CARGÓ
DOS FOTOGRAFÍAS
Cargó
dos fotografías,
la rosa seca,
su vulnerabilidad,
la campana de bronce,
aquel espejo,
todos los abrazos
y se marchó.
HAS
DEJADO CAER LA COPA DE VINO SOBRE MI RADIANTE
OFRENDA
Has dejado caer la copa de vino sobre mi radiante
ofrenda. Has creído en Dioses que, hurgando en ti,
nunca sentiste cerca. Te has percatado de que hay
infiernos, que hay arenas, que hay olvidos y aun
así, dejaste sobre mi mesa manojos de suspiros, de
mártir cobardía.
Has sembrado sobre mi estéril boca el dulce néctar
que me embriaga. Inerte, mi lengua precipita
espasmos en tu desolada huella. Desnudo, liberas
cicatrices desde tus abismos.
Eres diadema intacta, instinto puro, frágil razón
y marchas sobre mi sed, insigne escultor del aire.
Levanta el vino derramado y acepta mi ofrenda desde
el lecho fiel de mi templo. Toma de mí el
sacrificio de la sangre nueva y hazme instinto puro,
zafiro, estatua noble.
Tómame, y, cuando tú seas mi sangre y yo tu
exilio, reposaremos en el manto azul de una
eternidad cierta.
¡Tómame...!
CASAS
HELADAS
Casas heladas
en mutilado pueblo
de tejas rotas.
Farol consumido,
persiana inerte,
maceta herida.
La muerte tiene frío.
MI
MADRE PREGONABA QUE EN LA SIESTA
Mi madre pregonaba que en la siesta
habitaban los duendes, que del cielo rojo
de la tarde no esperemos agua,
que si comías sandía y te bañabas morías,
que el viejo de la bolsa no era el de Navidad,
que el amor no elegía hogares.
Con mis hermanos fuimos tribus,
malabaristas, despistados brujos,
ser doctor era fácil,
la princesa era mi hermana y el dragón a veces fui
yo.
Sabíamos del ratón que coleccionaba dientes
y, al pisar los charcos, llegábamos a la luna.
Mi Padre me regaló su rostro de niño,
su infinita tristeza, su abrazo.
Condenado a huérfano, él construyó torres,
fue mártir, héroe de corazón íntegro,
pan fresco para nuestras bocas.
Desafiando olvidos, llegó la noche.
Hoy la luna es inalcanzable.
Tengo todavía el rostro ajeno,
ahora agrietado de melancolías.
Decapitado mi corazón, no supo de amor,
y quedé inconcluso. Sólo respiro.
Allá, en mi pueblo, habita la infancia,
aquí lastima el tiempo.
NO
TENÍA MÁS QUE LA COMÚN SONRISA
No tenía más que la común sonrisa
del alegre. Dientes perlas.
Deambulaba por mañanas-brillo,
tardes-prado, subía barriletes.
Caminaba acá, allá,
quedaba inerte y era gentío.
Tenía en la cara tatuadas alegrías,
ojos de simio, panza de bufón,
mercader de prostituido gozo.
Su vida-máscara descubrió relámpagos
y fue su mirada lluvia.
HE
JUBILADO ESTE AMOR
He jubilado este amor,
esta adoración,
este amargo camino,
tu soberanía, mi reptar.
Cumplí
el requisito de persistir,
aporté al hastío
tanta vida,
doblegué mi corazón
que resistía embates,
dejé desvelos
sobre el mustio dormir.
Hoy jubilo este amor
que no existe,
habito el asilo gris
de este inválido tiempo
y me dejo llevar
por tu beso fúnebre.
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Gustavo Tisocco (Mocoretá, prov. de Corrientes, Argentina, 1969) estudió Medicina en la Universidad Nacional del
Nordeste (Corrientes), de donde pasó a Buenos Aires
para especializarse en Pediatría y Neonatología.
Escribe desde que la memoria le permite recordar,
pero fue en “su Buenos Aires” donde se inicia en
la creación poética, participando en diversos
talleres y café literarios, y, a partir de
entonces, colabora en diversas páginas literarias
de Internet, así como en algunas revistas gráficas
locales. En septiembre del 2001, edita su primer
libro de poesías, que tituló Sutil; en
2003, colabora en la Antología Internacional
Sensibilidades y en la Antología de Médicos
Escritores y Brasileros. A finales de 2004, ha publicado su segundo libro de poemas, Entre soles
y sombras, donde se despoja de sus labios el
agudo grito del caminar incesante y emergen de sus
dedos las piedras y flores del camino.
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