los padecemos, se nos antojan
una experiencia traum醫ica;
pero luego, al cabo de los
a駉s, alumbrados por la luz
amable de la memoria,
constituyen una de las
reminiscencias m醩 v韛idas de
nuestra infancia y adolescencia.
Seguramente sea porque durante las semanas en que
prepar醔amos los ex醡enes
finales nuestra sensibilidad
estaba m醩 a flor de piel que
nunca, nuestra inteligencia m醩
despierta, nuestros nervios m醩
estimulados. Las rutinas
dom閟ticas se trastornaban,
nuestros padres se desvelaban
por favorecer nuestro estudio. Y
el tiempo, de repente, adquir韆
una textura distinta, una
profundidad hasta entonces
desconocida: cada hora se
tornaba valiosa como un lingote
de oro, cada minuto conten韆 la
promesa de una salvaci髇 o una
condena, cada segundo se
incendiaba de angustias y
alivios hasta hacerse
incandescente. Viv韆mos sobre
el filo de una navaja; y esta
sensaci髇 de riesgo constante,
de expectaci髇 tensa y pre馻da
de augurios, nos obligaba a
saborear cada instante como si
fuese el 鷏timo.
縌ui閚 no recuerda aquellas horas sustra韉as al
sue駉, desveladas de zozobras,
en que s鷅itamente cre韆mos
olvidar todo lo que hab韆mos
aprendido durante meses?
縌ui閚 no recuerda aquellas
揷huletas? a menudo meros
trucos nemot閏nicos, que
perge襻bamos la v韘pera del
examen, con caligraf韆
cr韕tica o liliputiense? A
menudo la confecci髇 de
aquellas 揷huletas?nos
llevaba m醩 tiempo de lo que
hubi閟emos empleado en
memorizar tal o cual f髍mula
matem醫ica, tal o cual lista de
afluentes de un r韔, a menudo
aquellas 揷huletas?se
revelaban inservibles, bien
porque la vigilancia del maestro
nos imped韆 utilizarlas, bien
porque las preguntas del examen
orillaban su asunto, pero
u醤to mimo empe襻bamos en
su preparaci髇!
Yo recuerdo que, durante el Bachillerato, escrib韆
aquellas chuletas en caracteres
griegos (ventajas de ser 揹e
letras?: de este modo, las
obras de Lope de Vega o los
avatares de la Guerra de los
Cien A駉s se convert韆n en un
galimat韆s ininteligible,
incluso para los ojos
escrutadores del profesor. En
cierta ocasi髇, la chica que
ocupaba un pupitre contiguo al
m韔 ―la chica de la que secretamente
estaba enamorado―, me arrebat?de un zarpazo el
examen que acababa de terminar,
dejando sobre mi mesa tan s髄o
un par de folios en blanco. Era
un examen de Filosof韆, y
mientras ella copieteaba los
razonamientos escol醩ticos de
Santo Tom醩 de Aquino o el mito
plat髇ico de la caverna, el
profesor se aproxim?a mi
pupitre y me susurr?al o韉o:
玃ero, Juan Manuel, 縬u?te
pasa? 縋or qu?no escribes
nada? Si esto te lo sabes
perfectamente? Yo sudaba la
gota gorda, mientras a mi lado
la dama de mis pensamientos
usufructuaba mis modestas
sabidur韆s.
Al acabar el examen, como expresi髇 de gratitud, aquella
chica me dej?acompa馻rla
hasta el portal de su casa y
besarla en los labios, que
sab韆n a goma de nata y sonrisa
despeinada. 緾髆o olvidar
aquellas semanas de junio,
sobresaltadas de ex醡enes?
Todav韆, mientras escribo estas
l韓eas, guardo en la memoria el
rescoldo de aquellos labios,
mucho m醩 v韛ido que los
razonamientos escol醩ticos de
Santo Tom醩 o los mitos
plat髇icos.