DEL
ÚTERO A LA TUMBA UN SUEÑO TE LLEVARÁ
Del útero a
la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la
misma
seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea
en tu
mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Fantasma de metal tu cuerpo,
desde los cortos pantalones al bastón del viejo
transitado por extranjeros que se acercan a
escrutar
tus vísceras
y las señales del cielo con sus dedos de muerte,
verás asombrado cómo la cuchara colmada
deposita por igual besos y mordiscos en tu alma
cóncava.
Del útero a la tumba,
clavado a la tierra que sólo se abre dos veces,
tus ojos noviando con las fotografías
verán al niño libre de pecado y cicatrices,
diáfano, aunque su llanto presienta
y al hierro del amor marcándote la ingle
y al molino del olvido girando, por un viento de
huesos.
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
las riendas hechas trizas en ese torbellino,
en dos segundos de setenta años,
sólo una muesca, en un reloj enorme.
ALGO
FLUYE, CUANDO YA NADA SE AGITA
Algo fluye
cuando ya nada se agita.
Y su paso inadvertido por las tinieblas que
duermen
con nosotros
trocará en una luz exasperada cuanto de ciega
tiene
la miseria.
Desde el fondo, pozo o pantano de números,
donde hostigados por el mundo y sus miles de
cabezas
caímos quince lenguas dentro de la carne,
algo que sólo puede tocarse manido de los guantes
de
la desesperación,
algo fluye, cuando creemos que ya nada se agita.
Obliga al dolorido músculo del corazón
y al cerrado hueso de la mente
a comer y beber, aún dentro de sus celdas.
Es una fuerza que nos lleva rudamente de la mano
e inventa un camino de color insólito,
por donde huimos desnudos de los ciegos.
Obediente, ella agitará los párpados de los
muertos
y hará huir a la mosca-heraldo, que espera
paciente,
colgada de la gula.
Colgará de nuevo el sol, cuando la luna caiga.
Podremos verla latir en medio de nuestras negras
sombras,
aún cuando boquiabiertos, observemos día a día
pasar nuestros propios funerales.
Algo fluye cuando ya nada se agita.
Por su gracia habrá fruto en las flores marchitas
(su magia gruñirá en la vértebra)
lanzará por el aire ancianos y guadañas con
pasos de
diluvio;
nuestras jóvenes canas se ennegrecen,
ante el silbato de plata besado a último momento
con manos temblorosas que arrojan al viento de los
lechos.
Y cuando nuestros pálidos huesos
den fuerza y vigor a las margaritas, aún
palpitarán
desde la tumba.
Porque algo fluye, cuando creemos que ya nada se
agita.
DAME
UNA MENTIRA ENORME
Dame una mentira enorme, que haga temblar los
pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los
gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del
miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre
puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios
no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz
y
pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la
noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los
talones del
infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis
sentidos
embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin
llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al
suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.
¡OH!
TRAE EL VINO NEGRO
¡Oh! Trae el vino negro,
que lleva su bosque, la tierra con muertos y
vírgenes
cegadoras
en un caudal desesperado hasta mi boca,
él mezcla la sangre y el semen del hombre para
darle
un hijo de mirada turbia.
Quiero los ojos de fuego y de mareas,
que no dejan entrar la muerte a mis palabras,
pero me acercan con alas de mojados papeles
a la risa hueca de mis huesos,
compañeros únicos y fieles en los años
navegantes
que bajaron del útero conmigo, a este mundo de
chinches y desgracias.
Trae el vino negro con tapón de seca calavera
que me hace oír en los cuartos vecinos
pianos tocados por mi espectro,
mientras el tiempo transcurre despacio entre los
dedos
y puedo jugar con él y con sus rudos templos
bailarines.
Sólo así puedo mirar tranquilo el mundo de la
noche,
mientras el seco rostro del amor
me apaga lentamente cigarrillos sobre el estómago
y la garganta que pronunció su nombre se hace una
cisterna,
donde chapotean ranas, triángulos, confusos
centauros
en desorden.
Trae el vino negro.
Esta noche quiero a todos mis fantasmas en las
venas.
Ellos despertarán con sus besos,
la gloria, en nuestros entristecidos corazones.
HOMBRE
MASA
Estaba solo entre las cosas
como una estrella única en el cielo
y un muerto en el centro de la tierra.
A su alrededor los hombres traficaban collares de
alambre
y la vida elevaba su babel,
como una araña exacta y silenciosa.
Años y años; los hilos de las estaciones
lo ataban a sus nudos con la soga de la muerte
mientras el silencio le firmaba la boca.
Porque huía entre gritos de horribles alaridos,
de la mano que golpea la mesa hambrienta en el
centro del alma.
Y en todas las cosas y en todos los hombres
el signo de la muerte que reluce en la sombra.
TODO
LO QUE DIRÉ DE TI
Boca de pájaro
en tus ojos de hierro hoy se oxida el dolor.
En la mañana que tiembla
y en el sol que la entibia
en el final de la noche con garras de muerto
en todos los lugares comunes a saber:
luna
lluvia
estrellas
está tu origen y el origen de tu nombre.
Eres el cuchillo que corta el pan de los pobres
y la mano que enciende el cigarro del triste.
Bienvenida gritan mis cosas mi pasado
juguetes lápices caricias bienvenida
mis años verdes y mis años grises
la alegría de los hombres que ahora puedo ver.
Mi amada con boca de diosa pagana
borracha en su manto que sonríe
mi amada con promesas de espanto
mi amada una y mil veces viva y definitiva.
(De su libro Poemas de la Tierra y la Memoria.
Ed. Stephen Bloom, Buenos Aires, 1980.)
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